La historia, como les gusta recordarnos los historiadores, se repite. Y así, nuevamente en el siglo XXI: la Armada rusa estuvo una vez más aparcada en el puerto de La Habana en apoyo de otro régimen fallido, dictatorial, antiestadounidense en Latinoamérica. Se siente como si fuera 1962 otra vez.
Una obra de tragedias socialistas
La tragedia socialista en la que se ha convertido Venezuela comenzó realmente en La Habana cuando Fidel Castro y sus guerrilleros entraron a la capital en enero de 1959. Fue recibido con el clamor de los cubanos y los izquierdistas de la prensa y universidades estadounidenses. Luego llegaron las ojivas nucleares rusas y la Crisis de los Misiles en Cuba de 1962, el encarcelamiento masivo de cubanos que no estaban de acuerdo con que el Estado les confiscara sus propiedades, y por supuesto, las ejecuciones, como también los tortuosos discursos de seis horas de Castro.
Desde allí ha sido todo en bajada. Incluso luego de la caída de la Unión Soviética, la Cuba comunista persiste hasta nuestros días, aunque la economía y el pueblo cubano siguen estancados en algún punto del pasado. Una estimación razonable sería alrededor de 1964, pero se podría ciertamente argumentar que es 1959.
La tragedia venezolana que hoy vemos desplegarse es por demás un teatro paupérrimo. Basada en la obra de ficción de Marx interpretada por Fidel Castro hasta un punto catastrófico, fue adaptada por Hugo Chavez hace 20 años, y desde 2013, sigue siendo impuesta descaradamente al público venezolano por Nicolás Maduro. Pero esta producción latinoamericana tiene el apoyo de un ruso, Vladimir Putin.
El mundo hueco de Rusia
Sin embargo, luego de cruzar el Atlántico en embarcaciones tanto nuevas como antiguas, ¿qué le trae Rusia al pueblo venezolano, que sufre de hambre, enfermedades, falta de atención médica y otras privaciones? Rusia trae USD 209 millones en manutención de aeronaves militares y USD 38 millones en uniformes militares.
¿Por qué traería Rusia solo equipamiento y servicios militares? La respuesta es triste y a la vez muy simple. ¿Qué mas puede ofrecer hoy Rusia?
¿Puede Putin ayudar a restaurar la economía o el desarrollo del mercado de Venezuela? ¿Puede entregar técnicas avanzadas de agricultura o nuevos medicamentos? ¿Tecnología o automatización de manufactura? ¿Técnicas de refinamiento o de extracción de petróleo más eficientes? Lamentablemente, ninguna de esas cosas. La economía de Rusia es tan hueca como un barril de petróleo vacío.
Es una realidad trágica porque los rusos no son analfabetos, ni una nación que no sea capaz. Ellos pusieron el primer satélite en el espacio, y pueden hacer alarde de muchos otros logros artísticos y científicos. Y aún así, si no fuera por la ayuda de compañías petroleras estadounidenses, incluso el petróleo y el gas natural del que dependen para su economía estaría sin tocar debajo de la tundra congelada de Siberia y otros lados.
Una huella global que se achica
Hoy, como durante la Guerra Fría, para los rusos todo se trata de proyectar su poder donde crean que pueden. Pero esta vez hay al menos una gran diferencia. En 2019, los rusos ya no son la superpotencia mundial que solían ser. En su anterior reencarnación como la Unión Soviética, al menos tenían la visión global, por horrorosa que fuera, de difundir el comunismo.
Pero entonces, en 1989, perdieron la Guerra Fría y su huella global se redujo a su talle de zapato correcto: un siete y medio, angosto de taco bajo. Europa del Este fue liberada de su garra tiránica y floreció otra vez, tanto económica como culturalmente. Y sin subsidios soviéticos como azúcar y otros productos, lugares como Cuba y Nicaragua se vieron más o menos reducidos a una sello exótico para la gente que quiere llenar sus pasaportes con objetos de colección.
Luego llegó Hugo Chavez. Con una retórica que sonaba terriblemente similar a la de los debates demócratas de ahora, convenció a una de las naciones más ricas y avanzadas de Latinoamérica que la vida sería mejor si tan solo siguieran el camino político de Cuba. Lo que nos trae dos décadas hasta el presente, a una Venezuela donde las cosas están tan mal que, sí, si las cosas mejoraran, se podrían elevar al nivel de la economía de «muerto viviente» que ha tenido Cuba por 50 años.
Un recuerdo del pasado
¿Podrán salvar el día los rusos y Vladimir Putin? Nyet.
Rusia tiene sus objetivos, pero no son salvar a Venezuela de su pesadilla socialista. Más bien, el objetivo de Rusia es impedir que Maduro, un aliado ideológico y militar, pierda la garra que tiene en el poder. Eso, a su vez, se trata de minimizar y contener la influencia de EE. UU. en la región y complicar su capacidad de actuar en otros lados.
Que tropas rusas —y también cubanas— estén plantadas en puntos estratégicos por toda Venezuela es un recuerdo del pasado para ambos. Los rusos y cubanos tuvieron su gran momento desestabilizando a Angola en los 70. Son como dos viejos carcamales bailando una vieja canción. Pero algunas cosas es mejor dejarlas en el pasado distante.
Un peligroso poder en declive
¿Qué grandes ideas o visiones está propagando Rusia hoy en Latinoamérica —or Siria, Crimea, o cualquier otra parte del mundo? ¿Protección de los derechos humanos? ¿Inversión de capital en economías en aprietos? ¿Acceso al vasto mercado ruso de consumidores?
Nyet, nyet, y nyet. Rusia no puede ofrecer ninguna de esas cosas. Se ha vuelto un proveedor de opresión y pobreza y, como dijo el presidente Trump de manera directa, una potencia en declive.
Putin sabe que es verdad; eso es lo que lo hace tan peligroso. Él sabe que debe cambiar los hechos en el suelo, y pronto. De otra forma, su país –con una población envejeciendo y en declive, una economía que no es mas que una estación de servicio, y gente sin utilizar– va a quedar irremediablemente detrás.
Es el modus operandi de todos los dictadores de toda la historia que reprimieron a su nación con el fin de gobernarla. Lo que Rusia no puede producir o crear, lo debe tomar de otros. Rusia, y otras naciones retrógradas del mundo, son solo una sombra de lo que podrían ser. Pero para alcanzar su pleno potencial, su gente debe poder desarrollarse libremente y pensar más allá de las estrechas y pequeñas ideas que sus gobernantes les imponen.
James Gorrie es un escritor de Texas. Es autor de “The China Crisis”.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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