Pese al severo confinamiento inicial y al avance pausado de la epidemia en el resto de África, Sudáfrica es ya con más de 400,000 casos del virus del PCCh, comúnmente conocido como nuevo coronavirus.
Según cifras oficiales, Sudáfrica acumula ya 408,052 contagios, 236,260 recuperaciones y «solo» 6093 muertes, lo que deja la tasa de letalidad del COVID-19 en menos de la mitad que la media global pese a que la mortalidad viene en aumento en las últimas semanas y hay dudas sobre los números reales de fallecidos.
Solo esta nación austral, aunque no supone ni el 5 % de la población total, acumula más de la mitad del total de casos registrados en África, reflejo de una trayectoria epidémica explosiva que el resto de naciones de la región no ha experimentado y que en Sudáfrica se ha vivido en cuatro movimientos:
1- Confinamiento duro al comienzo de la pandemia
«No se permitirá a los individuos salir de sus casas excepto en circunstancias estrictas», anunciaba el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, el 23 de marzo, cuando el país apenas contaba con unos 400 casos de COVID-19.
Para contener la tormenta y a sabiendas de las carencias de los sistemas sanitarios, tanto Sudáfrica como casi todas las naciones de la región optaron por aplicar restricciones severas de forma temprana, en un intento de contener la enfermedad y de ganar tiempo para mejorar la respuesta de salud cuando llegase lo peor.
El «confinamiento duro» para la nación más desarrollada de África duraría más de dos meses y dejaría una grave herida en la economía por la que Sudáfrica va a tener que pagar un alto precio social durante los próximos años.
2- Ciudad del Cabo se convierte en el epicentro para África
¿Funcionarían el confinamiento y las restricciones en África como en los países más desarrollados? Para Sudáfrica, al menos no funcionó de la misma manera que en el norte.
Aún aplicando un cierre general más estricto que en muchos países europeos, las autoridades sanitarias sudafricanas no esperaban realmente poder evitar la expansión del virus, solo retrasarla para poder manejarla mejor.
La pronta constatación de que había transmisión comunitaria en el país, especialmente en la zona de Ciudad del Cabo (suroeste), confirmó los peores presagios incluso con el Gobierno de Cyril Ramaphosa intentando ponerle cortafuegos al virus con una estrategia de salir a hacer test masivamente.
El SARS-CoV-2, sin embargo, campaba por las calles de los barrios chabolistas de Ciudad del Cabo y la turística urbe emergía rápidamente como el primer gran epicentro de la pandemia para África.
3- Reapertura: la pandemia se dispara en la zona de Johannesburgo
Con el país exhausto y la inseguridad alimentaria y la pobreza disparándose, el Gobierno decretó finalmente la vuelta a la actividad de la mayoría de los sectores económicos el 1 de junio.
Era una medida espinosa en términos de salud, pero necesaria en un país que ya contaba con un 30 % de paro y estaba en recesión antes de la pandemia.
«Lo que tratamos de hacer es proteger las vidas de nuestra gente pero también sus medios de vida. Y es un balance delicado», admitió Ramaphosa a comienzos de julio.
La vuelta de la actividad acabó por disparar la pandemia en el país austral, pero el epicentro se movió hacia el corazón político y económico del país: la provincia de Gauteng, donde se levantan Johannesburgo y Pretoria.
En pocas semanas los casos crecieron exponencialmente hasta convertir a Sudáfrica en uno de los países del mundo más golpeados por la pandemia.
4- Hacia el pico: ¿Aguantará el sistema sanitario?
A pesar del sombrío panorama actual, Sudáfrica no está aún en lo más duro de su primera ola de COVID-19, ya que los máximos epidémicos solo se prevén para agosto.
En este contexto, el Gobierno no se plantea, por el momento, volver a un confinamiento duro, si bien se reimpusieron algunas medidas como un toque de queda nocturno, suspensión de las clases escolares durante las próximas semanas o la prohibición de vender alcohol para tratar de reducir las urgencias hospitalarias y reservar el máximo número de camas para los pacientes de COVID-19.
La gran pregunta ahora es si el sistema sanitario sudafricano aguantará, aún con los avances realizados durante los primeros meses y la unión de fuerzas entre la medicina pública y la privada.
En algunos hospitales de Gauteng la situación es ya límite y, en otros lugares, como en la provincia del Cabo Oriental (sureste, la región más pobre de Sudáfrica), los años pasados de corrupción rampante en agravan el problema.
Además, la única buena noticia en todo este tiempo, la supuesta baja letalidad del COVID-19 en Sudáfrica, también empieza a ponerse en duda.
No solo los números de fallecidos están ascendiendo -este mismo miércoles se batió un duro récord al contabilizar casi 600 fallecidos con el virus del PCCh en un solo día-, sino que los informes de excesos de muertes (respecto a la mortalidad normal prevista para estas fechas) señalan que las muertes por COVID-19 pueden ser mucho más altas que las cifras oficiales.
Entre el 6 de mayo y el 14 de julio, en el país hubo unas 17,000 muertes más de lo que se proyectaba, de acuerdo al último informe del Consejo Sudafricano de Investigación Médica (SAMRC, siglas en inglés).
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