Comentario
Vivimos en una era de pesimismo y nihilismo, donde la esperanza y el propósito han sido despojados de la existencia. Desde la escultura «Fuente» de Marcel DuChamp, hasta la furia anarquista de la película «El club de la pelea», lo que queda es una fea cáscara de auto-odio que consume a la sociedad desde dentro.
Aunque puede ser difícil explicar este fenómeno destructivo, se resume con una palabra: postmodernismo.
El marxismo cultural —el uso de la teoría crítica y literaria para desmantelar a Occidente— es parte de eso. Todas nuestras normas y costumbres sociales están pasando por un filtro de conciencia de clase marxista, convirtiendo todo lo relacionado con la cultura e identidad occidental en opresión e intolerancia.
Desapareció todo excepcionalismo occidental: los derechos individuales, el método científico, la libertad religiosa, la separación de la iglesia y el estado, por nombrar algunos. En lugar de eso, nos dicen que occidente es imperialista, intolerante y represivo. Entonces, a cualquier sentimiento de orgullo occidental se le culpa de una falsa conciencia y de xenofobia.
Esta versión paulatina del marxismo, que surge de la competencia directa con el tipo revolucionario, no explica completamente la era postmoderna en la que vivimos. Sin duda, la teoría crítica y literaria de la Escuela de Frankfurt jugó un papel fundamental en su desarrollo, pero esta no es la historia completa. Para explicar esto, debemos volver al siglo XVIII.
La edad de la razón
Es ampliamente conocido que el siglo XVIII fue el corazón de la época de la Ilustración. Cuándo y dónde comienzan y terminan ciertas eras de la historia son invariablemente debatidas, pero los historiadores generalmente aceptan que la Ilustración, que dio frutos en el siglo XVIII, comenzó en el siglo anterior con pensadores como John Locke y Francis Bacon. A finales del siglo XVIII, la reacción contra la Ilustración ganó lentamente impulso hasta que culminó en la Revolución Francesa.
Esto marcó un punto de inflexión en un período bastante corto de unos 150 años. Un movimiento anti-ilustración sentó las bases de la Revolución Francesa, siendo Jean-Jacques Rousseau su más destacado pensador cívico. Mientras Locke abogaba por los «derechos naturales» individuales de vida y propiedad, Rousseau defendía una «voluntad general» colectiva, y los ciudadanos eran «obligados a ser libres». Entonces, no es sorprendente que la Revolución Francesa fuera tan sangrienta, considerando que sus cimientos se construyeron con un pretexto tan tiránico.
La Revolución Francesa llevó al ascenso de Napoleón, un patrón de hombre fuerte del caos que se repetiría muchas veces después. Cuando los alemanes fueron pisoteados por las fuerzas de Napoleón, culparon falsamente de ello a los efectos de la Ilustración, en particular porque los franceses habían eliminado las tradiciones de la iglesia y la monarquía con tanta violencia.
Sin embargo, los alemanes se oponían a la Ilustración tan vehementemente como los franceses, aunque esto creció en el siglo XIX a medida que los alemanes adaptaban el colectivismo establecido en Francia.
El sentimiento anti-ilustración de los alemanes realmente comenzó con Immanuel Kant, quien atacó el progreso de la razón con todas sus fuerzas. Él argumentó que existía un mundo noumenal más allá de los sentidos humanos y, por lo tanto, siempre habría elementos inexplicables por la razón.
Kant, siendo un hombre religioso, no estaba motivado por los ideales seculares de franceses como Voltaire, sino más bien, por la preservación de Dios en una era de la razón.
La antirazón
Ya sea que usted crea o no que Kant fue motivado por una disculpa religiosa, fueron sus esfuerzos reaccionarios contra la razón los que dieron forma a lo que estaba por venir. Si fuéramos a nombrar a un solo pensador como padre del anti-individualismo, sería Rousseau. De la misma forma, Kant fue el padre de la anti-razón.
El idealismo alemán surgió de ambas posiciones, y aquí es donde el postmodernismo está realmente arraigado. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Martin Heidegger y muchos otros pensadores alemanes se basaron no solo en la anti-razón de Kant, sino también en el antiindividualismo de Rousseau.
A medida que la era moderna surgía a finales del siglo XIX, el progreso de la Ilustración estaba siendo devorado por una cacofonía de voces reaccionarias, llevando a otro movimiento conocido como existencialismo. Este combinaba elementos del pensamiento francés y alemán, llevando al surgimiento de pensadores como Friedrich Nietzsche en Alemania, y más tarde, Jean-Paul Sartre en Francia.
Presentado como una respuesta altamente individualista al declive del cristianismo en occidente, el existencialismo no era en realidad más que un narcisismo pseudofilosófico, limitado solo por límites arbitrarios basados en el poder y la voluntad.
Además, hacia finales del siglo XIX, el socialismo y el comunismo estaban creciendo en popularidad. Aunque eran muy diferentes del existencialismo, una crisis de la izquierda llevó a la fusión de ambas escuelas de pensamiento a mediados del siglo XX. La forma en que esto ocurrió es una fascinante, aunque inquietante, visión de la psicología humana.
Fusión con el comunismo
Cuando el comunismo tomó el control de un tercio del planeta después de la Segunda Guerra Mundial, la izquierda se alegró de las perspectivas de un futuro utópico. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de este optimismo desapareciera.
A pesar de los repetidos reportes y advertencias sobre la inhumanidad de los regímenes comunistas, incluso desde el principio de la revolución bolchevique, la denuncia de Stalin en 1956 por Nikita Khruschev es una coyuntura crítica para la izquierda. La izquierda ya no podía negar en los medios de comunicación y en la academia, el encubrimiento del asesinato de decenas de millones de personas por esta brutal ideología.
Nos encontramos hoy con una izquierda nihilista que quiere que el mundo arda porque no consiguieron lo que esperaban. Como un niño que hace un berrinche, prefieren arruinar el juego que aceptar con gracia la derrota.
¿Cómo hace esto la izquierda? Proclamando que no hay verdad objetiva, todo el significado es subjetivo, y que la moralidad es puramente un producto de «los que tienen y los que no tienen», una lucha de poder entre dos fuerzas que pelean por la dominación. Sin embargo, lo hacen bajo el disfraz de la igualdad y la tolerancia, cuando en realidad no es así.
Todo el postestructuralismo, deconstruccionismo y la teoría crítica y literaria en el mundo no puede cambiar el hecho de que el postmodernismo no es más que la rabia sádica de los narcisistas que no soportan aceptar que nunca podrán tener la utopía que desean.
Y, así, terminamos con feministas como Luce Irigaray proclamando que E=mc² es una «ecuación sexista» porque «privilegia la velocidad de la luz sobre otras velocidades que son vitalmente necesarias para nosotros», y Sandra Harding que denominó a la «Principia Mathematica» de Isaac Newton un «manual de violación».
Cuando todo lo que queda es una interminable lucha de clases, reempaquetada de una forma tras otra, ¿es de sorprender que la cultura occidental haya sido consumida por el resentimiento y la desesperación?
Cid Lazarou es un blogger, escritor y periodista independiente del Reino Unido.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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