Estoy realmente convencido de que gran parte de la delincuencia presente en el mundo actual es consecuencia directa de las familias rotas. Los niños necesitan una comunidad que los críe, pero antes, una familia o unos padres fuertes son imprescindibles.
Soy el mayor de siete hijos que fueron bendecidos con buenos padres. Eran estrictos y nos corregían cuando lo necesitábamos y nos elogiaban cuando lográbamos algo de valor. Mi padre era el mayor de nueve hijos y se crió en una granja. Aunque mi padre era un contratista de gran éxito, la vida agrícola nunca le abandonó.
Nos mudamos de una zona residencial en Speedway, Indiana, cuando yo estaba en cuarto grado a una pequeña granja no lejos de Speedway. La superficie se convirtió rápidamente en varias grandes áreas de producción de plantas, que en aquel momento yo odiaba. Mi padre cultivaba y vendía tomates y pimientos verdes en el mercado de productos locales, recogiendo las verduras por la noche y llevándolas al mercado alrededor de las 5 de la mañana. De nuevo, en aquel momento lo odiaba, pero nos mantenía a mí y a mi hermano pequeño alejados de los problemas. Un día de comida, trajo a casa dos desbrozadoras (se parecían un poco a un palo de golf con una cuchilla en el extremo). Papá nos dijo que cortáramos la maleza. Yo cometí el error de preguntar dónde, y él se limitó a responder: «Solo hay que mirar alrededor».
Mi padre nos enseñó a todos a pensar por nosotros mismos, lo que en aquellos momentos parecía muy frustrante, pero me aportó valiosas lecciones en la vida posterior.
Un frío sábado de otoño (probablemente tenía 13 o 14 años), decidí llevar la pequeña excavadora sin preguntar hasta el final de nuestra propiedad, que estaba aproximadamente a dos manzanas de la casa. No recuerdo cuál era el motivo, pero me encantaba conducir todo el equipo que tenía mi padre. El tiempo había sido lluvioso y los campos estaban empapados. Cuando llegué al límite de nuestra propiedad, se me atascó la excavadora en el barro. Hay que esforzarse mucho para que la excavadora se atasque, pero conseguí enterrar el travesaño. Intenté y traté de ponerla en marcha pero solo empeoré el asunto. ¿Qué hacer?
Decidí que pediría ayuda a mi padre. Prefería comerme un bicho antes que pedirle ayuda, pero todas mis opciones habían caducado. Durante mi larga caminata hacia la casa, muchos pensamientos pasaron por mi mente, y no eran buenos.
Finalmente llegué a la casa y encontré a mi padre viendo uno de los partidos finales de baloncesto del instituto. Recuerde que vivo en Indiana, donde el baloncesto, en particular el de los institutos, se ve con pasión: un ejemplo es la película «Hoosiers».
Me levanté dispuesto a enfrentarme a mi padre con las malas noticias y pedirle ayuda. Sin mover un músculo, se limitó a apartar la vista del televisor durante una fracción de segundo y me informó: «Hay un granero entero lleno de palas». No hubo más discusión. No tuve más remedio que corregir la situación yo mismo, lo que me llevó horas de palear el barro de forma agotadora, pero al final tuve éxito y llevé la excavadora de vuelta al cobertizo justo antes de que anocheciera.
En aquel momento, estaba enfadado y abatido porque él no quería ayudarme, pero pensé en esa situación muchas veces cuando me enfrento a una situación difícil. ¿Qué hacer? «Usted se metió en este lío, ahora salga de él».
¿Qué valiosa lección aprendí? Levántese sobre sus dos pies y resuelva el problema. Hoy en día, me parece que los padres que intentan ser buenos padres son muy protectores. Hay que dar a los hijos un poco de margen y dejar que se equivoquen. Deje que resuelvan el problema por sí mismos; a la larga, apreciarán lo que hizo por ellos.
Jerry A. Rosner, Indiana
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