Comentario
Ya sea que estemos al tanto o no, cada dictador, asesino, torturador y terrorista comunista del último siglo y medio está en deuda con Serguéi Gennádievich Necháyev.
Necháyev es conocido por ser un pionero en el concepto de “revolucionario profesional”. El hermano mayor de Vladimir Lenin, Aleksándr Uliánov, que fue ejecutado luego de un intento fallido de asesinato al Zar Alejandro III de Rusia, era parte de una organización inspirada por Necháyev.
En el siglo XX, varios grupos revolucionarios, incluido el Partido Pantera Negra y las Brigadas Rojas de Alemania, todos se inspiraron en Necháyev, que solía ser llamado el “bolchevique antes de los bolcheviques”. Lenin mismo fue altamente influenciado por Necháyev, se refería a él como “el titán de la revolución” e instaba a todos los comunistas revolucionarios a leer sus obras.
Lenin tenía razón. Para comprender realmente al comunismo, uno debe leer a Necháyev.
Necháyev nació el 20 de septiembre de 1847 en Ivanovo, Rusia, a unos 240 kilómetros de Moscú y 100 kilómetros de Yaroslavl, donde el exalcalde y actual candidato a presidente Bernie Sanders fue de luna de miel 121 años después y más tarde designó como “ciudad hermana” de Burlington, Vermont.
Como adolescente, Necháyev aprendió de su padre a ser camarero en banquetes y pintar letreros, pero rápidamente se rebeló en contra de servir a los ricos y publicitar sus mercancías. Cuando tenía 18 años, Necháyev se mudó a Moscú y luego a San Petersburgo, donde asistió a clases en la universidad, aunque nunca se inscribió oficialmente. Allí se familiarizó con los escritos de revolucionarios organizados conocidos como los Decembristas, así como con el Círculo Petrashevski y el famoso anarquista Mijaíl Bakunin.
El joven círculo intelectual ruso estaba fermentándose en ese tiempo. Las sectas revolucionarias y la prensa clandestina mantuvieron a la policía secreta zarista intentando tapar todos los agujeros. Necháyev hizo lo mejor que pudo para que no pudieran taparlos.
“Catecismo de un revolucionario”
Necháyev participó de la creación del movimiento estudiantil “Programa de Acción Revolucionaria”, cuyo fin último era la “revolución social”. El programa delineaba planes para crear una organización revolucionaria y realizar actividades subversivas encubiertas.
Este programa fue la raíz de la obra más famosa de Necháyev, la oscura obra maestra “Catecismo de un revolucionario”.
Con solo unos cientos de palabras, el “Catecismo” se convirtió en una legendaria obra revolucionaria. El exlíder del Partido Pantera Negra, Eldridge Cleaver, se refirió a esta como su “biblia”.
“Tomé el Catecismo como mi biblia y (…) comencé a incorporar estos principios conscientemente a mi vida diaria, empleando tácticas de crueldad en mi trato con todo aquél con quien tuviera contacto. Y comencé a mirar a la América blanca a través de esos nuevos ojos”, escribió en su libro “Target Zero: A Life in Writing.”
En Catecismo, Necháyev expone su filosofía de revolución. Es increíblemente desolador por la forma en que acoge la pura maldad en su búsqueda de una vaga utopía de la clase trabajadora.
En la primera sección, “Los deberes de un revolucionario para consigo mismo”, Necháyev explica lo que significa ser un verdadero revolucionario:
“El revolucionario es un hombre condenado. No tiene intereses personales, ni asuntos comerciales, ni emociones, ni apegos, ni propiedad, ni nombre. Todo en él es completamente absorbido por el único pensamiento y la única pasión por la revolución.
“El revolucionario sabe que en la profundidad de su ser, no solo en palabras sino en hechos, rompió todos los lazos que lo atan al orden social y al mundo civilizado con todas sus leyes, moralidad y costumbres, y con todas sus convenciones generalmente aceptadas. Él es su implacable enemigo, y si continúa viviendo con ellos es solo para destruirlos más rápidamente.
“El revolucionario desprecia todas las doctrinas y se rehúsa a aceptar las ciencias mundanas, dejándolas para las generaciones futuras. Sabe solo de una ciencia: la ciencia de la destrucción. Por esta razón, pero solo por esta razón, él estudia mecánica, física, química y tal vez medicina. Pero todo el día y toda la noche, estudia la ciencia vital de los seres humanos, sus características y circunstancias, y todos los fenómenos del orden social presente. El objeto es perpetuamente el mismo: la forma más segura y rápida de destruir todo el orden sucio.
“El revolucionario desprecia la opinión pública. Él desprecia y odia la moral social existente en todas sus manifestaciones. Para él, la moralidad es todo lo que contribuye al triunfo de la revolución. Inmoral y criminal es todo lo que se interpone en su camino.
“El revolucionario es un hombre dedicado, despiadado hacia el Estado y hacia las clases educadas; y no puede esperar piedad alguna de ellos. Entre él y ellos existe, de forma declarada u oculta, una implacable e irreconciliable guerra hasta la muerte. Él debe acostumbrarse a la tortura.
“Tiránico hacia sí mismo, debe ser tiránico hacia los demás. Todos los sentimientos nobles y debilitantes de parentesco, amor, amistad, gratitud e incluso honor, deben ser suprimidos en él y dar lugar a la fría y enfocada pasión por la revolución.
“Para él, solo existe un placer, un consuelo, una recompensa, una satisfacción: el éxito de la revolución. Noche y día debe tener un solo pensamiento, un objetivo: la destrucción despiadada. Esforzándose a sangre fría e infatigablemente hacia este fin, debe estar preparado para destruirse a sí mismo y para destruir con sus propias manos todo lo que se interponga en el camino de la revolución”.
Solo la revolución
Según Nevháyev, el verdadero revolucionario debe ser tan duro con sus camaradas como consigo mismo:
“El revolucionario no puede tener amistad o apego, excepto para aquellos que probaron con sus acciones que, como él, están dedicados a la revolución. El grado de amistad, devoción y obligación hacia un camarada está determinado únicamente por el grado de su utilidad a la causa de total destrucción revolucionaria”.
Necháyev es totalmente implacable en su búsqueda de revolución y no muestra piedad hacia nada o nadie que se le interponga:
“El revolucionario entra en el mundo del Estado, de las clases privilegiadas, de la tal llamada civilización, y vive en este mundo solo con el propósito de provocar su rápida y total destrucción. No es un revolucionario si tiene alguna simpatía por este mundo. Él no debe dudar en destruir cualquier posición, cualquier lugar o cualquier hombre en este mundo. Él debe odiar a todos y a todo [en el mundo] con un odio igual. Será lo peor para él si tiene relaciones con padres, amigos o amantes; ya no es un revolucionario si es movido por estas relaciones”.
Él sostiene que los revolucionarios deben penetrar toda institución rectora de la sociedad. Los negocios, la religión, el ámbito académico, las artes y el ejército, todos deben ser distorsionados para servir a la revolución:
“Apuntando a la implacable revolución, el revolucionario puede y frecuentemente debe vivir dentro de la sociedad mientras simula ser completamente diferente de lo que realmente es, porque debe penetrar en todos lados, en todas las clases altas y medias, en las casas de comercio, en las iglesias, en los palacios de la aristocracia y en los mundos de la burocracia y literatura y el Ejército, así como la [policía secreta] Tercera División y el Palacio de Invierno del Zar”.
Y no debe mostrar piedad alguna hacia los contrarrevolucionarios. Quienes no sean inmediatamente asesinados deben ser explotados hasta el final:
“Este sucio orden social puede ser separado en varias categorías. La primera categoría comprende aquéllos que deben ser condenados a muerte sin demora. Los camaradas deberían compilar una lista de aquellos a ser condenados según la gravedad relativa de sus crímenes; y las ejecuciones deben ser llevadas a cabo según el orden preparado». (…)
“El segundo grupo comprende a aquellos a los que se les perdonará la vida por el momento, para que, por una serie de monstruosos actos, puedan conducir a la gente a la inevitable revuelta».
“La tercera categoría consiste de muchos grandes brutos en altas posiciones, distinguidos ni por su inteligencia ni por su energía, mientras disfrutan de riqueza, influencia, poder y altas posiciones en virtud de su rango. Estos deben ser aprovechados de cualquier forma posible; deben estar implicados y enredados en nuestros asuntos, hay que hurgar en sus sucios secretos, y ellos deben ser transformados en esclavos. Su poder, influencia y conexiones, su riqueza y su energía, formarán un tesoro inagotable y una preciosa ayuda para todos nuestros proyectos”.
La pequeña “Sociedad” revolucionaria de Necháyev tenía un solo objetivo: la “felicidad” de las masas trabajadoras. Valoraban tanto ese elusivo estado de gozo, que estaban preparados para hacer que las masas estén en un estado completamente miserable para lograrlo:
“La Sociedad no tiene otro objetivo más que la completa liberación y felicidad de las masas –esto es, de la gente que vive del empleo manual. Convencidos de que su emancipación y el logro de esta felicidad solo pueden ocurrir como resultado de una revuelta popular que destruya todo, la Sociedad usará todos sus recursos y energía a fin de aumentar e intensificar los males y las miserias de la gente hasta que al final su paciencia se agote y sean conducidos a un levantamiento general”.
Influencia malvada
Necháyev era considerado tan malvado que el gran novelista y observador psicológico ruso Fiódor Dostoyevski creó un personaje principal –Piotr Verjovenski en su novela “Los endemoniados”– basándose en Necháyev. Dostoyevski, que por un tiempo también fue un joven revolucionario, estaba fascinado con el problema de la maldad humana y usó su obra maestra para describir la degradación psicológica y moral de una pequeña pandilla de estudiantes revolucionarios bajo la influencia del psicótico Verjovenski. El poder de la influencia malévola de Verjovenski es tal que la ciudad entera que los rodeaba se sume en el caos.
Luego de pasar por los círculos revolucionarios de Europa, Necháyev finalmente fue arrestado en Zurich en agosto de 1872 y regresó a Rusia para enfrentar acusaciones de asesinato. Condenado a 20 años de trabajo pesado, Necháyev llevó a cabo actividades revolucionarias desde su celda de prisión con la ayuda de los guardias.
De todas las maldades que practicaba y profesaba, Necháyev podía solo ostentar una virtud: sus acciones siempre eran acordes con sus palabras. Necháyev murió a la edad de 35 de un edema y un escorbuto el 3 de diciembre de 1882, en la Celda N° 1 de la prisión Alexis Ravelin del Fuerte de San Pedro y San Pablo.
Cuando los revolucionarios de la notoria organización radical Naródnaya Volya (Voluntad del Pueblo) tramaron un plan para que Necháyev escapara de prisión, él se rehusó a recibir su ayuda. Necháyev temía que su escape distrayera a sus camaradas de sus planes de asesinar al Zar Alejandro II, lo que Necháyev consideraba de mucha más importancia revolucionaria que salvar su propia vida.
Los partidarios de Necháyev asesinaron al Zar en una calle en San Petersburgo en marzo de 1881. Necháyev vivió otros 19 meses en prisión. Probablemente no tuvo remordimientos. La vida de un revolucionario no es nada. Solo importa la revolución.
En las propias palabras de Necháyev de “Catecismo de un revolucionario”:
“Cuando un camarada está en peligro y surge la pregunta de si debería ser salvado o no, la decisión no debe ser tomada sobre la base del sentimiento, sino solamente [sobre la base] de los intereses de la causa revolucionaria. Por lo tanto, es necesario sopesar cuidadosamente la utilidad de un camarada frente al gasto de fuerzas revolucionarias necesarias para salvarlo, y la decisión debe tomarse en consecuencia”.
Serguéi Gennádievich Necháyev nunca tuvo poder estatal como Fidel Castro, Leonid Khrushchev o Erich Honecker. Nunca fue un líder terrorista como Yasser Arafat, Carlos el Chacal, o Nelson Mandela. Nunca asesinó a millones como Joseph Stalin, Mao Zedong o Pol Pot. Parece que Necháyev solo mató a un hombre.
Mientras Karl Marx expuso las bases teóricas del comunismo, Necháyev diseñó el método para lograrlo y mantenerlo: la infiltración y el terror.
Trevor Loudon es un autor, cineasta y conferencista de Nueva Zelanda. Durante más de 30 años, ha investigado los movimientos de izquierda radical, marxista y terrorista y su influencia encubierta en el ámbito de la política.
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A continuación
Cómo el comunismo busca destruir la humanidad
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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