¿Por favor podemos dejar de llamar «fascista» a todo?

Por Gerry Bowler
28 de diciembre de 2019 9:14 AM Actualizado: 28 de diciembre de 2019 9:14 AM

Parece que todo el mundo es un fascista en estos días. Donald Trump es ciertamente un fascista: los miembros del Congreso lo dicen y lo acusan de operar campos de concentración; los académicos de las universidades de la Ivy League lo expresan; y revistas respetables como New Statesman y New York Magazine declaran que es cierto. Esto no debe sorprender porque el Partido Republicano, comenta un artículo del Toronto Star, es una «institución fascista».

En Gran Bretaña, el hogar de anteriores líderes fascistas como Margaret Thatcher y David Cameron, los académicos de Oxford comparan al primer ministro Boris Johnson con el líder fascista italiano Benito Mussolini y nos recuerdan que a Hitler le gustaba Mussolini, un punto importante que a menudo se pasa por alto. En todo el mundo, si creemos a los periodistas, el fascismo parece haberse apoderado de los gobiernos de Israel, Polonia, Hungría, Italia y Brasil, e incluso Dinamarca muestra signos de estar deslizándose en la oscuridad.

Para que no piensen que nuestra nación es inmune al fenómeno, tenemos observadores perspicaces para corregirnos. «Despierten canadienses y huelan el fascismo en el aire», advierte un blogger de Montreal, refiriéndose a la amenaza planteada por Andrew Scheer, mientras que un artículo del Huffington Post, ese oráculo de pensamiento sobrio, acusa a Justin Trudeau de manifestar «las marcas del fascismo». Un debate online planteó la pregunta: «¿Maxime Bernier es racista o fascista?» mientras que en Hamilton, un anciano que utliza un andador para llegar a un mitin de Bernier es llamado «escoria nazi» por un jóven analista político enmascarado.

¿Se está cansando de la palabra «fascista»? Yo también.

Las palabras antes tenían significados en los que la gente estaba de acuerdo, pero hoy en día una acusación como «racista» se ha usado tanto que se ha convertido en una moneda degradada que solo significa «no estoy de acuerdo contigo». Es por eso que usted verá que el término «supremacista blanco» se emplea con más frecuencia. Se puede decir que el mismo vaciamiento de contenido se aplica al término «genocidio», al «holocausto» o a la «emergencia climática global».

El fascismo es una ideología genuina. Decenas de miles de canadienses murieron luchando contra él en sus manifestaciones alemanas, japonesas e italianas durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que nos corresponde saber si sigue vivo y en buen estado hoy en día. Fue en gran medida obra del veterano de guerra Benito Mussolini quien adoptó el símbolo romano de las «fasces», un hacha en el centro de un haz de varas atadas y un uniforme con camisa negra. Su lema era «Tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato» («todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado»), la definición perfecta del totalitarismo.

Esto inspiró a otro veterano desilusionado de la Gran Guerra, Adolf Hitler, quien al crear el Partido Obrero Nacional Socialista Alemán (de donde surge la abreviación, nazi), imitó muchas de las ideas de Mussolini. Si hiciéramos una lista de creencias fascistas, incluiría estos puntos:

  • El Culto del Líder: Hitler como der Fuehrer, Francisco Franco como El Caudillo, Mussolini como Il Duce, e Ion Antonescu como Conducător. Encarna el estado y la voluntad nacional y sus seguidores le juran obediencia.
  • El uso de la violencia paramilitar uniformada. Stürmabteilung con camisa marrón en Alemania, los escuadristas con camisa negra en Italia, la Guardia de Hierro rumana con camisa verde.
  • Control de la economía nacional, tanto del capital como del trabajo, por parte del Estado que dirige sus fines y permite la propiedad privada.
  • Movimientos antidemocráticos y antiparlamentarios. Puede que permanezca la cáscara del gobierno constitucional, pero no se permite una verdadera oposición política. El encarcelamiento o el asesinato de disidentes.
  • Ultranacionalismo hasta el punto de racismo. Una adoración de alguna edad de oro del pasado, cuando la nación fue una vez grande.
  • Un odio a los débiles. Esto lleva a la eugenesia, la eutanasia, la esterilización obligatoria y el darwinismo social. El cristianismo es ridiculizado como partidario de los débiles.
  • No se permite la sociedad civil fuera del estado y del partido único. Así, la abolición de los Boy Scouts y de las organizaciones católicas de jóvenes en Alemania y su sustitución por los grupos de las Juventudes Hitlerianas. Todo el arte, el drama, la literatura, el cine, las publicaciones y la radiodifusión están controlados por el Estado. La privacidad y la libertad de conciencia se ven muy disminuidas.

Hay que subrayar que los fascistas no son conservadores -aunque los conservadores son a menudo nacionalistas y nostálgicos del pasado de la nación-, son revolucionarios con un atractivo especial para la juventud. Desean derrocar y no conservar. (Hay un argumento fuerte que se puede hacer, que el fascismo es una herejía de la izquierda en vez de la derecha, pero dejaré ese argumento para otro momento).

¿Quiénes son los verdaderos fascistas de hoy en día? Búscalos en los partidos neonazis como el movimiento Amanecer Dorado en Grecia, en las milicias supremacistas blancas y en algunos grupos neo-paganos escandinavos. Los verás en las turbas de cabezas rapadas antiinmigrantes y en los hilarantes mal llamados escuadrones de matones «antifa» de Estados Unidos y Canadá. No los encontrarás en la Casa Blanca, en la calle Sussex 24, en la calle Downing 10 o en Stornoway.

Las palabras son cosas poderosas. Debilitamos nuestra capacidad de pensar con claridad cuando permitimos que se utilicen mal.

Gerry Bowler es un historiador canadiense especializado en la intersección de la cultura popular y la religión. Su último libro es «Navidad en la mira»: Dos mil años de denunciar y defender la fiesta más celebrada del mundo».

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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