Comentario
El presidente Joe Biden, según el asesor de seguridad nacional Jake Sullivan, quiere iniciar una nueva ronda de «interacción» con China.
Llámese a esto otro fiasco de Biden en potencia.
El 17 de junio, después de la problemática reunión con el presidente ruso Vladimir Putin en Ginebra, Sullivan dijo a los periodistas que Biden «buscará oportunidades para interactuar con el presidente Xi en el futuro».
«Muy pronto, nos sentaremos para elaborar la modalidad adecuada para que los dos presidentes interactúen», dijo Sullivan. «Ahora es solo una cuestión de cuándo y cómo».
¿Y qué tal si nunca?
Estados Unidos y China ya han entablado relaciones. Sullivan y el secretario de Estado Antony Blinken se sentaron con los dos principales diplomáticos de China, el miembro del Politburó Yang Jiechi y el ministro de Asuntos Exteriores Wang Yi, en Anchorage a mediados de marzo.
Yang y Yi no vinieron a Alaska a hablar con la Administración Biden; vinieron a despotricar, sermonear y humillar. Blinken y Sullivan deberían haber mandado a freír espárragos a los «diplomáticos» chinos en cuanto se dedicaron a armar lío para beneficio de las cámaras.
Es evidente que China no está ahora de humor para discusiones sustanciales, salvo, por supuesto, para aceptar la rendición de Estados Unidos.
Ned Price, portavoz del Departamento de Estado, dijo el mismo día que el presidente cree que «no hay sustituto para la diplomacia personal».
Una formulación mejor es que, cuando se trata de la República Popular China, no hay lugar para la diplomacia personal. Los líderes estadounidenses, administración tras administración, piensan que es importante reunirse cara a cara con los adversarios, que pueden razonar con ellos de alguna manera.
Esa opinión es ingenua, arrogante y casi siempre incorrecta. Los líderes chinos de la variedad comunista suelen hablar de «amistad», pero son despiadadamente prácticos, y a menudo simplemente despiadados. Para ellos, los sentimientos personales no tienen ningún valor en las relaciones con otros Estados.
La diplomacia personal con Beijing es contraproducente: Los estadounidenses van detrás de los chinos y éstos se aprovechan de este afán.
La insistencia de perseguir a Beijing convierte a Estados Unidos, a los ojos del régimen chino, en un blanco fácil. No es necesario especular sobre cómo tratan las figuras del régimen a quienes intentan complacerlos y adaptarse a ellos.
Como dice a Gatestone Charles Burton, del Instituto Macdonald-Laurier, con sede en Ottawa, Beijing siempre saca ventaja de los de aspecto débil. Después de todo, dice, los funcionarios chinos tomaron rehenes canadienses, conocidos como «los dos Michaels», en diciembre de 2018 y los han retenido desde entonces porque sabían que el primer ministro Justin Trudeau no haría nada al respecto. Los chinos creían que Trudeau no haría nada porque había pasado su carrera tratando desesperadamente de cortejar a China.
«Cuanto más ha mostrado Canadá su debilidad apaciguando y haciendo concesiones al complejo integrado de partido, estado, ejército, seguridad e industria de China, más se han envalentonado los líderes chinos a la hora de tratar con Ottawa», señala Burton, exdiplomático canadiense enviado a Beijing.
Hay otra objeción fundamental. Price, al hablar de una reunión Biden-Xi, se refirió a «nuestra diplomacia de principios».
¿»Diplomacia de principios»? ¿Cómo puede un país con principios entablar una diplomacia con un gobierno que es, según Amnistía Internacional, «el verdugo más prolífico del mundo»?
¿O con un grupo gobernante que comete genocidio y otros crímenes de lesa humanidad, como asesinatos en masa, violaciones institucionalizadas y esclavización de minorías raciales?
¿Y un régimen que extendió deliberadamente un virus más allá de sus fronteras y mató, según el último recuento, a 3.9 millones de personas en todo el mundo, incluidos 602,000 estadounidenses?
Hay reportes de que Dong Jingwei, viceministro de Seguridad del Estado, desertó a Estados Unidos a mediados de febrero con su hija. Se dice que Dong, jefe de contrainteligencia de China, ha entregado a la Agencia de Inteligencia de Defensa pruebas de que los militares chinos están llevando a cabo investigaciones en el Instituto de Virología de Wuhan, que muchos sospechan ahora que es la fuente del patógeno causante del COVID-19. Esta información, según reporta Yahoo! News, cambió la visión de la Administración Biden sobre los orígenes de la pandemia.
Si los reportes sobre Dong son exactos, Biden debería estar hablando ahora de imponer los costos más severos a China, no de perseguir a Xi Jinping para iniciar una conversación. Estados Unidos debería, entre otras cosas, cortar el comercio, poner fin a las inversiones, prohibir la cooperación tecnológica y tal vez detener todos los viajes por completo. Biden debería cerrar definitivamente los cuatro consulados que le quedan a China en Estados Unidos y enviar a casa a prácticamente todos los funcionarios de la embajada china. El presidente debería anunciar que la política de Estados Unidos es acabar con el régimen comunista en China.
¿Duro? No, especialmente si China liberó un agente patógeno diseñado para matar a los estadounidenses, como parece ser cada vez más el caso.
Así que, presidente Biden, deje de poner la otra mejilla y empiece a cumplir su deber constitucional más fundamental: Proteger a Estados Unidos de los enemigos extranjeros.
Del Gatestone Institute.
Gordon G. Chang es un distinguido investigador senior del Gatestone Institute, miembro de su Consejo Asesor, y autor de “The Coming Collapse of China”. Siga a Gordon en GordonChang.com y en Twitter @GordonGChang
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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