La primera vez que fui a pescar con mosca con mi padre, enseguida le enganché por el dedo. Ninguno de los dos sabíamos lo que estábamos haciendo (obviamente), y mi primer intento de lance acabó con este pequeño derramamiento de sangre. Sin embargo, al cabo de un rato sacamos el anzuelo y no hubo que lamentar daños mayores.
Perseveramos en la expedición de pesca, adentrándonos juntos en este reino desconocido de la pesca con mosca, al igual que nos adentramos en los fríos estanques del arroyo, bañados por el sol, bordeados de hojas y acechados por las truchas. No pescamos ni un solo pez en aquella salida. Ni en a siguiente. Ni en la siguiente.
A lo largo de aquel verano, encaramados en una F-150 roja y oxidada, recorrimos polvorientas carreteras rurales a través de los valles y las crestas de la zona Driftless en busca de arroyos de truchas, la mayoría de los cuales resultaron ser cauces cubiertos de maleza y sin posibilidades. Y cuando encontrábamos lugares adecuados para pescar, las truchas seguían esquivándonos.
Hay algo casi arquetípico en un padre y un hijo que se lanzan al agua con caña y carrete durante los largos y lánguidos días de verano. Ya sea recorriendo las orillas de lagos resplandecientes o sorteando las corrientes de ríos fangosos con un aparejo de pesca, hombres y niños siempre han dedicado su tiempo libre -y a veces su carrera- a perseguir adversarios con aletas. Quizá sea razón suficiente para sugerir a los padres que lleven a sus hijos a pescar. La pesca es tan antigua como la civilización humana. En 2016 se descubrieron anzuelos prehistóricos tallados en conchas de caracol marino en una cueva de la isla japonesa de Okinawa.
Pero, además de conectarnos con nuestras raíces y tradiciones milenarias, ¿por qué deberían los padres llevar a sus hijos a pescar? Permítanme ofrecerles algunas razones clave.
Conexión con el aire libre
En una época en la que los adolescentes pasan una media de más de siete horas al día delante de pantallas, la pesca proporciona un contacto muy necesario con la realidad y un descanso del mundo digital. Y, por otro lado, el tiempo en la naturaleza proporciona beneficios para la salud bien documentados, como la mejora de la memoria a corto plazo, la resolución de problemas, la creatividad, la reducción del estrés y la sensación de bienestar.
Crear un sentido de la maravilla
Más allá de los meros beneficios físicos, la exposición a la belleza natural y a la fuerza del aire libre forma nuestra mente y nuestra imaginación de una manera profunda. Esas experiencias nos humanizan y ennoblecen. El educador John Senior defendió la necesidad de fomentar este sentido del asombro en nuestras vidas, que definió como «el temor reverente que la belleza despierta en nosotros».
No hay nada que sustituya la sensación de paz, asombro y misterio que se apodera de uno cuando el cielo empieza a apagarse en un azul marino, surgen las estrellas y las criaturas nocturnas empiezan a cantar, y aunque está demasiado oscuro para seguir afuera, uno anhela quedarse. Esto es alimento para el corazón y el alma. En palabras de Leon Bean, las experiencias de los grandes espacios abiertos «nos enseñan a olvidar las cosas mezquinas e insignificantes de la vida».
Formación en la masculinidad
El papel que desempeñan los padres a la hora de inculcar un sano sentido de la masculinidad en sus hijos es objeto de innumerables artículos y libros en sí mismo. Para nuestros propósitos actuales, vale la pena señalar simplemente que la pesca proporciona tiempo para que los chicos estudien e imiten el comportamiento masculino de su padre. En concreto, la pesca es un medio excelente para este tipo de formación, ya que el acto de buscar comida en la naturaleza es inherentemente masculino. Los hombres deben mantener a los demás, y la pesca es una forma muy concreta y práctica de hacerlo.
Comida sana
No podemos ignorar los beneficios prácticos y obvios de la pesca: pescado delicioso y fresco para asar en la hoguera o freír en los fogones de casa. El pescado está repleto de nutrientes como proteínas, ácidos grasos omega-3, vitaminas D y B2, calcio, hierro, zinc, yodo, magnesio y potasio. Ayuda a mantener la salud del corazón y el cerebro. Es una gran satisfacción comer algo que se ha pescado con las propias manos y que uno sabe que es sano y nutritivo para su cuerpo y el de los suyos.
Fomentar las relaciones
Las actividades compartidas y significativas y los recuerdos resultantes crean relaciones entre las personas, especialmente entre los hombres. Según mi experiencia, los hombres son menos propensos a hablar cara a cara y a desvelar sus pensamientos, miedos y esperanzas más profundos tomando un café. Pero los hombres llegan a conocerse y respetarse cuando trabajan codo con codo en algún objetivo que merece la pena. En ese caso, la relación no es el centro de atención, lo que hace que muchos hombres se sientan más cómodos con la situación.
Pero la relación sigue siendo un objetivo principal, si no el principal, del tiempo dedicado a la actividad (no se lo diga a los demás). Y con la pesca (u otra tarea) manteniendo las manos y los ojos ocupados, las conversaciones —las verdaderas, significativas y vulnerables— suelen venir poco a poco.
Algunas de las conversaciones más íntimas y formativas con mi padre tuvieron lugar durante esas caminatas entre los acantilados y remontando los arroyos en busca de truchas de arroyo y salvelinos. Más que cualquier otro vínculo masculino, la relación entre hijo y padre necesita esta oportunidad para que se produzcan las conversaciones reales y esenciales: conversaciones sobre las esperanzas y los temores futuros, sobre la carrera y la vocación, sobre las chicas, sobre los errores del pasado, sobre los malentendidos y el perdón, sobre simplemente ser un hombre en el mundo moderno.
No estoy seguro de lo que nos hizo seguir adelante, a mi padre y a mí, durante aquel primer verano en el que nos enfrentamos a un fracaso tras otro en el agua. Supongo que fue una combinación de las razones antes mencionadas. Pero me alegro de que siguiéramos adelante, y no solo porque al final consiguiéramos pescar nuestra primera trucha aquel año. Hubo que sudar, luchar contra enjambres de mosquitos tan espesos como la decepción e incluso derramar algo de sangre. Pero mereció la pena. Estábamos aprendiendo a amar un deporte gratificante para toda la vida y formando un vínculo que ha perdurado a través de todas las incertidumbres de la vida. A nosotros nos funcionó. También puede funcionar para otros padres e hijos.
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