En la novela «El señor de las moscas», un grupo de niños pequeños naufragan en una isla y finalmente se vuelven salvajemente unos contra otros. El libro es una advertencia sobre la crueldad subyacente de la humanidad y la necesidad de que la civilización domine nuestros impulsos más oscuros —un mensaje que resuena en muchas personas en la actualidad.
Pero eso no fue lo que le sucedió a un grupo de niños náufragos en la vida real en 1965. A diferencia de los personajes ficticios de «El señor de las moscas», desarrollaron un plan de juego para la supervivencia que fue cooperativo, divertido y pacífico, lo que resultó en amistades para toda la vida.
En otras palabras, los niños no se convirtieron en demonios cuando se los dejó solos, ¡ni mucho menos!
El historiador holandés Rutger Bregman relata esta historia en su nuevo libro «Humankind » , argumentando contra la imagen irrazonablemente sombría de la humanidad de «El señor de las moscas». El mensaje clave en el libro de Bregman es que los humanos son básicamente buenos cuando se los deja a su suerte.
Eso no quiere decir que no haya personajes que actúen mal, especialmente si se les anima (o manipula) a hacerlo o se los somete a coacción. Pero la gran mayoría de nosotros estamos felices de trabajar juntos de manera cooperativa. Esta, escribe, es la única conclusión posible a partir de la evidencia científica e histórica.
Él argumenta que es algo que necesitamos entender desesperadamente si queremos trabajar juntos para crear una sociedad mejor para todos.
Cómo nos equivocamos
Algunas de las pruebas más famosas de nuestra visión pesimista de la naturaleza humana proviene del Experimento de la prisión de Stanford realizado por Philip Zimbardo a principios de la década de 1970. En este experimento, Zimbardo llevó a unos estudiantes a un laboratorio y los hizo actuar como prisioneros y guardias. Pronto el experimento se volvió amargo, ya que los guardias comenzaron a actuar con demasiada dureza hacia los prisioneros, y tuvo que detenerse.
Los experimentadores concluyeron que las personas son sádicas por debajo de las apariencias de la normalidad y pueden ser fácilmente manipuladas para hacer daño. Pero Bregman señala que los resultados se produjeron porque desde el principio se animó a los «guardias» a ser duros con los «prisioneros». Al representar sus roles, pensaron que estaban contribuyendo a la ciencia, una intención amable y útil. Asimismo, un alumno “prisionero” del experimento, que supuestamente “se derrumbó” y hubo que sacarlo, confesó fingir su histeria para poder regresar a estudiar. Todo el estudio y sus conclusiones estaban tergiversados .
«Lo que es fascinante es que la mayoría de los guardias en el Experimento de la Prisión de Stanford se mostraron reacios a aplicar ‘tácticas duras’, incluso bajo una presión creciente», escribe Bregman. De hecho, un «experimento de prisión» posterior montado por la BBC, donde no se les dijo a los guardias qué hacer, tuvo resultados muy diferentes. Los «guardias» pronto se mostraron reacios a asumir sus roles autoritarios y, en cambio, se hicieron amigos de los «prisioneros».
En realidad, las investigaciones sugieren que las personas no están dispuestas a dañar a otros, incluso en situaciones de guerra, sin una fuerte coerción, lo que explica por qué dejar a las personas a su suerte produciría resultados diferentes.
Bregman lleva a los lectores a través de muchos experimentos y eventos que parecen apuntar a nuestra naturaleza defectuosa, y los desacredita uno por uno. Por ejemplo, nos enteramos de que la famosa historia sobre Kitty Genovese, una mujer que fue brutalmente violada y asesinada en Queens, Nueva York, mientras que los vecinos supuestamente no hicieron nada para ayudar, es en gran parte ficción, perpetuada por la cobertura de The New York Times de su muerte. Resulta que la afirmación del NY Times sobre 37 transeúntes sin corazón era falsa , y la gente acudió en su ayuda, incluido un vecino que la abrazó mientras esperaba que llegara una ambulancia.
Aún así, esta historia de espectadores despreocupados se vuelve a contar una y otra vez como prueba de la indiferencia humana y, al igual que el Experimento de la prisión de Stanford, adorna muchos libros de texto de psicología social. Ahí yace el problema.
¿Por qué eso importa?
El peligro de seguir repitiendo conclusiones falsas de una investigación defectuosa es que alimenta una narrativa que no nos sirve. Las personas que escuchan estos hallazgos comienzan a creer que los sádicos acechan entre nosotros y que no pueden confiar en los demás, cuando la mayor parte del tiempo pueden hacerlo. También respalda la idea de que sólo mediante un estricto control social desde las alturas —dictaduras o estados policiales, por ejemplo— podemos evitar que nuestras comunidades caigan en el caos.
Según Bregman, es importante comprender que nuestra verdadera naturaleza es (en su mayoría) buena, porque puede alentarnos a crear instituciones con estructuras menos jerárquicas y un liderazgo menos sofocante. Y estas formas de organizarnos pueden tener mejores resultados.
Por ejemplo, destaca el programa de enfermería domiciliaria Buurtzorg , creado por primera vez en los Países Bajos, en el que las enfermeras cortaron la gestión y crearon una cooperativa que ha sido rentable y brinda una mejor atención al paciente. Menciona a los gobiernos de las ciudades de Brasil que promulgaron procesos de presupuestación pública, donde los ciudadanos tenían más voz en cómo se gastaban los fondos de la ciudad, que resultaron en más gasto en atención médica, menos muertes infantiles y más compromiso cívico. Y, escribe, las escuelas que son menos punitivas y más cooperativas, y permiten que los estudiantes estén más a cargo de su educación, ayudan a mejorar la motivación intrínseca de los estudiantes, uno de los factores más importantes para el aprendizaje.
«The tragedy of Commons» (La tragedia de los [bienes]comunes) —la idea de que los recursos públicos compartidos por muchos (como el aire, el agua y la tierra) pueden agotarse si la gente los usa con interés propio— ha sido durante mucho tiempo una idea influyente en la economía. Pero Bregman señala el trabajo de Elinor Ostrom, la economista ganadora del Premio Nobel, que estudió cómo las personas de todo el mundo administran realmente los bienes comunes cuando se les deja a su suerte. Su investigación allanó el camino para comprender que una vez que ciertos elementos están presentes, las personas actúan de manera cooperativa y no requieren control social, un hallazgo que resuena hoy en día con muchos economistas.
El libro está lleno de otros fascinantes ejemplos de lugares y programas que se rehacen sobre la base de la bondad y la confianza humanas. El mensaje para llevar a casa de Bregman es que lo mejor de nuestra naturaleza ganará, si tan solo pudiéramos reconocer su ubicuidad.
Eso significa reconocer el potencial de bondad en todos, incluso en grupos de personas que se ven, piensan o actúan de manera diferente a nosotros, contra quienes podríamos tener prejuicios. Una forma de hacerlo, sugiere la investigación, es trabajar en la construcción de un contacto positivo entre grupos, como amistades y relaciones laborales cooperativas, que aumenten nuestra confianza en los demás.
Bregman enumera varios otros consejos al final de su libro que las personas pueden usar para ver la bondad en la humanidad, cosas como “En caso de duda, confíe primero”, “Temple su empatía, entrene su compasión” y “Evite las noticias». Si consideramos que nacemos para ser buenos, podemos hacer una sociedad más justa y libre para todos, dice. Eso no requiere optimismo; solo se necesita prestar atención a la ciencia y la experiencia.
“Creer que la gente está programada para ser amable no es sentimental ni ingenuo. Al contrario, es valiente y realista creer en la paz y el perdón”, escribe.
Jill Suttie, Psy.D., es editora de reseñas de libros de Greater Good y colaboradora frecuente de la revista. Este artículo fue publicado originalmente por la revista en línea Greater Good.
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