Cuando nació nuestra primera nieta, fue un momento emocionante para mi marido y para mí, como lo es para la mayoría de los abuelos primerizos. Mi marido no había conocido a ninguno de sus abuelos.
Todos habían fallecido en el momento de su nacimiento, así que cuando nos casamos, él experimentó la cercanía que yo tenía con mis abuelos y escuchó historias de cómo mis abuelos impactaron en mi vida y me influyeron a medida que crecía. Hablaba mucho de cómo quería ser un buen abuelo.
Aquella Navidad, decidió escribir una carta a nuestra nieta para decirle lo importante que era para él y lo emocionado que estaba por vivir su nacimiento y poder compartir su vida. Aunque a los 7 meses de edad no podía leer la carta, sus padres y su bisabuela compartieron la lectura de la carta y derramaron lágrimas de alegría por el amor que representaba y las historias de experiencias vividas juntos durante sus primeros siete meses de vida. Para sorpresa de mi marido, nuestro yerno preguntó: «¿Vas a escribirle una carta el año que viene?». ¿Podía negarse?
Ahora, más de 24 años después, hay álbumes con cartas y fotos para ella y su hermana pequeña. Relatan viajes al zoológico, picnics en el parque, un viaje a Disney World, pijamadas, competiciones de natación, conciertos en el instituto, recitales de danza, un primer coche, visitas a la universidad, partidos de béisbol profesional a los que asistieron, y mucho, mucho más.
A lo largo de los años, las niñas pasaron de que les leyeran cada una de las cartas a emocionarse cuando podían sentarse solas, casi en trance, leyendo las cartas ellas mismas. En cada una, escuchan, con sus propias palabras, lo que significa para su abuelo y para mí compartir estos acontecimientos, anécdotas sobre los mismos y lo mucho que las quieren.
Como es tradición, las preciadas cartas se leen después de abrir todos los regalos de Navidad. De vez en cuando se oye: «Abuelo, te has olvidado de…». Y cuando se escarmienta sobre que éste es el último año de cartas, se oye: «Oh, no, abuelo». Cuando pasen los años y se conviertan en padres, podrán compartir las preciadas cartas con sus hijos y hablar de un abuelo que influyó en sus vidas y les quiso tan profundamente.
Melanie Dressman, Colorado
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