La desigualdad y la pobreza se presentan como variables transversales en el proceso de desestabilización regional. Aquellas se potencian a partir de la corrupción, el narcotráfico, el crimen organizado y la migración descontrolada, exhibiéndose como amenazas que no han podido ser erradicadas por los gobiernos latinoamericanos. En consecuencia, ello ha generado una crisis que no solo es política, sino también socioeconómica -reflejada esta realidad en la desatención de los gobiernos frente a las necesidades sociales.
Si bien fue Brasil la nación en la que se inició este servomecanismo de agitación social y desestabilización regional, Ecuador ofició de efecto dominó en América Latina. La protesta que comenzara con una paralización del transporte, y que luego se transformara en un paro nacional propiciado por el movimiento indigenista -mediando allí un accionar vandálico y emparentado con el terrorismo urbano y suburbano- fue rápidamente copiada y amplificada en los diferentes países del orbe. La ciudadanía exigió que se gobierne, no ya para un grupo minoritario, sino para el conjunto. Quedó, pues, en claro que los partidos políticos habían fracasado; realidad que también le cabe a las ideologías de izquierda y derecha, cuyos referentes no supieron interpretar el sentir de la sociedad.
De este concierto de desatenciones, emerge un núcleo de actores externos e internos que, desde hace ya tiempo, vienen trabajando con la meta exclusiva de reconquistar los espacios de poder perdidos. Y lo hacen conspirando contra los gobiernos democráticos de la región, sacando provecho de la desestabilización.
Destaca, en este ecosistema, un actor importante. El gobierno cubano ha sobrevivido durante ya más de seis décadas, generando convulsión e inestabilidad en América del Sur; particularmente, con el objetivo de respaldar la toma del poder por parte de espectros o partidos de izquierda, por cuanto ello es prioritario para la supervivencia de La Habana. ¿Cuál es la razón? De esa manera, y nutriendo su esfera de influencia, Cuba puede seguir contando con programas como las brigadas médicas, educativas, deportivas y de asesoramiento militar -actividades que le reportan una importante cantidad de recursos económicos, y la archiconocida dependencia político-ideológica del gobierno títere.
El régimen de Venezuela, afectado desde hace años por una acentuada crisis social, económica, política y de seguridad, y careciendo de apoyo regional para su consolidado bosquejo de narcodictadura, infiltra a delincuentes salidos de los centros carcelarios, con la meta de afectar a las naciones de acogida de ese flujo migratorio. El propósito es convulsionar progresivamente a la región, para aliviar la presión internacional sobre las constantes denuncias de violaciones de derechos humanos, exportando su problemática hacia los gobiernos regionales. Adicionalmente, la dictadura logra ganar tiempo, con el fin de arribar con una mejor preparación ante una eventual acción militar del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) o de los Estados Unidos de América.
Correa blindó al gobierno de Lenín Moreno, disennando una burbuja burocrática fiel a su causa, dados los favores recibidos durante una década de latrocinio. Su cálculo político fracasó, por cuanto Moreno quebró ese cordón umbilical que, desde que fuera elegido con el apoyo correísta, venía ejerciendo presión sobre su propio cuello. Para Rafael Correa, propiciar episodios de desestabilización en perjuicio de la Administración Moreno fue una suerte de ajuste de cuentas: el actual mandatario ecuatoriano es considerado como un traidor por su predecesor y los cultores de la denominada revolución ciudadana.
En el complemento, el tablero regional devuelve un panorama en el que los beneficiarios directos del caos son organizaciones transnacionales dedicadas al contrabando de estupefacientes, como ser el Cártel de Sinaloa, el de Jalisco Nueva Generación, el Cártel del Golfo, o el Cártel de los Soles; en donde también se entremezclan activos de la mafia albanesa o albano-kosovar. Este sistema de ventajas obtenidas por elementos marginales emerge cuando la fuerza pública de cada nación se muestra distraída con los episodios de violencia que emanan de los distintos procesos desestabilizadores -allí donde incluso asumen un carácter vinculado al terrorismo o la sedición. En consecuencia, organizaciones criminales de toda índole pueden operar con absoluta impunidad y sin evidenciar obstáculos que se interpongan en su camino.
Así, pues, la desatención social es exhibe como el caldo de cultivo que, eventualmente, hará posible desafiar y desconocer los procesos democráticos, para luego procederse con la ruptura efectiva del Estado de derecho. Al final del camino, el objetivo es consolidar la concreción de un efecto dominó con el espejo de Oriente Medio como modelo a seguir (‘Primavera Arabe’).Finalmente, será lícito subrayar que las naciones de América del Sur no podrán aportar soluciones individuales a este eminente proceso desestabilizador. No habrá otro camino que diseñar salidas en forma conjunta, siempre teniéndose presente que la desigualdad y la pobreza continuarán siendo parte de la realidad de cada país en particular, amén de las ideologías vigentes, y sin importar los partidos políticos que ocupen los respectivos poderes.
Mario Pazmiño Silva es Coronel (R) del Ejército del Ecuador. Cuenta con un Master en Seguridad y Desarrollo. Es Presidente del Centro de Análisis e Investigación Internacional, Consultor Internacional en Seguridad y Defensa. Oficia de Analista para diferentes medios de comunicación sobre temas de Terrorismo e Inteligencia, y desarrolla publicaciones para distintos medios de comunicación en América Latina. Su correo electrónico, aquí.
Este artículo fue publicado originalmente en El Ojo Digital.
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