¿Se enfrentará realmente Biden a China?

La política de Estados Unidos hacia China por ahora carece de dirección, pero ¿eventualmente como sería?

Por James Gorrie
23 de febrero de 2021 1:43 PM Actualizado: 23 de febrero de 2021 1:43 PM

Opinión

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A estas alturas, todavía no tenemos ninguna declaración política concreta hacia China por parte del nuevo gobierno. A diferencia de Trump, quien hizo de la desvinculación de China como su política guía, el gobierno de Biden no ha ofrecido ningún concepto político global de este tipo.

Dado que el gobierno de Biden ha estado retrasando la formulación de una política hacia China, nadie sabe cuál será su enfoque. Sin embargo, si los recientes nombramientos de Biden son un indicio, la política de Estados Unidos puede ser mucho más complaciente que la del gobierno anterior.

Vínculos con China

Varios miembros del gabinete tienen vínculos estrechos o al menos significativos con China. Eso incluye, por supuesto, al propio Biden. Pero también hay otros actores de la Casa Blanca que tienen relaciones inquietantemente estrechas con el Partido Comunista Chino (PCCh).

Por ejemplo, Douglas Emhoff, esposo de Kamala Harris, fue señalado por tener vínculos comerciales de larga data con China a través de su antiguo bufete de abogados. El bufete trabajaba estrechamente con empresas chinas asociadas al PCCh, según National Pulse. Eso es lamentable. Entonces dado que Harris ocupa la vicepresidencia, cualquier influencia que ella pueda sentir de su marido o de sus contactos con el PCCh, estos se irían incorporando al gobierno.

Antony Blinken, secretario de Estado de Biden, también puede ser problemático. Blinken es cofundador de WestExec Advisors, una empresa de consultoría que ayudó a las universidades estadounidenses a conseguir dinero de China «sin poner en peligro las becas de investigación financiadas por el Pentágono», según el Washington Free Beacon. Uno podría imaginar que pasar de puntillas sobre las regulaciones de defensa de Estados Unidos para atraer dinero del PCCh a las instituciones de educación superior de Estados Unidos sería un motivo de ruptura, pero para Biden, aparentemente no lo es.

Ely Ratner, un veterano experto en Asia Oriental, fue vicepresidente ejecutivo y director de estudios del Center for a New American Security antes de ser nombrado principal asesor del gobierno sobre China en el Pentágono. Ratner es un antiguo asesor de Biden que, quizá no por casualidad, fue también colega de Blinken en WestExec. Eso también puede ser problemático.

Luego está Colin Kahl, la elección de Biden para subsecretario de Defensa. Kahl es un miembro senior del Freeman Spogli Institute for International Studies de la Universidad de Stanford, que tiene una profunda relación con la Universidad de Beijing de China. Según el medio Free Beacon, esta última institución está dirigida por el exespía del PCCh, Qiu Shuiping, y ha estado vinculada a casos de espionaje en Estados Unidos.

En particular, una advertencia del Instituto Australiano de Política Estratégica subraya el «alto riesgo» de asociarse con la Universidad de Beijing debido a sus estrechos vínculos con el establishment militar de China, señala el Free Beacon. Una vez más, si uno es conocido por la compañía que mantiene, con una conexión tan estrecha con el PCCh, debería arrojar al menos una sombra de duda sobre el juicio de Kahl. Pero no para el gobierno de Biden.

Linda Thomas-Greenfield, veterana del Departamento de Estado y elegida por Biden como embajadora ante la ONU, también tiene dudosos vínculos con China. Es exvicepresidenta senior de Albright-Stonebridge Group, una empresa de estrategia empresarial global y diplomacia comercial con oficinas en China y cuya dirección incluye a un «exalto funcionario del gobierno chino», Jin Ligang.

¿Diversidad y pensamiento de grupo?

Este grupo es representativo entre los nombramientos de Biden como personas responsables de la formación de una política china cohesiva y eficaz. Aunque es diverso tanto en la escala de género como de raza, parece mucho más alineado desde una perspectiva ideológica.

Tener a todo el mundo en la misma página es una ventaja menor porque tiende a fomentar el pensamiento de grupo. Las reuniones políticas se convierten en cámaras de eco, en las que los mismos supuestos y análisis se basan en objetivos políticos e interpretaciones similares de los acontecimientos. Esto supone un riesgo importante cuando la diplomacia se convierte no solo en un medio para conseguir un fin, sino en un fin en sí mismo.

¿Diplomacia por sobre consecuencias?

Biden procede de una generación en la que el poder supremo estadounidense en el mundo era más o menos un hecho. Ese entendimiento tácito permitía el lujo de ejercer la diplomacia con las consecuencias del poder estadounidense no expresadas, pero sí claramente comprendidas.

Aquellos días se terminaron y en particular con respecto a China. Los planes de Beijing no incluyen compartir el poder con Estados Unidos sino más bien reemplazar a Estados Unidos.

Pero, ¿comprende Biden esto? ¿Lo entienden sus asesores?

¿O bien piensan que sus relaciones con Beijing les darán algún tipo de ventaja diplomática? Es posible que así sea, sobre todo teniendo en cuenta que el gobierno de Biden se tilda de mucho más inteligente y sofisticado que el precedente.

Pero, ¿el inusual grado de compromiso financiero con China por parte del gobierno se traducirá en resultados que favorezcan los intereses estadounidenses? ¿O se traducirá en un exceso de confianza en los gestos diplomáticos a corto plazo que ceden el poder estadounidense a Beijing por encima de las acciones concretas que desafían a China?

Desafiar a China, después de todo, no es fácil desde el punto de vista político, ni en casa ni en el extranjero. Recordemos, por ejemplo, lo poco que el gobierno de Trump confió en los matices de la diplomacia al tratar con China. Más bien, Trump se basó en el uso de políticas comerciales contundentes para llevar a China a la mesa de negociaciones. Aun así, fue criticado rotundamente aquí y en el extranjero.

Al igual que Obama antes que él, el enfoque de Biden se basa en suposiciones anticuadas y en objetivos globalistas multilaterales en lugar de intereses estadounidenses más estrechos. Tal vez por eso no se ha anunciado ninguna política sobre China desde Washington. Parece probable que el mayor reto de Biden será evitar que el público estadounidense tome conocimiento o entienda que la política sobre China no favorece a Estados Unidos.

James R. Gorrie es autor de «The China Crisis» (Wiley, 2013) y escribe en su blog, TheBananaRepublican.com. Vive en el sur de California.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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