El reverendo Bill McDonald tiene la misión de enseñar el poder del amor y el perdón. Es veterano de la guerra de Vietnam y defensor de todos los veteranos de guerra. Aunque es un héroe condecorado, comparte sus historias con humildad y sentido del humor.
Sus historias son espiritualmente motivadoras y moralmente edificantes, y todo comenzó con un roce con la muerte a los ocho años. Desde entonces, ha sido testigo de varios milagros de Dios.
La visión
A los ocho años McDonald enfermó de gravedad. A pesar de que él sentía que se estaba muriendo, sus padres lo enviaban al colegio. Cuando finalmente lo llevaron al hospital, ya era demasiado tarde. Tenía problemas renales y pulmonares, entre otras afecciones.
Aquella noche en el hospital, el joven McDonald se sintió abandonado y deprimido. Por primera vez en su vida, estaba solo.
Repentinamente, la oscura habitación se llenó de luz, que pudo haberlo cegado si su atención no hubiera sido atrapada por el amor que los envolvió todo en ese momento. Se sintió amado. Notó que se había elevado —estaba flotando, en realidad—y percibió una «presencia angelical divina».
No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero junto con esa experiencia vio ante él cómo se desarrollarían sus siguientes cincuenta años.
«Pasé por la escuela secundaria, por el asesinato de John F. Kennedy (no sabía quién era John F. Kennedy). Vi la guerra de Vietnam. Lo bueno de haber visto esta guerra fue que después seguía vivo», dijo en una conferencia de la Asociación Internacional de Estudios sobre Experiencias Cercanas a la Muerte.
Vio con quién se iba a casar. Conoció a su futura esposa cuando ambos tenían catorce años y rompió con ella en su último año, cuando ingresó a Berkeley. Aunque se alejó de ella, la dejó con una promesa.
«Nos casaremos dentro de seis años».
Experimentando milagros
Poco después de salir del hospital, McDonald estaba en casa con su madre cuando escucharon cantar a un coro. «Escucho cantar a un coro angelical, voces divinas, casi femeninas», recordó.
Madre e hijo recorrieron una cuadra y media en todas las direcciones de la casa buscando el origen del canto y no lo encontraron. Curiosamente, el volumen del canto nunca cambió. Los siguió sin importar en donde estuvieran. Su madre concluyó: «Son solo los ángeles cantando». Y McDonald pensó: «¿Qué otra cosa podría haber sido?».
Unos días después, su perro fue atropellado por un coche. Después de traerlo de vuelta a casa, de alguna manera le llegó la inspiración.
«Visualicé energía saliendo del cielo. Visualicé la energía bajando por la parte superior de mi cabeza y saliendo por mis manos. Y puse mis manos sobre el perro. Fue una sacudida eléctrica. Y de repente, el perro herido, saltó del sofá, empezó a ladrar y a correr. Estaba perfecto».
Años más tarde, después de la guerra de Vietnam, McDonald regresó a Estados Unidos con la intención de casarse con su antigua novia. Ella estaba saliendo con otro, pero eso no le detuvo. Fue a comprar un anillo de compromiso.
Se acercaba la Navidad cuando la visitó. Ella y su compañera de cuarto estaban intentando encender su árbol de Navidad. En aquella época, las luces de Navidad eran tan frustrantes que si una bombilla tenía un problema, toda la cadena de luces no se encendía. Se habían pasado todo el día buscando la bombilla defectuosa sin éxito. McDonald llegó a su puerta y vio el problema.
«Yo lo arreglo», dijo.
«Me acerqué mientras hablaba con ellas, agarré una bombilla y simplemente la giré. Mientras las miraba a los ojos, todo el árbol se había iluminado», recordó.
Aprovechando ese momento oportuno, McDonald se arrodilló y le propuso matrimonio.
Llevan casados más de cincuenta años.
Un desastre esperando
McDonald compartió que volar y ser artillero de un helicóptero era un puesto de lo más peligroso durante la guerra de Vietnam. Para operar un helicóptero Huey, un soldado tenía que presentarse como voluntario. Además, recibían una compensación especial.
Cierto día, al regresar de un vuelo, a McDonald le fue asignada otra misión para el día siguiente, volar un helicóptero en particular. Cuando se acercó al helicóptero y presionó su mano contra él, con un destello de luz, vio una avería en las aspas. Algo estaba mal en el rotor. Vio cómo el helicóptero se desintegraba y caía en el bosque. Vio a los muertos del accidente.
Lo vio todo en su mente instantáneamente. McDonald no era alguien que ocultara estas visiones, así que fue y le lo contó a su comandante.
«Vas a volar ese helicóptero, de lo contrario voy a someterte a un consejo de guerra», fue la respuesta.
McDonald continuó negándose. Aceptaría cualquier otra misión, pero no subiría a ese helicóptero. Incluso puso una X roja en él, indicando que había un problema con el rotor y se lo dijo a los inspectores técnicos. Los inspectores técnicos no encontraron nada.
Otro hombre, que tenía un trabajo más relajado perforando tarjetas IBM en una máquina, quiso expresar su patriotismo siendo artillero de puerta. Le presentaron a McDonald como el hombre que iría en ese helicóptero. En cuanto McDonald le estrechó la mano, se echó a llorar.
«Le di la mano. Sentí que hablaba con un muerto. Sabía que se había ido», recuerda McDonald.
Le dijo al hombre que no volara: «No salgas no importa lo que hagan».
El hombre pensó que estaba loco. McDonald se ganó el título de «Crazy Mac».
McDonald dijo que prefería estar loco porque no quería tener razón.
Al día siguiente, el helicóptero se retrasó cuatro horas. No había regresado a la base. McDonald salió con el equipo de búsqueda y los guio. Quince minutos después, divisaron un incendio forestal. El helicóptero estaba destrozado y ocho cuerpos calcinados.
Un ángel en el ala
McDonald comentó que en los campos de batalla ocurren muchas cosas sobrenaturales.
Un coronel que estaba siendo atacado durante su vuelo. Al estar a punto de eyectarse del avión, vio sobre su ala derecha un ángel. Era una niña pequeña, de unos cuatro o cinco años.
El coronel pensó que se estaba volviendo loco. Tenía unos ochenta años cuando se lo contó a McDonald.
Después de expulsarse del avión, aterrizó en el agua. Había barcos enemigos acercándose a él. Un helicóptero de rescate pudo sacarlo del agua y salió de allí con vida. Se sintió increíblemente afortunado.
Cuarenta años después de aquel incidente, estaba con su familia, incluida su nieta. Nunca le había contado a ella ninguna anécdota de la guerra. Pero la niña se sentó en su regazo y le dijo: «Sabes, abuelo, ¿te acuerdas de cuando estaba sentada en tu ala? ¿El día que te derribaron? Te amo, abuelo. Yo también te amaba entonces».
Mantener la moral en la guerra
Durante un vuelo, McDonald tuvo un nuevo comandante que se había graduado en West Point pero que nunca había estado en Vietnam. Al volar más alto de lo recomendado, por temor a ser descubierto por el enemigo, vio gente marchando por debajo sosteniendo lo que parecían armas. Ordenó a McDonald que les disparara. McDonald estaba operando una ametralladora M60, que al dispararla causaría enormes daños en muy poco tiempo.
McDonald sintió que algo estaba mal. El enemigo no huía. McDonald se negó a disparar. El comandante le amenazó con someterlo a un consejo de guerra mientras le decía al otro artillero que disparara. El otro soldado expresó su confianza en los instintos de McDonald, ya que llevaban más de seis meses trabajando juntos.
Cuando la compañía se niega a acatar órdenes, eso es amotinarse, y podría significar una vida entera en la cárcel.
McDonald trató de calmar la situación sugiriendo que volaran un poco más bajo para ver más de cerca. Cuando estaban a unos treinta metros del suelo, consiguieron una visión clara. Resultaron ser unos niños que seguían a un sacerdote católico. Llevaban herramientas de jardinería y se dirigían al huerto comunitario.
«En este caso desobedecí una orden», dijo McDonald. Había evitado que el comandante cometiera un error gravísimo y salvó vidas porque se mantuvo fiel a su moral.
No es valentía
Por sus esfuerzos en la guerra, McDonald ganó 14 Medallas Aéreas y fue condecorado con la Cruz de Vuelo Distinguido, la Estrella de Bronce y la Medalla del Corazón Púrpura, entre otras. Pero McDonald no cree que haya sido especialmente valiente. Por su visión, sabía que sobreviviría a Vietnam.
«Entonces alguien dice: ‘Oh, eres muy valiente’. No, no fui necesariamente valiente. Sabía que no me iban a matar. El tipo que tuvo miedo e hizo algo, ése es el tipo que merecía una medalla», dijo.
McDonald cree que tenía ventaja, porque ya sabía el resultado. Y tenía confianza en ello.
«También me presenté con un profundo sistema de creencias y confianza en el universo. Yo sabía. No creía. No suponía. No esperaba. Sabía que me estaban cuidando. Sabía que iba a hacer lo correcto. Iba a estar en el lugar correcto. Iba a seguir mis instintos, iba a seguir mi corazón al cien por ciento. Y no iba a hacer nada que fuera en contra de mis principios morales y éticos. Porque puedes ser un verdadero guerrero y líder espiritual en tu comunidad, pero te mantienes firme en esa línea y sigues cumpliendo con tu deber», afirmó.
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