Comentario
La semana pasada, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional publicó una evaluación en la que se afirmaba que «el príncipe heredero de Arabia Saudita, Muhammad bin Salman, aprobó una operación en Estambul, Turquía, para capturar o matar al periodista saudita Jamal Khashoggi». La Casa Blanca de Joe Biden dice que no sancionará al líder de facto del tradicional aliado de EE.UU. por temor a dañar las relaciones. Pero eso es engañoso, porque el propósito de la publicación de la evaluación es hacer que los sauditas parezcan tan malos como sea posible, con el fin de hacer que el socio preferido del Equipo Biden en Oriente Medio, Irán, se vea mejor por comparación.
La administración se está preparando para volver a entrar en el acuerdo de 2015 de Barack Obama con Teherán y legalizar el programa de armas nucleares de un estado terrorista que ha estado lanzando ataques con misiles contra Arabia Saudita durante varios años. Es difícil imaginar que Washington imponga una sanción más severa a Riad.
La evaluación de inteligencia de que el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman, a menudo referido como MBS, fue responsable del asesinato de Khashoggi fue filtrada por primera vez hace casi dos años y medio por funcionarios estadounidenses anónimos. El objetivo de la filtración era dañar las relaciones entre Riad y Donald Trump.
Obama había debilitado la alianza con los sauditas y otros socios de EE.UU. en Oriente Medio porque quería realinear los intereses estadounidenses con el régimen antiamericano de Irán. Incluso antes de que Trump saliera del acuerdo nuclear con Irán en mayo de 2018, señaló que estaba desechando la política destructiva de su predecesor y restaurando el sistema de alianzas liderado por Estados Unidos en la región. Trump realizó su primer viaje presidencial a Arabia Saudita para destacar la importancia de una relación que aportaba inversiones sauditas y empleos estadounidenses.
Después de que Khashoggi fuera asesinado en octubre de 2018, los aliados de Obama utilizaron la prensa para presionar a Trump y hacer que Arabia Saudita fuera radioactiva. En Νοviembre de 2018, el Washington Post publicó detalles con fuentes anónimas de lo que se convertiría en la evaluación de la ODNI. Según fuentes del Post, la CIA creía que «no hay manera de que esto ocurriera sin que [MBS] estuviera al tanto o involucrado».
Si MBS sabía que un equipo iba a ir a Estambul tras Khashoggi, no hay pruebas de que la delegación saudita fuera enviada a matarlo, y menos por orden de MBS. Y es por eso que el informe de la ODNI pone reparos a su afirmación central: «Aunque los funcionarios sauditas habían planeado de antemano una operación no especificada contra Khashoggi», se lee en la evaluación, «no sabemos con cuánta antelación los funcionarios sauditas decidieron hacerle daño».
El resultado es el mismo en cualquier caso—la vida de un hombre fue tomada por otros hombres. Pero la cobertura de la prensa y las declaraciones de la administración Biden han ocultado intencionadamente quién era exactamente ese hombre.
En primer lugar, Khashoggi no era, como afirma la prensa, un columnista del Washington Post. Los diversos artículos de opinión que el periódico publicó con su nombre fueron escritos por otras personas. Como no escribía bien el inglés, sus artículos fueron dirigidos, desde su concepción hasta su composición, por agentes pagados de Qatar, rival de Arabia Saudita en el Consejo de Cooperación del Golfo, que le animaron a opinar críticamente sobre su país natal.
Tampoco era, como tuiteó el secretario de Estado Anthony Blinken, un residente permanente de EE.UU. y, por tanto, con derecho a la protección, atención y consideración que Washington debe a los ciudadanos estadounidenses y a los titulares de tarjetas de residencia. Khashoggi tenía un apartamento en Virginia y vivía en Estados Unidos con un visado de trabajo.
Además, Khashoggi no era un «disidente». Era una persona con información privilegiada en Arabia Saudita, con vínculos con los servicios de inteligencia del país. Había gestionado empresas de medios de comunicación propiedad de un miembro de la familia real de Arabia Saudita que fue durante mucho tiempo jefe de la dirección general de inteligencia de Riad. Khashoggi consideró en su día amigo a Osama Bin Laden y simpatizaba con otros movimientos extremistas islámicos. A menudo expresaba sentimientos antiisraelíes y antisemitas en redes sociales. Antes de ser asesinado, Khashoggi pidió 2 millones de dólares a Riad para crear un centro de estudios en Washington, DC, para promover los intereses sauditas. En otras palabras, parece que estaba utilizando sus artículos del Post y su relación con Doha para negociar con Riad su lealtad.
A su vez, su muerte fue utilizada por antiguos funcionarios estadounidenses para promover sus causas. Un grupo de oficiales retirados de la CIA estuvo atacando a MBS incluso antes de que sustituyera a Mohamed Bin Nayef como príncipe heredero en 2017. Como antiguo jefe de la inteligencia saudita, Nayef era bien conocido por los funcionarios de inteligencia estadounidenses que esperaban que ascendiera al trono una vez que el envejecido rey Salman muriera. Suponían que Nayef les daría un poco de apoyo en su jubilación, ya que los sauditas suelen conceder favores a antiguos diplomáticos estadounidenses y a espías de alto nivel amigos del Reino.
Cuando el Rey movió a su hijo a la cabeza de la línea, esos exfuncionarios de la CIA lo vieron como si se hubiera abierto la veda contra un aliado de EE.UU. La iniciativa anti-MBS de la CIA se cruzó con los esfuerzos del bando de Obama para bloquear la política de Trump de restaurar el sistema tradicional de alianzas liderado por Estados Unidos en Oriente Medio. La muerte de Khashoggi fue utilizada como la principal plataforma para la operación de información anti-MBS, que fue impulsada a través de la prensa, con el Washington Post como vehículo principal.
Al hacer pública la evaluación del DNI, la administración Biden no hace más que anunciar que la política de Obama vuelve a ser operativa. Prácticamente todos los funcionarios de Obama que impulsaron el acuerdo con Irán en 2015 están de vuelta con el equipo de Biden, preparados para deshacer las sanciones e incrementar la capacidad bélica del régimen.
La evaluación también está destinada a pintar a los sauditas como un mal único, una táctica similar a la desplegada en los últimos años contra los partidarios de Trump. El establishment difama a los estadounidenses de clase trabajadora como racistas y ahora como terroristas domésticos para justificar su destrucción, mandando sus empleos a China, abriendo las puertas a millones de inmigrantes ilegales, etc. Y es por Khashoggi, dicen los funcionarios de Biden y sus sustitutos de la prensa, que los sauditas merecen vivir bajo la amenaza de un estado terrorista que ostenta un arma nuclear. Por supuesto, legitimar la bomba de Irán es un problema no solo para los aliados de EE.UU. en Oriente Medio sino también para la seguridad nacional de EE.UU., incluso aquí en casa. Pero ¿qué importa eso a una clase dirigente estadounidense que ha demostrado repetidamente que desprecia a Estados Unidos?
Lee Smith es el autor del libro recientemente publicado «El Golpe Permanente: Cómo los enemigos extranjeros y domésticos tienen como objetivo al presidente estadounidense».
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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