Principales controversias científicas sobre COVID-19

3 debates sobre el uso de máscaras, la inmunidad al COVID-19 y las tasas reales de infección

Por MANAL MOHAMMED
17 de agosto de 2020 5:59 PM Actualizado: 17 de agosto de 2020 5:59 PM

Aunque los líderes políticos han cerrado las fronteras en respuesta a la COVID-19, los científicos están colaborando como nunca antes. Pero el coronavirus (SARS-COV-2) es nuevo —y aún no tenemos todos los datos sobre él. Como resultado, es posible que tengamos que cambiar nuestro enfoque a medida que lleguen nuevos datos científicos.

Eso no significa que la ciencia no sea confiable —tendremos el cuadro completo con el tiempo. Y ya hay grandes investigaciones que pueden ayudar a orientar las decisiones políticas. Aquí hay tres temas en los que los científicos no están de acuerdo.

Mascarillas faciales

La COVID-19 se propaga por las partículas de la tos, los estornudos y el habla. Para detener la propagación del virus, en muchos países es obligatorio el uso de mascarillas.

Pero han habido muchos debate entre los científicos sobre la eficacia de las mascarillas para reducir la propagación de COVID-19. Un informe de un grupo multidisciplinario convocado por la Royal Society se ha pronunciado a favor de que el público use las mascarillas faciales. Estos documentos, que no han sido revisados por pares expertos, sostienen que las cubiertas faciales pueden contribuir a reducir la transmisión de COVID-19 si se usan de forma generalizada en situaciones en las que no es posible realizar el distanciamiento físico.

Un estudio clínico relativamente pequeño también reveló que los niños infectados que usaban mascarillas no transmitían el virus a sus familiares.

Pero la ciencia es compleja. Las mascarillas no impedirán que el portador inhale pequeñas partículas de COVID-19, que pueden causar la infección. Un estudio reciente informó que usar una mascarilla también puede dar una falsa sensación de seguridad, lo que significa que los usuarios pueden ignorar otras medidas importantes de control de la infección.

Las investigaciones también han demostrado que cuando las personas usan mascarillas, el aire exhalado va a los ojos. Esto genera un impulso para tocarse los ojos. Y si sus manos están contaminadas, se puede infectar. De hecho, la OMS advierte que las mascarillas pueden ser contraproducentes a menos que los usuarios eviten tocarse la cara y adopten otras medidas de control.

También sabemos que las mascarillas pueden hacernos respirar con mayor frecuencia y más profundamente —lo que esparce más aire contaminado.

Por lo tanto, muchos científicos no están de acuerdo con el informe de la Royal Society y piden más pruebas sobre la eficacia de las mascarillas. En condiciones ideales, necesitamos ensayos controlados aleatorios que involucren a muchas personas de una población entera para rastrear la forma en que las mascarillas están influyendo en el número de infecciones.

Dicho esto, otros científicos sostienen que deberíamos usar mascarillas, a pesar de la falta de pruebas totalmente confiables —para estar seguros. Sin embargo, en última instancia, las armas más fuertes que tenemos son las medidas preventivas básicas como ñavarse regularmente las manos y el distanciamiento social.

Inmunidad

Los inmunólogos están trabajando duro para determinar la inmunidad a la COVID-19. Muchos estudios se han centrado en los «anticuerpos neutralizantes», producidos por las llamadas células B, que se unen a las proteínas virales y previenen directamente la infección.

Varios estudios han encontrado que los niveles de anticuerpos neutralizantes permanecen altos durante unas pocas semanas después de la infección, pero luego generalmente comienzan a disminuir. Un estudio revisado por pares expertos de China demostró que las personas infectadas presentaban una fuerte disminución de los niveles de anticuerpos en los dos o tres meses siguientes a la infección. Esto ha creado dudas sobre si las personas obtienen una protección a largo plazo contra la exposición posterior al virus. Si este estudio resulta acertado —con los resultados respaldados por otros estudios— esto podría tener implicaciones sobre la posibilidad de producir vacunas con una inmunidad prolongada.

Imagen ilustrativa. (Pete Linforth/Pixabay)

Mientras muchos científicos creen que los anticuerpos son la clave de la inmunidad, otros sostienen que también están involucradas otras células inmunes llamadas células T, producidas cuando el cuerpo encuentra las moléculas conocidas como antígenos que desencadenan una respuesta inmunológica. Éstas se pueden programar para luchar contra los mismos o similares virus en el futuro. Y los estudios sugieren que las células T están funcionando en muchos pacientes que luchan contra COVID-19. Las personas que nunca se han infectado también pueden albergar células T protectoras porque han sido expuestas a coronavirus similares.

Un estudio reciente del Instituto Karolinska de Suecia, que aún no ha sido revisado por expertos, encontró que muchas personas que sufrió COVID-19 leve o asintomático tienen inmunidad mediante células T— incluso cuando los anticuerpos no pueden ser detectados. Los autores creen que esto puede prevenir o limitar la reinfección, estimando que un tercio de las personas con COVID-19 asintomático podría tener este tipo de inmunidad. Pero aún no es claro cómo funciona y cuánto tiempo dura.

Si este es el caso, esta es una muy buena noticia, porque significa que la inmunidad pública a COVID-19 es probablemente significativamente más alta de lo que las pruebas de anticuerpos han sugerido. Algunos han argumentado que podría crear una «inmunidad de grupo» —en la que se han infectado suficientes personas como para ser inmunes al virus, con una tasa de infección tan baja como el 20 por ciento, en lugar del ampliamente aceptado 60-70 por ciento. Esta afirmación, sin embargo, sigue siendo controvertida.

La respuesta inmunológica a la COVID-19 es compleja, y es probable que el cuadro completo se extienda por encima de los anticuerpos. Ahora se deben realizar estudios más amplios durante períodos de tiempo más largos tanto en las células T como en los anticuerpos para comprender la duración de la inmunidad y cómo se relacionan estos diferentes componentes en la inmunidad de la COVID-19.

Número de casos

La cantidad de casos reportados de COVID-19 está variando drásticamente en todo el mundo. Algunas regiones informan que menos del 1% de las personas han sido infectadas, y otras que más de la mitad de la población ha tenido COVID-19. En un estudio, que ha sido revisado por homólogos, se estimó que solo se ha notificado el 35% de los casos sintomáticos en Estados Unidos y la cifra es menor otros países.

Cuando se trata de estimar la verdadera incidencia, los científicos utilizan solo uno de los dos enfoques principales. Analizan una muestra de personas de una población en busca de anticuerpos e informan directamente esas cifras, o predicen cómo va a afectar el virus a una población utilizando modelos matemáticos. Esos modelos han dado estimaciones sumamente diferentes.

En una investigación dirigida por la Universidad de Toronto (Canadá), que aún no ha sido revisada por pares expertos, se evaluaron los datos de los análisis de sangre de personas de todo el mundo y se descubrió que la proporción de personas que han contraído el virus varía mucho de un país a otro.

No sabemos por qué. Podría haber diferencias reales debido a la edad, la salud o la propagación de cada población, o en las políticas para controlar la transmisión del virus. Pero es muy probable que se deba a diferencias en la metodología, como por ejemplo, las pruebas de anticuerpos (pruebas serológicas). Diferentes pruebas tienen diferente sensibilidad.

Los estudios de anticuerpos sugieren que solo el 14% de las personas en el Reino Unido han tenido COVID-19, en comparación con el 19% en Suecia y el 3% en Yemen. Pero eso excluye las células T. Si proporcionan una guía confiable de la infección, el número puede ser mucho más alto —potencialmente cercano a la inmunidad colectiva en algunas regiones— pero esto está en discución.

Manal Mohammed es profesor de microbiología médica en la Universidad de Westminster en el Reino Unido. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.


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