Opinión
El presidente Andrés Manuel López Obrador adelantó dos años el proceso de su sucesión. Esto significó un gran distractor. Al parecer quiso crear un método propio distinto al del viejo PRI cuando era el Partido hegemónico en el sistema político mexicano.
De esta manera el presidente dominó la comunicación política con mucha antelación. Se dio el lujo de llamar «corcholatas» a los nominados de Morena, aunque ya se sabía que la sucesora iba a ser Claudia Sheinbaum.
La inversión en la candidatura oficial ha sido muy grande, pero no hay ningún proceso legal para dilucidarla porque esto culminaría en una crisis política: la sucesora tendría que ser inhabilitada, de acuerdo con las reglas del sistema electoral.
Entonces el sistema funciona con parches, disimulos y engaños. De alguna manera la oposición se sintió también obligada a adelantar sus tiempos. Tuvo la suerte de que apareciera un cisne negro, Xóchitl Gálvez, una candidata con el suficiente carisma para volver competitiva a una o|posición que pasó dormida gran parte del sexenio.
Hemos sido testigos así de una larga competencia electoral que no puede acreditar profundidad, ni haber elevado el debate político, ni tener como disputa los temas fundamentales con una perspectiva más amplia y decisiva.
Un grupo importante de intelectuales opositores llamó a votar a favor de Xóchitl Gálvez con el argumento de que en esta elección se juega el destino de México entre democracia o dictadura.
La percepción social no va en ese sentido, ni la propia campaña opositora funcionó con base en ese discurso, pues ya no podría haber sido la suya una campaña electoral común, sino con la elección todavía posible, su salida era llevar a cabo una campaña de liberación y proponer un cambio de fondo del sistema político.
La realidad es que tanto la campaña oficial como la opositora lo que han propuesto son restauraciones. En el caso del oficialismo la pretensión es hacer retroceder el reloj de la historia hasta el echeverrismo, la versión priista del populismo en la que se formó políticamente el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Y por su parte la oposición lo que quiere es restaurar el lento proceso de transición democrática que ha formado a las actuales instituciones y normas que el obradorismo ha cancelado o quiere eliminar por completo.
Lo que no vimos en este proceso electoral fue un verdadero debate político. Por cierto, me parece que los debates coordinados por el INE corresponden a formatos ideados para que no pueda haber verdaderos debates.
Y el propio de las campañas ha estado en manos de publicistas o de asesores de mira poco trascendente. En el caso de Claudia Sheinbaum fueron incapaces de lograr una «diferenciación sin ruptura» para establecer un perfil propio de la candidata, señalada con veracidad por ahora, de ser sólo un títere de la continuidad obradorista.
Y en lo que se refiere a la candidata opositora, Xóchitl Gálvez, estuvo sujeta a demasiados altibajos y al desperdicio que hubo a la oportunidad de enfrentar a un gobierno y a una candidata con demasiados negativos.
La inseguridad, el desplome educativo, la crisis en materia de salud, el desequilibrio de recursos financieros para estados y municipios, la caída de la política exterior mexicana, la corrupción desde Selgamex hasta los grandes proyectos como Dos Bocas o el Tren Maya, las relaciones o complicidad del gobierno con grupos criminales, no fue atacado todo esto con fuerza y sintetizado en una comunicación política efectiva.
Uno de los mejores momentos en su campaña, fue el inicio en Fresnillo cuando Xóchitl Gálvez se muestra como una líder de la población; hay una foto simbólica en la cual tiene empatía hacia la madre de un desaparecido, creando un símbolo y el ejemplo de que una campaña enfocada a proyectar su evidente conexión con la gente común era lo suyo.
Por otra parte, más que una restauración de la transición democrática debió plantearse el fin del presidencialismo, porque en realidad la corrupción, el capitalismo de compadres, el despilfarro de recursos públicos, la arbitrariedad en las decisiones públicas, se exacerbaron en la presidencia de López Obrador. Era la oportunidad de demostrar que el obradorismo no es una transformación sino una continuidad del viejo sistema.
Se perdió demasiado tiempo en temas menores como las gelatinas, sin que se percataran de su uso en la propaganda negra del gobierno: «Hay una señora que dice se hizo millonaria vendiendo gelatinas». Y eso se vendió muy bien en sectores muy poco ilustrados del pueblo. Sectores que votan.
Las campañas locales fueron dispersas y no manejaron un mensaje unificado porque la propia campaña presidencial opositora no lo tuvo. Sin embargo, en algunas entidades los candidatos locales hicieron la tarea y una sorpresa puede ser que, salvo Tabasco y Chiapas, la mayor parte de las gubernaturas en juego las pierda el oficialismo.
Por su parte, la candidata oficial perdió la óptica de la continuidad para convertirse en una representación del continuismo en un mal sentido, una especie de Maximato que se niega, pero que se asume con modestia y sin decoro.
Tres elementos son sólidos en la propaganda de Morena:
1. La venta que hacen los llamados «Servidores de la Nación» de los programas sociales para reforzar el culto a la personalidad del presidente y a la presión del voto por Morena. Esto ha sido a lo largo del sexenio y la oposición ha sido incapaz de impedirlo a pesar de ser un asunto ilegal.
2. El aumento a los salarios mínimos que influyó en un incremento general. La premisa tecnocrática de «bajar la curva de consumo para controlar la inflación», fue acertadamente hecha a un lado, lo que tuvo efectos beneficiosos para el mercado interno y el fortalecimiento de bases sociales de Morena.
3. La estabilidad macroeconómica generada por las altas tasas de interés y el incremento de divisas producto del trabajo de emigrantes, aunque se ha señalado sin pruebas, de que también corresponde al lavado de divisas del narcotráfico.
Con esos elementos ha sido suficiente para que Morena haya lidereado en las encuestas todo el proceso electoral, salvo que el desgaste gubernamental y los indecisos que comienzan a definirse, cambie de última hora el panorama.
Al parecer en el cierre de las campañas la tendencia comenzó a ser favorable para Xóchitl Gálvez, si bien eso no garantiza que alcance y supere a Claudia Sheinbaum. Aunque debe considerarse que las sorpresas en esta materia suelen suceder, el caso más reciente fue el de Javier Milei en Argentina, quien remontó una diferencia de 20 puntos según algunas encuestas. No obstante, en México no hay Segunda Vuelta y no debe desecharse el factor negativo para la oposición que juegan Jorge Alvarez Maynes y Movimiento Ciudadano.
De cualquier manera, no es previsible que Morena y sus aliados arrasen a la oposición. Si Xóchitl no aprovechó su repunte después del segundo debate, repitiendo su actitud impugnadora y directa y en el tercer debate dejó que se le escapara Claudia Sheinbaum, al centrarse en Mario Delgado sin llegar a ella, la impresionante marcha de la Marea Rosa en el Zócalo ese día y replicada en decenas de lugares del país, le dieron fuerza final a su campaña.
¿Qué sigue después del domingo 2 de junio? La elección se ha manchado con el asesinato de 24 candidatos del oficialismo y la oposición, y más de 750 incidentes violentos en el proceso. Depende mucho del resultado final, pero es previsible que crezca la denuncia de los abusos gubernamentales en materia electoral.
Ya sin el distractor electoral, los elementos críticos del desgaste de este gobierno van a crecer y en particular va a quedar claro que está en el horizonte una crisis fiscal de gran envergadura inevitable por el nivel de endeudamiento de este gobierno y por el efecto de los despilfarros y los subsidios a proyectos nada rentables, así como la presión financiera de los programas sociales.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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