La extensión y profundización de la educación en Estados Unidos y en Europa Occidental ha tenido, al menos, un efecto sorprendente: ha aumentado considerablemente el número de personas con una mentalidad totalitaria. Nuestros jóvenes salen de su educación tan adoctrinados que ven el mundo a través de una óptica ideológica que distorsiona su percepción de la realidad permanentemente.
La ideología de moda puede cambiar un poco, pero la mentalidad monomaníaca de quien fue adoctrinado con ella permanece, como la sonrisa del gato de Cheshire. Cuál será la obsesión ideológica dentro de diez años es una incógnita, pero podemos estar seguros de que, sea lo que sea, se promoverá con ferocidad y sentimiento de venganza hacia quienes no la acepten, o incluso cuestionen levemente sus premisas.
Por el momento, la actitud de una persona hacia la transexualidad (como solía llamarse) es la piedra de angular, al menos para la intelectualidad, de su virtud política, que se ha convertido en la única clase de virtud que cuenta en estos días, ya que asuntos tan triviales como la conducta personal privada no tienen algún significado moral.
Cualquiera hoy en día que niegue que una mujer transexual es mujer, precisamente en el mismo sentido en que, por ejemplo, Jackie Kennedy fue una mujer, o que niegue que una mujer transexual fue mujer desde el día de su nacimiento, a pesar de las apariencias, o crea que la biología contribuye en cualquier cosa a la diferencia entre hombres y mujeres, se considera que es casi indistinguible, moralmente, de un Blackshirt o un miembro de las SA
Como ya se sabe, las revoluciones tienden a devorar a sus jóvenes, y las modas cambiantes de las ortodoxias políticas tienden a dejar atrás a la generación anterior de radicales y activistas, para ser tratados a su vez como reaccionarios fascistas.
Los que creen en la última ortodoxia piensan que por fin han encontrado la verdad política absoluta, y que su punto de vista actual impondrá su propio Reich mental de mil años a las generaciones venideras, solo para ser superado en un período, que se presenta cada vez en un menor lapso de tiempo, por una nueva doctrina radical.
Así como los matones de Stalin (¿o debería decir secuaces?) que fueron ejecutados a su vez, los radicales se vuelven reaccionarios a los ojos de sus sucesores.
Marginada por el diario The Guardian
Una víctima reciente de esta tendencia es Suzanne Moore, una periodista británica que se autodenomina feminista de izquierda. Ha escrito durante muchos años para el famoso periódico The Guardian, que se ha convertido cada vez más en el Pravda de la intelectualidad británica.
En respuesta a uno de sus artículos, 338 miembros del personal del periódico firmaron una carta de protesta al editor, lo que la llevó a la renuncia. ¿Quién quiere trabajar para una organización en la que más de un tercio de su personal se queja de usted ante el jefe?
Pero, ¿Qué fue lo que escribió, que fue tan ofensivo para los 338 delicados empleados del Guardián que se sintieron impulsados a denunciarla ante su patrón? Las palabras ofensivas fueron las siguientes:
“La visión radical del feminismo es que el género es una construcción social, que las niñas y las mujeres no están destinadas a ser femeninas, que los niños y los hombres no tienen que ser masculinos. Pero hemos atravesado el espejo y se nos dice que el sexo es una construcción. Se dice que el sexo se asigna simplemente al nacer, en lugar de ser un hecho material; en realidad, sin embargo, el sexo es reconocible en el útero (que es lo que permite la selección del sexo fetal). El sexo no es un sentimiento. El termino hembra es una clasificación biológica que se aplica a todas las especies vivas. Si produce grandes gametos inmóviles, es hembra. Incluso si eres una rana. Esto no es complicado, ni hay un espectro, aunque hay un pequeño número de personas intersexuales que deberían ser absolutamente apoyadas”.
Me parece claramente extraño que los 338 miembros de la intelectualidad de The Guardian se sientan tan indignados por estas palabras profundamente banales, tanto así que se sintieron obligados a protestar contra ellas de tal manera que le hicieran la vida desagradable a su autora. La protesta de ellos dice lo siguiente:
«Estamos… decepcionados por la decisión repetida de The Guardian de publicar opiniones anti-trans… el patrón de publicación de contenido transfóbico ha interferido con nuestro trabajo y ha cimentado nuestra reputación como una publicación hostil a los derechos trans y a los empleados trans».
En otras palabras, sugerir que las diferencias entre hombres y mujeres tienen algún determinante biológico es ser personalmente hostil hacia las personas que desean cambiar de sexo, un deseo que, en opinión de la mayoría de la gente, nunca puede, por razones biológicas, ser completamente satisfecho y, por tanto, tiene una dimensión trágica.
Intimidación intelectual
El sufijo fóbico se ha convertido en un instrumento de intimidación intelectual. Ya no significa tener un miedo irracional a algo, como en, digamos, la palabra claustrofóbico, el miedo irracional a estar en un espacio cerrado.
Ha llegado a significar tener el odio irracional e incontrolado de algo, un odio que tarde o temprano conducirá a una Kristallnacht (Noche de los vidrios rotos) contra la cosa o las personas odiadas.
No se discute con los perpetradores de pogromos (palabra rusa que significa causar estragos, demoler violentamente), se lucha contra ellos, y como es mejor prevenir que curar, se les prohíbe incluso ventilar sus opiniones antes de que puedan pasar a la acción.
Uno puede imaginar fácilmente cómo serían las naciones si los 338 pequeños Lenin de The Guardian obtuvieran el control del mundo, el control que sin duda creen que merecen y deberían tener debido a su propia grandeza moral.
Cabe recordar que Lenin pensaba que cualquier derogación, por leve que fuera, de la verdadera doctrina, es decir, la doctrina que él mismo elaboró, era una completa traición a la causa. Esta es precisamente la mentalidad de los 338 firmantes de la carta de denuncia de facto al editor de The Guardian.
Da la casualidad de que no soy un gran admirador de la obra de Suzanne Moore, ni en forma ni en contenido. Pero ese no es el punto. Soy lo suficientemente liberal y anticuado para defender su derecho a decir lo que piensa y defenderla de los aspirantes a predicadores (para cambiar la analogía histórica) de The Guardián, cuya ambición es modelar el mundo a su propia imagen y de acuerdo con su propio último capricho o entusiasmo moral.
Lo que es más preocupante es que nuestro sistema educativo parece estar produciendo cada vez más personas de este tipo, sin un objetivo claro para hacerlo.
Theodore Dalrymple es un médico jubilado. Es editor colaborador del City Journal of New York y autor de 30 libros, incluido «Life at the Bottom». Su último libro es «Embargo and Other Stories«.
Las opiniones expresadas en este artículo son opiniones del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times.
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