Resumen sobre el COVID-19 de 2021: 200 millones de vacunados, 450,000 muertos

Por Petr Svab
03 de enero de 2022 7:40 PM Actualizado: 03 de enero de 2022 7:41 PM

Análisis de noticias

Ahora que ha pasado el fin de año, 2021 es ya el segundo año definido por la pandemia del virus del PCCh (Partido Comunista Chino) y la respuesta mundial a la misma. En comparación con 2020, el año pasado no solo hubo más muertes, sino también más complicaciones. Cuestiones como las variantes del virus, la resistencia a las vacunas y la eficacia de las mismas han pasado a primer plano. La vacunación obligatoria pasó de ser una «teoría de conspiración» a una política oficial en cuestión de meses. También cobraron protagonismo las batallas legales sobre las restricciones gubernamentales a la población, con enfoques aún más divergentes entre los distintos estados.

Aunque el año 2021 comenzó con una oleada masiva de hospitalizaciones relacionadas con el COVID-19, también existía la expectativa de que la pandemia terminaría pronto o, al menos, se desvanecería. La vacunación se anunciaba como el boleto hacia la normalidad, y al principio así lo parecía. A mediados de junio, unos 180 millones de estadounidenses habían recibido al menos una dosis de una de las vacunas aprobadas, e incluso los estados con los enfoques más autoritarios, como Nueva York, habían levantado la mayoría de sus restricciones.

Delta

Sin embargo, el respiro fue breve. En julio, los contagios volvieron a aumentar. El virus del PCCh mutó en una nueva variante, llamada delta, que parecía ser menos mortal, pero más infecciosa. La adopción de la vacuna se ralentizó y delta parecía ser algo más resistente a ella. La solución presentada por las autoridades fue aplicar otra inyección de la vacuna, un «refuerzo».

El virus también mostró signos de estacionalidad. En invierno, asoló el noreste, pero no tanto el sur. En verano, la situación pareció invertirse.

En agosto, el presidente Joe Biden, acosado en ese momento por lo que se consideraba una retirada fallida de Afganistán, anunció un importante cambio de política: la vacunación obligatoria para los trabajadores del gobierno, los contratistas e incluso los empresarios privados con más de 100 empleados. Apenas unos meses antes, la administración había descartado la idea de las vacunas obligatorias. Cualquier sugerencia de que el gobierno pudiera obligar a la gente a tomar la nueva vacuna, todavía en proceso de ensayos clínicos a largo plazo, fue incluso ridiculizada por algunos como una «teoría de conspiración».

Poco después del anuncio de Biden, algunos estados y localidades de mayoría demócrata, lideradas por la ciudad de Nueva York, lo siguieron con varias órdenes propias. Poco a poco, Nueva York había impuesto la vacuna a los trabajadores del gobierno, al personal de las escuelas privadas, a la mayoría de los trabajadores de establecimientoscon espacios cerrados e incluso a los clientes de gimnasios, locales de ocio y restaurantes. Para ver una película, hacer ejercicio o comer en interiores, un neoyorquino debe ahora mostrar una prueba de vacunación «completa», que por ahora no incluye los refuerzos, así como una identificación con foto. El alcalde saliente, Bill de Blasio, también añadió una orden para todos los empleadores privados y el estado obligó a vacunar a todos los trabajadores sanitarios.

Las impugnaciones legales a las órdenes han sido una mezcla de fracasos y victorias parciales. A menudo, los tribunales bloquean la orden para luego permitir que entre en vigor. Se espera que las impugnaciones a la orden de Biden para los empleadores privados sean escuchadas por la Corte Suprema.

Otro fenómeno asociado a delta fue el aumento de enfermedades graves e incluso de muertes entre los niños. Mientras que en 2020, alrededor del 0.05 por ciento de todas las muertes por COVID-19 fueron niños, el número aumentó al 0.1 por ciento en 2021, según los CDC, un total de 678 muertes asociadas con el COVID-19. A modo de comparación, la agencia registró 358 muertes pediátricas durante la pandemia de gripe de 2009-2010.

Ómicron

Con la llegada del invierno, unos 50 millones de estadounidenses se aplicaron la vacuna de refuerzo. Sin embargo, si eso les daba una sensación de seguridad, les duraría poco. Desde Sudáfrica surgió una nueva variante capaz de propagarse ampliamente, denominada ómicron. Hay indicios de que las vacunas y, en menor medida, la inmunidad natural adquirida a través de una infección previa solo proporcionan una resistencia limitada a ómicron. Por otra parte, la variante parece ser aún más infecciosa, pero de nuevo, menos letal que delta, con reportes de síntomas mucho más leves y muchas menos muertes en todo el mundo.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades estiman que ómicron constituyó aproximadamente la mitad de las infecciones por COVID-19 en la semana que terminó el 25 de diciembre. Sin embargo, se trata de proyecciones modeladas, ya que los datos de su sistema de vigilancia de variantes se retrasan unas tres semanas.

Con o sin ómicron, las hospitalizaciones atribuidas a COVID-19 han aumentado en el noreste. La gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, respondió exigiendo de nuevo el uso de mascarillas en los establecimientos cerrados, independientemente de la vacunación.

Los estados liderados por los republicanos han ido generalmente en la dirección opuesta, no solo absteniéndose de las órdenes, sino a veces incluso prohibiéndolas. Florida llegó a prohibir expresamente que los gobiernos locales y los distritos escolares impusieran órdenes de mascarillas y vacunas a su personal o en sus instalaciones. El estado, dirigido por el gobernador republicano Ron DeSantis, también restringió a las empresas privadas la imposición de requisitos de vacunación, estableciendo una serie de exenciones, entre ellas, por motivos de salud y de infección previa. La legislatura de Florida incluso autorizó al estado a prescindir de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA, por sus siglas en inglés) y crear una propia para adelantarse a la orden de vacunación de Biden, que la OSHA debería hacer cumplir.

Guerra de información

El año pasado también estuvo marcado por una serie de revelaciones sobre lo que parece ser una falta de honestidad por parte de varios expertos y funcionarios públicos.

Una serie de documentos publicados en virtud de solicitudes de libertad de información mostraron que un grupo de expertos, entre los que se encontraba el jefe de los NIH, Anthony Fauci, coordinaron los esfuerzos para desacreditar la teoría de que el virus se escapó originalmente de un laboratorio en Wuhan, China. Las pruebas, de hecho, parecen inclinarse en esa dirección. Pero Fauci y otros tienen un interés personal en ocultar esos índices, ya que participaron en la financiación o realización de peligrosos experimentos de «ganancia de función» con coronavirus en el Instituto de Virología de Wuhan. Fauci negó explícitamente ante el Congreso que sus NIH financiaran tales investigaciones, solo para que una colección de pruebas indicara lo contrario.

El año pasado se amplió el tira y afloja informativo en torno a las posibles terapias. Además de la hidroxicloroquina, algunos médicos también probaron a recetar el fármaco antiparasitario ivermectina. En un episodio, el popular presentador Joe Rogan fue alabado y criticado a la vez por tomar ivermectina al anunciar que había dado positivo en la prueba del virus. A continuación, invitó a Sanja Gupta, de la CNN, a su programa y criticó a su cadena por afirmar que tomaba un «desparasitador para caballos», cuando en realidad tomaba la formulación humana del fármaco tal y como le había recetado su médico.

Los resultados de los estudios sobre la hidroxicloroquina y la ivermectina siguen siendo contradictorios. Algunos muestran mejores resultados en los pacientes en determinadas circunstancias, mientras que otros no.

Las conversaciones sobre la seguridad de las vacunas también han cambiado. Tras las afirmaciones iniciales de que no había efectos secundarios graves, las autoridades han ido reconociendo que se producen algunos efectos secundarios graves, como la miocarditis.

Administración

La gestión de la pandemia por parte de la Administración Biden ha sido desigual. La administración logró un despliegue sin problemas de las vacunas, pero después de la ola inicial, la aceptación se ha ralentizado. Gallup reportó en noviembre que el porcentaje de adultos que se vacunan o piensan vacunarse se estancó en el 80%. Hasta el 30 de diciembre, más de 205 millones de personas estaban «completamente» vacunadas, es decir, habían recibido dos inyecciones de las vacunas necesarias. Más de 68 millones recibieron también refuerzos, lo que supone un 23% de la población adulta.

Una encuesta realizada en diciembre por el Grupo Trafalgar reveló que una gran mayoría de los posibles votantes estadounidenses se oponía a nuevas órdenes y restricciones, independientemente de las nuevas variantes (pdf).

Tras meses de promesas para hacer frente a la pandemia, Biden reconoció recientemente que «no hay solución federal» para ello. El año concluyó con más de 450,000 muertes atribuidas al COVID-19 y más de 33 millones de infecciones detectadas. Esto supone un aumento del 27% y del 67%, respectivamente, con respecto al año anterior.


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