Comentario
Dos encuestas, una en Canadá y una al sur de su frontera, encontraron que los milenials tienden a tener una visión positiva del socialismo y de las políticas socialistas. La encuesta estadounidense muestra que un 70 por ciento de los milenials dicen que probablemente votarían por un candidato socialista.
Si estos hallazgos le causan sorpresa, es porque quizás no haya estado prestando suficiente atención en la escuela. De hecho, este punto de vista es resultado directo de medio siglo de cursos de historia y humanidades inspirados en el marxismo.
A principios de los 60, los debates sobre política educativa eran en su mayoría sobre los métodos en el salón de clase. A los maestros tradicionales les gustaba la instrucción directa y el discurso socrático. Los educadores progresistas buscaban desarrollar más «experiencias de aprendizaje cooperativas», y escuelas «centradas en los estudiantes».
Pero a fines de los sesenta, la educación se volvió más política. Los sindicatos de maestros se volvieron más partidistas. Se alinearon con los partidos políticos más radicales. Los maestros, incluyéndome a mí, obtenían títulos de graduación de profesores de educación progresistas, calificándonos para sustanciales aumentos de paga y posiciones de influencia en el establecimiento educativo.
Para fines de los 70, la enseñanza había sido transformado de una «vocación» poco remunerada pero prestigiosa, a una bien remunerada «misión revolucionaria».
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Se desestiman las narrativas tradicionales
Manipular las lecciones de historia se volvió una estrategia común para los educadores motivados por la ideología. Las narrativas tradicionales sobre cómo las colonias norteamericanas avanzaron hacia naciones libres, abiertas y democráticas fueron desestimadas como claramente absurdas. Los sentimientos patrióticos fueron remplazados por la política radical.
Irónicamente, esta disposición progresista emergió por primera vez del corazón próspero democrático-capitalista de Estados Unidos. Para fines del siglo XIX, la currícula clásica de la gramática de la escuela británica, importada en los primeros años de la colonial Norteamérica, dejó entrar las ideas de los revolucionarios sociales de Europa. A principios del siglo XX, la influencia europea fue complementada con las teorías del filósofo estadounidense John Dewey.
Dewey lanzó un feroz ataque a la escuela tradicional, comenzando con la publicación de su persuasivo tratado dual «La escuela y la sociedad», y «El niño y la currícula» en 1899 y 1902. El trabajo principal de Dewey de 1916 «Democracia y educación» tuvo un efecto prometeico en la teoría de la educación por todo el mundo.
El movimiento progresista estaba entretejido alrededor de una filosofía socialista común, con raíces en la vida intelectual radical de la Europa del siglo XIX. Dewey fue un marxista y hasta hoy su influencia ha tenido un profundo efecto sobre la práctica educativa. El «pragmatismo» de Dewey y los «métodos actividad» capturaron la imaginación de los teóricos en educación quienes quitaron el debilitado sistema tradicional y formaron al final uno nuevo.
En un discurso de 2015, el ex senador republicano y aspirante a candidato presidencial conservador, Rick Santorum, le preguntó a la audiencia: «¿Sabían que el libro de texto más popular que se enseña en nuestras escuelas en América está escrito por un hombre llamado Howard Zinn, quien es un marxista anti-americano, y que es el libro de texto más común?».
El libro al que se refería Santorum era «A People’s History of the United States» (Una historia del pueblo de Estados Unidos), una interpretación marxista enormemente popular que continúa recibiendo grandes apoyos de los pioneros en tendencia progresista, como la única historia que todo estadounidense debería leer.
Durante los años, los progresistas produjeron millones de los tal llamados «pensadores críticos» que se volvieron opositores no críticos del capitalismo democrático y de la civilización occidental. Para la gente joven bien escolarizada, nuestra historia se convirtió un vergonzoso registro de opresión e inferioridad moral.
La experiencia canadiense
En Canadá, fuimos enormemente influenciados por las tendencias intelectuales progresistas de Estados Unidos.
La evidencia del nuevo movimiento escolar se volvió cada vez más aparente en mi parte del país para fines de los 70. En 1979, el recién elegido gobierno de Quebec introdujo un régimen pedagógico «de vanguardia» que alentaba las practicas progresistas en todos los frentes.
Entre las iniciativas referencia del nuevo régimen había un curso de historia obligatorio de Quebec. El nuevo programa fue desarrollado por el Ministerio de Educación de Quebec, pero se invitó a una organización profesional en inglés llamada la Asociación Quebec de Maestros de Historia a evaluar el programa. Yo y otro colega servimos como evaluadores.
Nuestros hallazgos conmocionaron a los educadores locales. Dijimos que el nuevo curso daba poca o ninguna atención a la contribución de la cultura, religión, costumbres, leyes o ideas europeas en el desarrollo de Quebec y Canadá. De hecho, reportamos, se le daba más atención a la emergencia de el Parti Quebecois social democrático entre 1968 y 1979 que a los enteros 350 años de la historia de la Iglesia Católica Romana en Norteamérica.
El curso, concluimos, se enfocaba en oscuras relaciones entre «opresores» y «oprimidos». La discordia del área francesa e inglesa de Canadá se relacionaba con un conflicto de clase. Una historia inspiradora: «De Colonia a Nación» había sido desmantelada en favor de la pantalla de humo del desarrollo de una agenda política marxista liberacionista.
La caída de nuestro reporte fue rápida. La junta de nuestra asociación de maestros de historia votó por no circularlo a los miembros y nos vimos obligados a renunciar a la organización. El reporte atrajo algo de cobertura de la prensa pero fue considerado en general demasiado «provocativo» para tomarlo en serio.
Marx vivo y coleando en el siglo XXI
El año pasado, unos 40 años después, me llamó la atención que Quebec había implementado un curso obligatorio de historia revisado, y esta vez la Junta de Escuelas en Inglés de Montreal comisionó un «Comité de Expertos de Historia» independiente para evaluar el nuevo programa.
Al menos uno de los expertos contribuyentes señaló que el programa presentaba los desarrollos económicos y sociales a través de «una lente marxista» usando terminología marxista, sin ninguna contextualización y sin definir términos. El revisor puntualizó que «Como la ideología no es presentada ni examinada, los puntos de vista expresados que reflejan esta visión del mundo pueden ser fácilmente tomadas por el lector como correctos, en vez de como una forma de razonar sobre eventos sociales, económicos y políticos».
Eso fue exactamente lo que dijimos en 1979. Pero parece que una vez más, los encargados de formular políticas, concluyeron que una visión del mundo marxista sin examinar debería ser requisito obligatorio para graduarse en una sociedad democrática capitalista.
La esquizofrénica relación entre escuela y sociedad
La dominancia presente del análisis socioeconómico marxista en el estudio de la historia y las humanidades es ciertamente no única a la provincia de Quebec. De hecho, esta relación esquizofrénica entre escuela y sociedad es ubicua por todo Norteamérica. El movimiento progresista ha producido una profunda desconexión entre los valores de los educadores modernos y los principios fundacionales de las naciones libres.
Fuera de los círculos intelectuales radicales, la mayoría de las personas comunes han sido condicionadas por el movimiento progresista para evaluar las escuelas solamente en la base a qué tan bien aprenden los estudiantes.
Los padres hacen preguntas sensatas y materiales sobre cómo van en la escuela. ¿Están los estudiantes adquiriendo habilidades académicas? ¿Tienen infraestructura, recursos, y equipo técnico adecuado? ¿Van a alfabetizarse los jóvenes y tener más logros en matemática y ciencia? Estas son todas preocupaciones razonables e importantes.
Pero el enfoque de los progresistas por toda Norteamérica sobre «cómo» aprenden los estudiantes se ha vuelto un engaño útil para desviar la atención de la gente sobre «qué» se está enseñando. Los hombres y mujeres prácticos no prestan mucha atención al contenido de las lecciones de sus hijos; ellos solo quieren saber que le están yendo bien en los exámenes.
Sin ningún impedimento significativo del control o de la preocupación del público sobre qué enseñan las escuelas, el movimiento progresista ha literalmente capturado la cultura académica en Norteamérica.
Evaluando el razonamiento de la ideología marxista
Evaluar el impacto de la influencia marxista desde la publicación del «Manifiesto Comunista» en 1848 y «Das Kapital» en 1867 requiere un entendimiento crítico del análisis marxista.
El intelectual estadounidense Robert L. Heilbroner hizo un buen trabajo en desmitificar al marxismo para el lector promedio y proveer una descripción clara de los elementos esenciales del pensamiento marxista. Para Heilbroner, el marxismo contiene un conjunto común de premisas; el enfoque dialéctico al conocimiento, un acercamiento materialista de la historia, una deconstrucción del capitalismo para crear conciencia, y un compromiso con el socialismo.
El razonamiento dialéctico apunta a las relaciones dinámicas y adversarias, originalmente entre proletarios y capitalistas, pero en el presente se extienden a blancos contra negros, mujeres contra hombres, lo secular contra lo religioso, gays contra heterosexuales, consumidores de energía contra ambientalistas, y así con todo. La necesidad imperativa de resolver atributos contradictorios siempre reivindica el compromiso marxista con alguna forma de acción social.
El razonamiento dialéctico básico afirma que el cambio es la esencia del ser. También postula la noción hegeliana de «contradicción» de que la realidad consiste de una coexistencia inestable entre fuerzas inherentemente incompatibles.
Los marxistas de la vieja escuela ubican al motivo principal del cambio histórico en la lucha entre las clases sociales determinadas económicamente. Esto conduce a la visión adversaria de la historia, prominente en el libro de texto progresista de Howard Zinn y el programa de historia de Quebec.
La fusión del razonamiento materialista y dialéctico le dio al marxismo un carácter distintivamente combativo que apela naturalmente a los idealistas intelectuales. La historia marxista promete una doble victoria para la humanidad —una victoria sobre la clase capitalista dominante y la eliminación de toda forma de discriminación.
Más recientemente, los progresistas han ido por todo, en una miríada de cruzadas dialécticas post modernas, desde reclamos de tierra indígenas hasta el ambientalismo radical y el reconocimiento obligatorio de los derechos de los transexuales. La victimología siempre actúa bien en los teatros de la izquierda.
Las promesas incumplidas del socialismo
Para predisponer el sentimiento del público en favor de un «cambio progresista», los intelectuales marxistas buscan influenciar instituciones formadoras como escuelas y universidades.
Pero el socialismo nunca ha cumplido sus promesas. Los partidos revolucionarios como los bolcheviques rusos y los maoístas chinos tomaron el poder durante catástrofes nacionales y desataron décadas de terror y privación a sus ciudadanos. Los marxistas occidentales como los fabianos británicos, los eurocomunistas, y los progresistas americanos, rechazaron la revolución violenta y han buscado alcanzar el socialismo a través de elecciones democráticas. Donde tuvieron éxito, las economías se estancaron con regulaciones y altos impuestos.
La última revolución en las urnas de votación tuvo lugar en el alguna vez próspero país de América Central, Venezuela. En 1998, Hugo Chávez, consiguió ser elegido bajo la bandera del socialismo democrático. Cuando los precios mundiales del petróleo cayeron y el suministro de dinero de las transacciones del mercado capitalista comenzaron a menguar, se volvió evidente que el país estaba bajando por «el camino hacia la servidumbre». Para 2018, bajo el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, el 80 por ciento de la población vive bajo la línea de la pobreza.
Aún así, los partidos de izquierda liberales en Canadá y Estados Unidos rara vez temen usar una crisis para aumentar el poder del estado burocrático. En medio del actual dilema de salud pública y económico creado por la pandemia del COVID-19, los liberales federales buscan tomar el poder para aumentar los impuestos o crear unos nuevos sin la aprobación parlamentaria. Los demócratas estadounidenses buscan cargar legislación de alivio con miles de millones de dólares en apoyo de causas progresistas que nada tienen que ver con la crisis económica.
Juntar más poder en tiempos difíciles es parte del ADN progresista.
Una modesta propuesta
En 1967, el líder del movimiento estudiantil alemán, Rudi Dutschke, reformuló la estrategia de «capturar la cultura» postulada en los 30 por el filósofo comunista italiano Antonio Gramsci. Dutschke propuso una «larga marcha» a través de las instituciones. Esa marcha ha estado progresando en todas las escuelas de Norteamérica desde los 70.
Hasta ahora, cuando las naciones libres se enfrentan con políticas económicas socialistas que las hieren, han resistido eligiendo fuertes líderes conservadores-liberales como Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Brian Mulroney, Stephen Harper, Boris Johnson y Donald Trump. Desafortunadamente no hay garantía de que esto continúe.
En la edición de enero de 1989 del New Yorker, Robert L. Heilbroner escribió: «[La] contienda entre el capitalismo y el socialismo terminó: el capitalismo ganó». Sabemos ahora que los rumores sobre la caída del socialismo han sido muy exagerados. De hecho, las doctrinas socialistas están ganando popularidad, especialmente entre la gente joven.
Una encuesta de octubre de 2019 mostró un aumento al apoyo al socialismo (36 por ciento) entre los milenials estadounidenses comparado con 2018. Solo el 57 por ciento cree que la Declaración de la Independencia garantiza mejor la libertad e igualdad que el «Manifiesto Comunista». Según el Informe de Milenials Canadienses de octubre de 2018, aquellos entre los 18 a 34 años, están más cómodos con políticas socialistas como la redistribución de la riqueza y medidas intervencionistas del gobierno. Cincuenta y cuatro por ciento piensan que un sistema más socialista podría beneficiar a Canadá.
Aquí hay una modesta propuesta para una reforma educativa: pongan poco foco en discutir «cómo aprenden los estudiantes» y presten un poco más de atención al asunto igualmente importante de «qué se está enseñando».
La larga marcha de la izquierda por nuestras aulas no ha producido graduados con gran sentido común y entendimiento. Nuestra cultura está rota, los jóvenes bien escolarizados han sido condicionados a detestar los valores fundacionales de nuestra propia sociedad.
De hecho, los únicos ciudadanos que parecen ser capaces de formar juicios independientes basados en la realidad son los trabajadores de cuello azul y la gente con oficios con mínima exposición a la influencia de la academia formal. Por ahora, ellos podrían ser nuestra última esperanza en asegurar la libertad y sobrepasar el enorme desafío por delante como resultado de la crisis del COVID-19.
William Brooks es un escritor y educador de Montreal. Actualmente tiene el puesto de editor en «The civil Conversation» para la Sociedad Civitas de Canadá y también contribuye con The Epoch Times.
Las opiniones expresadas en este artículo son la opinión del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times.
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