No esperemos una alianza China-Rusia a corto plazo

Por Richard A. Bitzinger
27 de diciembre de 2021 3:30 PM Actualizado: 28 de diciembre de 2021 10:42 AM

Análisis de noticias

Algunos analistas occidentales tienden a pensar cada vez más que las relaciones más estrechas entre Beijing y Moscú, impulsadas por la economía o la política de las grandes potencias, podrían terminar convirtiéndose en una alianza militar.

La mayoría, sin embargo, tiene más dudas de que ambos países sean capaces de construir «una asociación seria para desafiar a Occidente», según las palabras de Joseph Nye.

Las alianzas se basan en la utilidad mutua: cada socio tiene que poder demostrar su utilidad al otro y francamente Rusia ofrece pocas ventajas a China.

En primer lugar, Rusia apenas es una gran potencia y mucho menos una superpotencia. Los datos económicos más generosos dan al país un PIB de unos USD 4.3 billones, lo que lo sitúa por detrás de India y Alemania y apenas por delante de Indonesia y Brasil. Sus mayores industrias son las compañías extractivas, principalmente de petróleo, gas natural y minería. Aparte de estas materias primas y el armamento, Rusia exporta muy poco.

Lo que es más importante, para Occidente al menos, el ejército ruso es una sombra de su antiguo ejército soviético. Desde 2016, el presupuesto de defensa del país cayó más del 20 por ciento. Estados Unidos gasta más de diez veces más en su ejército y toda Europa de la OTAN al menos tres veces más.

Las fuerzas armadas rusas se redujeron considerablemente en las últimas décadas. Estas se llenan de conscriptos de breve período —muchos de los cuales evitan el reclutamiento— y están equipadas con sistemas militares que datan de la era soviética. El Ejército no puede permitirse comprar el nuevo tanque Armata, mientras que la Fuerza Aérea solo ha adquirido una docena de cazas Su-57 de quinta generación.

Las debilidades militares de Rusia son quizás las más pronunciadas en la región de Asia-Pacífico. El poderío militar ruso en el Lejano Oriente se ejemplifica mejor con su presencia naval y, por tanto, con su Flota del Pacífico, con sede en Vladivostok. En los últimos 30 años, la Flota del Pacífico se redujo a una sombra de lo que fue durante la Guerra Fría. De los siete principales combatientes de superficie (cruceros y destructores), todos fueron construidos antes de la caída de la Unión Soviética. La mayoría de los buques más nuevos son pequeñas corbetas destinadas a operaciones costeras.

La fuerza de submarinos de la Flota del Pacífico es un poco mejor. Solo un puñado de sus submarinos diesel-eléctricos o de misiles de crucero fueron construidos en el siglo XXI; el resto se acerca a la obsolescencia.

De hecho, el orgullo de la Flota rusa del Pacífico consiste en solo tres modernos submarinos nucleares de misiles balísticos (SSBN) de la clase Borey, equipados con el nuevo misil balístico lanzado desde el submarino Bulava. Mientras tanto, los planes de modernización del resto de la Flota del Pacífico están cada vez más en duda, debido a los recortes presupuestarios. En particular, la flota perdió su previsto buque de asalto anfibio de clase Mistral construido en Francia, cancelado por París a raíz de la crisis de Crimea.

Por lo tanto, la capacidad de Rusia para proyectar poder en el Océano Pacífico es cada vez más limitada. En consecuencia, ofrece poco a China como socio naval.

Más allá del ámbito militar, Rusia está perdiendo su atractivo como proveedor de armamento de alta tecnología. Durante la década de 1950, China dependía de la Unión Soviética para casi todo su armamento más importante. El Ejército Popular de Liberación (EPL) estaba enteramente equipado con material soviético, incluidos los tanques T-54 y T-55; los aviones de combate MiG-15, MiG-17 y MiG-19; el misil antibuque SS-N-2 Styx, llamado HY-2 Silkworm por el EPL; el misil aire-aire AA-2; y el submarino diesel-eléctrico clase Romeo.

Además, los soviéticos proporcionaron a Beijing licencias y tecnología para fabricar estas armas en China. En muchos casos, Moscú suministró al Ejército Popular de Liberación de China conocimientos técnicos de producción para algunos de sus diseños más avanzados, como el caza MiG-21.

Un caza ruso MiG-21 se prepara para despegar en el espectáculo aéreo de Dubai el 17 de noviembre de 1999. Rusia, que solía equipar a las fuerzas armadas de varios estados árabes durante la década de 1960, ha sido barrida en la región por los fabricantes occidentales. (Rabih Moghrabi/AFP vía Getty Images)

La ayuda técnico-militar rusa se reanudó tras el colapso de la URSS. A principios de la década de 1990, Beijing hizo un pedido a Moscú de 24 aviones de combate Su-27, su primera compra de material militar ruso en más de 30 años. A esto le siguió un acuerdo para que China pudiera fabricar bajo licencia 200 Su-27 en la Corporación Aeronáutica de Shenyang, en la provincia de Liaoning.

Además, Beijing adquirió destructores de la clase Sovremenny, submarinos diesel-eléctricos de la clase Kilo, aviones de transporte Il-76 y helicópteros militares, junto con modernos misiles tierra-aire y aire-aire. Desde principios de la década de 1990 hasta mediados de la década del 2000, China recibió de Rusia armas por valor de más de USD 21,500 millones y durante gran parte de este período los sistemas de armas rusos fueron sin duda el armamento más potente del inventario del Ejército Popular de Liberación.

Sin embargo, en los últimos 20 años, la industria de defensa china ha mejorado tanto que ya no necesita importar mucho armamento o tecnología militar rusa. Al mismo tiempo, la próxima gran carrera armamentística se ha trasladado a sofisticadas tecnologías de doble uso, en particular la inteligencia artificial (IA), las redes 5G y la robótica.

Estas tecnologías son particularmente críticas para construir las capacidades militares de la próxima generación y Rusia y China han acordado cooperar en una serie de iniciativas de alta tecnología. Estas incluyen el establecimiento de un «Foro de Alta Tecnología Ruso-Chino» anual y un «Diálogo de Innovación Sino-Ruso», así como la creación de parques científicos y tecnológicos conjuntos como base para la cooperación e innovación en ciencia y tecnología.

Los intereses estratégicos mutuos —es decir, sus respectivas competencias estratégicas con Estados Unidos— impulsan gran parte de esta colaboración chino-rusa, y esta asociación de alta tecnología se considera un potencial «multiplicador de fuerzas». Cada uno ve un beneficio potencial en el aprovechamiento de las ventajas del otro para impulsar desarrollos e innovaciones de alta tecnología.

¿Pero por cuánto tiempo? Rusia carece de recursos (dinero y mano de obra, además del ya bajo nivel de innovación en la economía nacional) para funcionar en igualdad de condiciones con China, al menos a largo plazo. Beijing podría emerger pronto como el actor dominante en esta cooperación bilateral. Ya supera ampliamente a Moscú en tecnologías de la «nueva era» como la inteligencia artificial y la 5G.

Si Moscú se encuentra jugando el papel de socio menor en dicha colaboración, constituiría un retroceso de la relación histórica de intercambio de tecnología sino-rusa. China también podría llegar a creer que ha obtenido todo lo que puede de esa asociación y decidir desprenderse de Rusia. En cualquier caso, la colaboración chino-rusa en materia de tecnologías de nueva generación puede tener un gobernador incorporado que limite el alcance y la profundidad de esta cooperación.

En resumen, China podría descubrir pronto que Rusia es cada vez menos útil. Vladimir Putin podría tener cada vez menos que ofrecer a Xi Jinping, salvo quizás emitir un voto de apoyo en el Consejo de Seguridad de la ONU o enviar diplomáticos rusos a los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing. Pero como aliado militar o socio tecnológico, Moscú puede ser cada vez menor para Beijing.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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