Opinión
Una mala noticia es que cambian otra vez negativamente el formato del debate político presidencial. Esto como un acuerdo del INE de Guadalupe Taddei, cuyos motivos no parecen ser justos, sino todo indica están inscritos en la búsqueda de un debate a modo y conveniente para la candidata oficial.
Y es que se eliminan los cuestionamientos entre candidatos porque, según se informó, Morena y los partidos aliados suyos presionaron al INE para eliminar el acuerdo de un segmento del debate donde los candidatos podrían cuestionarse directamente y la respuesta iba a ser obligatoria. Esto sin intervención de los “moderadores”.
El INE aceptó finalmente suavizar el debate y evitar así la confrontación directa entre los candidatos cuando, según los antecedentes, a quien favorecía esto era a Xóchitl Gálvez, considerada ganadora del anterior debate, precisamente por haber sido incisiva en los cuestionamientos, mientras que Claudia Sheinbaum era la perdedora al asumir no contestar.
Algo pasó a los representantes de la oposición si esto se permitió. Pero al margen de si un verdadero debate convenía más a los adversarios de la candidata oficial, el hecho es que la democracia pierde al convertirse los debates presidenciales en un foro de exposición de posturas.
Esto al margen de que haya un tercero en discordia, Jorge Alvarez Máynez, acusado de ser sólo un palero del régimen, como ha sido el estigma de su partido, Movimiento Ciudadano, basado sobre todo en publicidad frívola encaminada a ganar el sufragio de quienes votan por primera vez.
Y es que la democracia no es el imperio de las mayorías pasivas, es la confrontación pacífica y polémica de posturas distintas y alternativas, que sustentan una elección y por supuesto le dan sentido al voto. La diferencia es la libertad, elegir es la libertad.
Una campaña electoral no es un ejercicio publicitario, es en esencia un debate público. Es la política convertida en el enfrentamiento de alternativas basadas en temas fundamentales para el destino de una sociedad.
Y como toda confrontación expresa el ataque y el contra ataque, la defensa y la ofensiva. Por eso el elemento principal de una campaña electoral, elemento muchas veces ausente, es la estrategia y el pensamiento estratégico, que por desgracia no abunda en nuestro país.
Una elección presidencial es un hecho político esencial y no debe estar en manos de publicistas, quienes crean y promueven que se trata de vender “productos” y entonces, como un efecto inevitable, la banalidad y la sociedad del espectáculo sustituyen a la política y a la lucha política.
Los cuestionamientos son parte de la lucha política. Es lógico que la candidata opositora, Xóchitl Gálvez, después de sacudirse una mala asesoría en el primer debate, llegara fresca, contundente, con su propia personalidad y mantuviera una andanada de cuestionamientos a una candidata oficial sometida a una expresión rígida.
Claudia Sheinbaum ha sido señalada de ser sólo una propagandista del presidente. Y de estar sometida a la camisa de fuerza de sus asesores, que buscaron impedir emergiera su personalidad intolerante como se ha filtrado públicamente que es su verdadero temperamento.
El hecho es que debilitar o eliminar el debate político en las campañas, con un debate directo de los candidatos, disminuye la calidad de la democracia y de su juego político. El debate político se hermana con el panfleto y la polémica que nacieron en la modernidad bajo el cobijo de la Revolución francesa.
No sólo se trata de propuestas o posturas, pues los cuestionamientos tienen su papel porque se trata de la práctica de la política y de sus efectos sociales, también del juicio sobre la personalidad verdadera de los contendientes, más allá de las armaduras forjadas por los asesores.
Algunos recordamos las viejas campañas en los tiempos de un partido hegemónico donde todo giraba en torno a mover masas aborregadas y a confirmar la luz del nuevo sol en el poder, determinado por lo que en la jerga del momento se llamaba “el dedazo”, es decir, la elección definida por el poderoso en turno que así ejercía, como el gran elector, la última decisión, la de nombrar a su sucesor.
El proceso democrático fue cambiando las cosas. Después del asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), quien proponía la “reforma del poder”, vino una elección con un primer debate televisivo.
Si no hubiera sido por un voto dirigido al partido en el poder que le dio el triunfo al candidato priista Ernesto Zedillo —como un efecto de su hegemonía que iba a ser confirmada por parte de un líder carismático y reformador como Colosio—, el papel sorprendente que tuvo el panista Diego Fernández de Cevallos, uno de los candidatos opositores —el otro era Cuauhtémoc Cárdenas, de la izquierda—, mostró en el país por primera vez lo que era un debate democrático.
Vendría después aquel debate célebre en la que se confrontaron particularmente el candidato oficial priista Francisco Labastida y el candidato opositor panista Vicente Fox. Para Cuauhtémoc Cárdenas era su tercera elección, aunque su personalidad apagada no funcionaba en la confrontación política.
Aquella vez, Francisco Labastida, mal asesorado por un consultor estadonidense, llevó al debate su queja de los insultos constantes proferidos por un desparpajado Vicente Fox, en su papel de ranchero pendenciero.
“Me ha dicho lavestida, mariquita…” exclamó Labastida. Y la respuesta de Fox fue contundente: “A mí se me podrá quitar lo majadero, pero a ustedes lo corruptos nunca”. Esto provocó al día siguiente una caída de Labastida en las encuestas de 10 puntos, que descontaron su ventaja de 20 puntos. En ese tiempo las encuestas eran serias y no correspondían a un uso propagandístico como ahora. La tendencia de Labastida fue a la baja hasta que se dio la elección y por primera vez hubo alternancia y el PRI perdió el poder y dejó de ser un partido hegemónico para dar paso a una democracia normalizada.
Después de eso, el PRI intervino para ir creando reglas a los debates presidenciales. Aunque siempre ha habido tres o más candidatos, en realidad la confrontación real siempre es entre dos. Y ahora se repite lo mismo, para empeorarlos, con el nuevo Partido pretendidamente hegemónico, Morena, disminuyendo la calidad del debate para cuidar así entre algodones a su candidata.
Un debate aburrido, sin una auténtica confrontación, con ideas y realidades de fondo, es una derrota emocional de la democracia. Un gran reto tiene ahora la candidata Xóchitl Gálvez para que, a pesar del formato impuesto anti debate, logre de nuevo la impugnación de su rival, quien está fogueada en las intensas asambleas estudiantiles —lo que nunca tomaron en cuenta sus proteccionistas asesores—, porque la falta de respuesta sería un indicador de ilegitimidad, pues sólo en el ataque o la defensa se mide el verdadero liderazgo y la autenticidad de un candidato.
El próximo debate va a ser decisivo para esta elección, pues trata de un tema fundamental para el destino de nuestro país: la seguridad o, mejor dicho, la inseguridad que estamos padeciendo. Al castrar los debates se ha querido suprimir para los mexicanos una confrontación fundamental acerca de la capacidad de las candidatas para encabezar el esfuerzo del Estado mexicano en la recuperación indispensable del orden, la ley, la justicia y la seguridad de las familias mexicanas. Una cosa es el método para lograrlo y otra es la información y datos sobre cada una para tener legitimidad y lograrlo.
Xóchitl Gálvez, a pesar de los negativos en la materia de los partidos que la apoyan, tiene una evidente ventaja en esta aspiración, mientras que las cargas negativas de Claudia Sheinbaum pueden derrumbar a su candidatura. Por eso las maniobras para protegerla. Si la candidata opositora las supera en la última etapa de esta elección anticlimática, tendría la vía libre para alcanzar un triunfo inesperado.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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