Opinión
A lo largo de los siglos, los eruditos de la antigüedad y de la civilización moderna se han sentido intrigados por la búsqueda de la verdad natural y de reglas bien ordenadas para la vida.
Platón, dicen, veía el conocimiento como una virtud. Bacon, padre de la revolución científica, lo vio como poder.
Los filósofos griegos antiguos lograron la libertad dedicándose a la contemplación tranquila. Si hubieran sido empujados a laboratorios y obligados a publicar sus pensamientos y hallazgos, podrían haberse considerado esclavos.
Hoy en día, la mayoría de los científicos son baconianos. La búsqueda de la verdad se ha vuelto más empírica. Los científicos siguen líneas de investigación definidas, publican sus hallazgos y comparten conclusiones con colegas, incluidos los de fuera de sus propios países.
No obstante, existen buenas razones para dudar de que se pueda confiar a los científicos el destino del mundo libre.
Conocimiento y Estado
El conocimiento puede ser poder, pero también lo es el Estado. Los científicos que viven en regímenes comunistas u otros regímenes administrativos tienen menos libertad para perseguir la verdad. Si bien los comunistas están de acuerdo en que hay poder en el conocimiento, también creen que están en posesión de ambos. En una sociedad comunista, el deber de un científico es simplemente hacer más segura la posesión del conocimiento.
Hay quien dice que los sabios de la antigua Grecia daban más importancia a la teoría que a la práctica porque temían que un gobierno pudiera explotar los conocimientos prácticos. Los científicos modernos harían bien en desconfiar un poco más del Estado, incluso de uno presuntamente noble o democrático.
Hoy, de una forma u otra, gran parte de la financiación de la investigación científica proviene del gobierno. Incluso fuera de los regímenes totalitarios, las autoridades que le están pagando al violinista pueden esperar que les toque la melodía.
La práctica de la ciencia y la búsqueda de la verdad pueden ser corrompidas por una ideología establecida o por las pasiones de un régimen en particular. El surgimiento de la eugenesia, el materialismo dialéctico, la climatología del calentamiento y la teoría crítica de la raza son todos ejemplos modernos de tal corrupción.
Los científicos han servido a amos peligrosos
Aunque en general hacen hincapié en la conciencia y la moral, se sabe que los científicos les sirven a amos peligrosos.
Los científicos más sabios piden un distanciamiento crítico de la política. Otros se han dedicado con entusiasmo al activismo e incluso al espionaje. Estos últimos se consideran parte de un nuevo y valiente orden mundial en el que los científicos e intelectuales afines se convierten en legisladores, alcaldes, gobernadores, presidentes y líderes mundiales.
Por ejemplo, después de cambiar de bando para unirse a las naciones occidentales aliadas en la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética comunista logró reunir información de inteligencia sobre el programa secreto de bombas atómicas angloamericanas que se convirtió en el Proyecto Manhattan.
Los agentes soviéticos reclutaron espías estadounidenses y británicos que eran comunistas comprometidos, incluidos varios científicos del laboratorio de Los Alamos.
Entre los científicos y compañeros de viaje enamorados de la ideología marxista se encontraba Klaus Fuchs, un físico nacido en Alemania, que huyó a Inglaterra en 1933 y se convirtió en ciudadano británico en 1942. Fuchs se unió a un grupo de científicos británicos que viajaron a Los Alamos para trabajar en el Proyecto Manhattan, y más tarde pasó información importante sobre el diseño de armas atómicas a la Unión Soviética.
Después de que cables descifrados revelaran el espionaje de Fuchs, confesó a principios de 1950 y fue condenado a 14 años de prisión. Posteriormente se redujo su condena y fue puesto en libertad en 1959.
Hay pocos indicios de que Fuchs lamentó haber traicionado a Occidente. Eligió pasar los años que le quedaban viviendo con su padre en la Alemania Oriental comunista.
Colaboración actual con los regímenes comunistas
A pesar del sangriento legado totalitario del marxismo del siglo XX, hay muchos científicos contemporáneos que aún valoran la colusión con los regímenes comunistas. Las consecuencias de sus elecciones han sido catastróficas.
Por ejemplo, el New York Post y otras organizaciones de noticias informaron recientemente que los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH) admitieron haber financiado investigaciones sobre coronavirus de murciélagos en un laboratorio en Wuhan, China, que, como todo lo demás en ese país, está supervisado por el Partido Comunista Chino (PCCh).
La admisión se produjo en una carta del subdirector principal de los NIH, el Dr. Lawrence Tabak, en la que se respondía a las preguntas del congresista James Comer sobre una subvención multimillonaria proporcionada por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID) de los NIH a EcoHealth Alliance, una ONG que apoya varios programas de salud mundial e, irónicamente, busca la «prevención de pandemias».
El presidente de EcoHealth Alliance es Peter Daszak, un científico británico con un Ph.D. en enfermedades infecciosas parasitarias de la Universidad de East London. Daszak es ahora miembro del Centro de Infección e Inmunidad de la Escuela de Salud Pública Mailman, de la Universidad de Columbia.
El director del NIAID es el Dr. Anthony Fauci, un célebre científico médico estadounidense que se desempeña como asesor médico en jefe del presidente Joe Biden. Fauci es muy apreciado por los medios del régimen a causa de su crítica al desempeño del presidente Donald Trump durante el curso de la pandemia.
La subvención del NIAID, centrada en el coronavirus, finalmente condujo a que los dólares de los impuestos estadounidenses financiaran la colaboración de larga data de EcoHealth Alliance con un laboratorio dirigido por el PCCh, del cual ahora muchos expertos creen que es la fuente del COVID-19.
El virus del PCCh ha matado a millones de personas en todo el mundo y ha paralizado las economías occidentales.
La atracción intelectual del socialismo
En las principales naciones democráticas, como Estados Unidos y el Reino Unido, la ciencia ha desempeñado un papel importante en la formación de la opinión pública y de las políticas gubernamentales.
Los científicos modernos han tendido a situarse por encima de la gente común, cuyos impuestos financian sus experimentos de investigación y sus carreras. Muchos se han sentido atraídos por el socialismo y las visiones utópicas del mundo.
En un ensayo histórico de 1949, publicado en la Revista de Derecho de la Universidad de Chicago (pdf), el fallecido F. A. Hayek argumentó que los intelectuales modernos se sienten naturalmente atraídos por la idea del socialismo. El socialismo, dijo Hayek, es «una construcción de teóricos, derivada de ciertas tendencias del pensamiento abstracto con las que durante mucho tiempo solo los intelectuales estaban familiarizados».
Hayek también sugirió que la clase intelectual no solo está formada por profesores, maestros, periodistas, locutores, activistas políticos y animadores. Esa clase también incluye a profesionales y técnicos, como científicos y médicos, que “a través de su relación habitual con la palabra impresa se convierten en portadores de nuevas ideas fuera de sus propios campos y que, por el conocimiento de sus propios temas, son escuchados con respeto por la mayoría de las personas».
Hoy en día, nos enteramos de los acontecimientos y las ideas a través de la «comunidad científica».
Son los científicos e intelectuales quienes deciden qué información y opiniones nos llegarán y cómo se presentarán. A los hombres y mujeres comunes se les advierte constantemente que «sigan la ciencia».
Decenas de profanos se han convertido en guerreros del cambio climático con poca comprensión real de la llamada «ciencia del clima». El presidente en ejercicio de Estados Unidos ha expresado su desprecio por la idea de la «libertad» estadounidense y ha puesto a poderosos vigilantes corporativos en contra de los ciudadanos que se resisten a las «científicas» políticas estatales de vacunación.
Es hora de que los científicos occidentales se unan al bando Occidental
Es difícil resolver problemas en un mundo que permanece mitad cautivo y mitad libre.
Desde hambrunas inducidas hasta campos de trabajo esclavo, accidentes nucleares, ocupaciones militares, incompetencia económica, sustracción de órganos y enfermedades artificiales, la capacidad marxista de restar importancia a la crueldad y al fracaso es una de las armas más insidiosas del totalitarismo.
Filtrado por los propagandistas de izquierdas, el llanto de los disidentes de los regímenes comunistas se presenta como algo innecesario y aburrido. Se considera que las víctimas ya están acabadas.
Nos corresponde una llamada de atención a los científicos, profesionales de la tecnología y compañeros de viaje occidentales. En el siglo XX, sobrevivimos a la dominación extranjera conteniendo el comunismo y permitiendo que la Unión Soviética se derrumbara bajo el peso de sus propias contradicciones inherentes.
Ha llegado el momento de cortar el oxígeno científico, técnico y comercial que hemos estado suministrando a Beijing desde la década de 1990 y pedir a nuestros científicos que se unan al bando de Occidente.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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