Comentario
Anoche yo llamé a algunos amigos brasileños con conocimientos políticos para preguntarles sus impresiones sobre lo que está ocurriendo en Brasil. Me preocupaba que las interpretaciones en lengua inglesa de los eventos de allí se leyeran más que nada a través de la experiencia estadounidense y por lo tanto distorsionando así la narrativa principal.
Lo que encontré fue lo contrario. En todo caso, mis amigos brasileños me ofrecieron una interpretación que se acercaba más a la experiencia estadounidense, con lo mismo, aunque (como de costumbre) con un poco más de dramatismo. A un cierto momento, yo tuve que reírme al ver cómo la política brasileña de hoy se parece a una versión más emocionante del caso estadounidense.
Empecemos por el furor que vimos el fin de semana, con una irrupción masiva en el palacio presidencial, el Congreso y la Corte Supremo. Sí, son partidarios del expresidente Jair Bolsonaro y ellos dudan de la imparcialidad de las elecciones que eligieron a Luiz Inácio Lula da Silva, que asumió el cargo hace una semana. En términos más generales, las salvajes acciones reflejan el tremendo descontento público con el sistema político en general. Ellos se reúnen en torno a Bolsonaro como el mejor símbolo a mano.
Así mismo, por supuesto, Bolsonaro ha sido etiquetado ahora como de «extrema derecha» —incluso en las noticias de los principales medios de comunicación estadounidenses— en parte debido a su amistad con Trump, pero también porque en Brasil hace casi tres años hizo todo lo posible para frenar el impulso de los cierres por COVID. El presidente de Brasil tiene un poder limitado para controlar los estados, muchos de los cuales persiguieron un cierre duro a pesar del enfoque más indulgente de Bolsonaro.
Nadie ha establecido con éxito ninguna relación estadística entre los cierres y la reducción de las muertes a largo plazo. Uno podría suponer que esta realidad innegable sería una grave fuente de vergüenza para los defensores de la mitigación de virus al estilo chino, que incluso la propia China ha abandonado. Pero a estas alturas de la historia, los hechos ya no importan en la política. La izquierda —por inverosímil que parezca— se ha apoderado en todo el mundo de la voluntad de cerrar la sociedad como prueba de fuego de la adhesión ideológica.
Lo que equivale a decir que el único marcador coherente real de la política de izquierdas en la mayoría de los lugares del mundo se refiere únicamente a la voluntad de desplegar tácticas brutales para suprimir las libertades de las personas. Entonces, ¿quién es exactamente el fascista?
En cualquier caso, como Bolsonaro no era el mayor fan de los cierres, porque esto es Brasil y por lo tanto, carece del filtro de la política estadounidense, la izquierda ha afirmado además que es culpable de «genocidio». Increíblemente, ¡esa etiqueta efectivamente se ha pegado!
Considere por un momento lo extraño que es esto: que usted crea que el gobierno debe adoptar medidas totalitarias para un virus que de alguna manera le otorga una calificación de aprobación de la izquierda. Sin embargo, si usted prefiere preservar las libertades civiles y los derechos humanos a hablar y asociarse incluso durante una pandemia eso de alguna manera le hace ser calificado con el apodo de «extrema derecha». Es totalmente extraño y los historiadores de alguna manera se estarán rascando la cabeza al respecto.
Pero, al igual que en el caso de Estados Unidos, en Brasil la pandemia también sirvió de excusa para un enorme cambio en las normas electorales que permitió el uso masivo del voto por correo y otros trucos que han suscitado serias dudas sobre la exactitud del recuento de votos. Mucha gente cree que la pandemia se utilizó para instalar a un falso presidente en lugar del legítimo ganador de las elecciones. Nadie puede demostrarlo, por supuesto, pero la cuestión está ahí: hay una enorme pérdida de confianza.
Por eso estos manifestantes dudan de la imparcialidad de los resultados electorales e insisten en que Bolsonaro es el presidente legítimo. Pero los medios de comunicación brasileños los tachan de «extrema derecha» y fascistas, etc. —todas etiquetas previsibles que se han utilizado en el contexto estadounidense en los últimos dos años.
Por supuesto, también se les califica de «insurrectos» que intentan derrocar a un gobierno legítimamente elegido. En este caso, tal vez sea cierto en cierto sentido. Desde luego, es más cierto en este caso que en el caso estadounidense del 6 de enero.
También por supuesto, no han logrado sus objetivos y, en su lugar, han dado al régimen de Lula el pretexto ideal para una mayor represión, que es exactamente lo que ha ocurrido solo un día después de la revuelta. Ya se han producido detenciones masivas y habrá meses de caza de brujas que atraparán a cada vez más personas. Se usará todas las herramientas, desde la tecnología de reconocimiento facial hasta la vigilancia digital.
Una gran diferencia estructural entre Estados Unidos y Brasil tiene que ver con la Corte Suprema, que en Brasil es agresivamente política y no se preocupa por las libertades civiles que los estadounidenses esperan que formen parte del núcleo legal de la vida estadounidense. La Corte Suprema de Brasil ha aprobado totalmente la censura, la vigilancia y el espionaje masivo siguiendo el modelo establecido por China. Como resultado, la represión de Lula probablemente tendrá éxito y las cárceles se llenarán de disidentes políticos.
Esto durará dos años más, pero dará más vida al auténtico movimiento disidente en este país y acabará conduciendo a una victoria por sobre la izquierda, al igual que ocurrirá en el caso estadounidense. La izquierda en ambos países se ha vuelto tan agresiva, tan totalitaria en sus tácticas, tan intensa en su represión de la libertad de expresión y de asociación, que todo país civilizado a largo plazo tendrá que rechazar a sus partidos políticos y candidatos para no acabar como China.
Esto es bien sabido en Brasil. Así que el retroceso que está fomentando el gobierno de Lula ahora solo creará otro retroceso en unos pocos años, el que traerá de vuelta no solo a Bolsonaro, sino a muchos otros líderes políticos que se unirán en torno a las libertades básicas como centro de la buena vida. Pero en este proceso, los principales medios de comunicación lucharán a cada paso y tratarán de tachar de «fascista» e «insurrecto» a cualquier movimiento o candidato que no sea de izquierdas, además de difamarlos y denunciarlos. Pero con el tiempo esto se agotará a medida que se haga perfectamente obvio que la izquierda solo ofrece más declive económico y más controles gubernamentales.
Hay un panorama más amplio que considerar. En marzo de 2020, Henry Kissinger escribió en el Wall Street Journal que la estabilidad política del mundo realmente dependía de la aplicación exitosa de las políticas contra la pandemia. Las acciones se habían vuelto tan extremas que un fracaso podría desestabilizar y desacreditar los sistemas políticos de todo el mundo. «Un fracaso podría incendiar el mundo», escribió Kissinger.
En este punto, él tenía toda la razón. Yo diría profético, pero en realidad era perfectamente obvio en aquel momento el tipo de desastre mundial que se estaba gestando. Mucha gente lo vio en su momento.
Aquí estamos con los resultados. La gente ya no confía en las instituciones antes respetadas, desde el mundo académico hasta la cúpula empresarial. La salud pública está desacreditada, al igual que los principales medios de comunicación de la mayoría de los países, que son tan parciales y están tan obviamente captados.
Los políticos ya no pueden tomar posesión de sus cargos sin la sospecha masiva de que el voto ha sido amañado. En los países democráticos, hay movimientos activos que no ven otro recurso para cambiar el sistema que asaltar los edificios oficiales y hacer oír su voz, pero eso suele acabar en medidas represivas y otras formas de opresión política intensificada.
Al parecer, Brasil va como Estados Unidos. Lo único que piden los disidentes de ambos países es que ninguno de ellos siga el camino de China.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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