¿Qué lo impulsa a mantener una conversación?

Por The Epoch Times
18 de septiembre de 2020 1:10 PM Actualizado: 18 de septiembre de 2020 1:10 PM

Cuando conversamos con otros seres humanos, la mayoría nos inclinamos a asentir con la cabeza de vez en cuando, con un aja o mmm, para que la otra persona sepa que la estamos escuchando y recibiendo su información. Estos gestos son una forma de mantener una conexión en la interacción y asegurarle a la otra persona que estamos con ellos en su historia.

Un amigo, a quien conozco desde hace muchos años, simplemente no participa en este comportamiento habitual. No hace estos símbolos normales y nunca lo ha hecho. Cuando comparto pensamientos o experiencias con él, no recibo ninguna señal clara de que los está recibiendo, y mucho menos asimila mi experiencia de forma significativa. Asumo que me está escuchando, porque está en mismo lugar y no es sordo, y también porque a menudo hace alusión a lo que compartí en conversaciones posteriores. Pero durante la interacción en sí, no hay nada que afirme que me está escuchando. Y a menudo se siente como si no estuviera hablando con nadie.

En una reciente «conversación» con este amigo, noté que me estaba volviendo cada vez más ansiosa e incluso un poco frenética. En ausencia de palabras o gestos de reconocimiento por parte de él, en el silencio, me sentía cada vez más aislada, sin fundamento, desconcentrada, y ya no estaba en contacto con mi propia experiencia. Estaba perdiendo la conexión conmigo misma. Las palabras que salían de mi boca seguían contando la historia que quería contar, pero quien las decía (yo) había abandonado la escena. Me desconecté de lo que era importante para mí acerca de lo que estaba compartiendo. Por más imperceptible que fuera externamente, internamente estaba en una persecución febril, obsesionada por obtener una respuesta de él, en lograr que me escuchara, validar mi experiencia y, en última instancia, demostrarme que yo existía.

Independientemente de lo que usted o yo podamos pensar sobre el comportamiento de mi amigo, o mi elección de si tener una relación con él, la experiencia nos apunta hacia un tema más grande. Si nos detenemos y nos vemos a nosotros mismos, tomamos nota de nuestro estado interno mientras conversamos con amigos y personas importantes, con frecuencia encontramos un sentimiento de fondo de ansiedad, lucha o esfuerzo. Sin ser conscientes de ello, estamos tratando de obtener algo de nuestro oyente, para obtener una cierta respuesta, y en última instancia, hacer que algo se sienta mejor en nosotros mismos.

Con frecuencia, necesitamos algo de nuestro oyente de lo que ni siquiera somos conscientes. Buscamos que la otra persona nos haga sentir escuchados, que nos dé la sensación que comprende nuestra experiencia, que nos comprende. Le otorgamos a la otra persona el poder de cumplir o negar este deseo primario, el más básico de todos los anhelos humanos. Y como este anhelo de ser escuchado es tan profundo, es doloroso cuando no sucede, y regalarlo a nuestro interlocutor crea en nosotros una sensación de estrés e incluso de desesperación. Sin saberlo, nos volvemos impotentes en la satisfacción de una de nuestras necesidades más básicas.

A veces, además de tratar de ser escuchados, estamos luchando para obtener apoyo o aprobación, para conseguir que la otra persona nos haga sentir bien por algo que dijimos o hicimos, para confirmar que estamos en lo cierto. A veces intentamos obtener una respuesta que alivie nuestra culpa, vergüenza o miedo, y calme nuestros pensamientos negativos. Otras veces, estamos tratando de que la otra persona nos vea bajo una luz particular, como inteligentes, impresionantes, buenos o cualquier otra identidad positiva; tratando de obtener una respuesta que nos haga sentir que somos valiosos.

No importa lo que intentemos obtener de la otra persona —y por lo general es algo— sufrimos si no lo obtenemos.

Tratar de obtener una respuesta es una parte normal de toda interacción humana. Pero a un nivel sutil y no tan sutil, esta intención a menudo oculta crea una sensación de fondo de estrés y lucha.

Para liberarnos de esta forma de relacionarnos, necesitamos ser conscientes.

Primero, necesitamos ser conscientes de cuando estamos internamente atrapados en una interacción y siendo impulsados por la necesidad de obtener algo de nuestro oyente. Necesitamos ser capaces de detenernos justo ahí, en ese momento en el que estamos atrapados, y tirar de la lente hacia atrás. Entonces podemos observar nuestra propia condición interna.

Necesitamos ser conscientes de lo que realmente nos impulsa, qué respuesta estamos tratando de obtener, y lo más importante, qué buscamos satisfacer o facilitar en nosotros.

Con conciencia, podemos salir de la lucha, dar un paso atrás del esfuerzo implacable. Podemos desviar nuestra atención del otro y dirigirla hacia nuestros propios anhelos. Entonces podemos empezar a alimentarnos de maneras que podamos controlar. El trabajo pesado requerido para conseguir que alguien más nos dé lo que necesitamos puede entonces fundirse en una presencia compasiva dentro de nosotros mismos.

En una reciente conversación con mi amigo, que no responde, mi cuerpo me alertó que estaba en un estado de intensa ansiedad y angustia. Me di cuenta que tenía los hombros arriba de las orejas y que mi respiración era rápida. Mi voz se hacía más fuerte y había una opresión en el pecho que parecía una roca. Cuando me di cuenta de estas sensaciones físicas, me detuve, me desconecté de la conversación, del intento de que me oyera, y respiré lentamente y con conciencia. Hice una pausa y cambié mi atención de afuera hacia adentro. Literal y figuradamente recogí toda la energía que estaba lanzando hacia fuera, hacia mi amigo, y la traje de vuelta hacia mí. A través de este proceso de conciencia, estaba una vez más en el centro de mi propio universo. Había dejado de orbitar alrededor de su planeta y me establecí de nuevo en casa por mi cuenta.

Entonces continué contando la misma historia, pero en vez de contársela a él y a otra persona, me la conté a mí misma. Comencé, no solo a hablar, sino también a escuchar y recibir mis propias palabras. En lugar de enviar mi energía hacia afuera, regalando mis palabras, esperando recibir alguna señal del espacio que probara mi existencia, me convertí conscientemente en mi propio destino y espejo.

Lo más importante es que nos mantengamos en contacto con nosotros mismos, permanecer internamente conscientes y dentro de la situación cuando interactuamos con otros. En cualquier momento, podemos comprobar con nosotros mismos y notar el estado de nuestro ser. ¿Nos sentimos ansiosos o aislados? ¿Estamos persiguiendo algo, tratando de obtener una cierta respuesta del otro? ¿Nos esforzamos ciegamente por satisfacer alguna necesidad?

Entonces todo lo que descubramos puede ser una oportunidad, no para la crítica o el juicio, sino para conocernos mejor, para descubrir lo que nos impulsa y lo que realmente necesitamos y queremos.

Tal investigación es una invitación no solo a ser más conscientes de sí mismos, sino también más autocompasivos. A través de este proceso, reconocemos nuestra propia lucha y el sufrimiento que viene cuando nuestras propias necesidades no son satisfechas.

Nos auto-infligimos sufrimiento cuando nos abandonamos a nosotros mismos y concedemos a otros el poder de satisfacer o privarnos de nuestras necesidades más profundas. Aquí está la buena noticia: Podemos cambiar la forma en que experimentamos las interacciones humanas básicas. La conciencia es la puerta a la libertad.

Nancy Colier es psicoterapeuta, ministra interreligiosa, escritora, conferencista y líder de talleres. Es una bloguera habitual de Psychology Today y The Huffington Post, y también es autora de varios libros sobre la atención y el crecimiento personal. Colier está disponible para psicoterapia individual, entrenamiento de mindfulness, asesoramiento espiritual, oratoria y talleres, y también trabaja con clientes a través de Skype en todo el mundo. Para más información, visite NancyColier.com


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