Comentario
Se dice que a Donald Trump le gustaría un largo impeachment en el Senado para poder ser totalmente exonerado. El líder de la mayoría Mitch McConnell piensa distinto. Quiere que termine lo antes posible.
Por una vez estoy de acuerdo con McConnell. Ya es suficiente. Esta sesión del impeachment de la Cámara fue como un tratamiento de conducto sin anestesia. Dos veces en un año es más que suficiente para visitar al dentista.
Y no necesitamos más congresistas que se froten las manos, en ese último vestido negro de Edith Piaf proclamando la solemnidad de la ocasión mientras se chocan las cinco en el cuarto de atrás.
Trump debería seguir adelante. El impeachment, tal como la practican los demócratas, es demasiado aburrido como para merecer su atención y la nuestra.
Mis observaciones son anecdóticas, pero en ese sentido no difieren mucho de la columna promedio de The New York Times, pero aquí en el país del show aéreo (Nashville TN), con pocas excepciones, la gente no parece prestar mucha atención al alboroto del impeachment.
No se le presta atención, porque nadie está interesado en un drama con una trama amorfa y demasiada complicada con actores extranjeros desconocidos (¿Poroshenko? ¿Es eso un vodka?) pero con un final que no contiene ninguna sorpresa en absoluto: no hay remoción de POTUS por parte del Senado, como debe ser.
En cuanto a esa elusiva exoneración total, Trump debería darse cuenta de que ya ha logrado tanto como cualquiera puede conseguir en el mundo extremadamente partidista de la política estadounidense. Las encuestas se inclinan hacia su lado. El público, al menos la parte que no se lanzó a las calles con sombreros que causan vergüenza ajena a pocos días de su elección, ya ha visto a través del proceso salvajemente falso de Pelosi, Schiff y Nadler. (Es un milagro que no estuvieran tratando de acusar a Trump de nacer).
Debería renunciar mientras lleva la delantera, como dice el dicho. El Presidente puede ahora confiar en el respaldo jurídico que hará su trabajo por él, cosa que los demócratas temían y que inspiró gran parte de su pánico por el impeachment en primer lugar.
Primero fue el informe del inspector general (IG) Michael E. Horowitz, que claramente rompió el camino hacia el presidente, incluso con la dudosa conclusión del IG «no hay evidencia de parcialidad» en la motivación de «17 errores graves» en las relaciones del FBI con el tribunal de FISA.
Gracias también al informe de Horowitz, el tribunal FISA está intentando de no perder la cara, su juez principal está haciendo lo mejor que puede para culpar al FBI por las fechorías que ambos compartieron en el caso Carter Page, en un obvio intento de infiltrarse en la campaña de Trump y usar el extraño expediente de Steele para difamar al candidato presidencial como si fuera un activo ruso.
Estos son crímenes reales, no las presuntas tonterías que hemos estado escuchando en la Cámara.
Lo siguiente será el informe de John Durham. El Fiscal General William Barr nos ha dicho que no esperemos eso antes que termine la primavera o principios del verano porque el Sr. Durham, que puede nombrar grandes jurados, quiere hacer un trabajo minucioso.
Tanto mejor. El momento de las acusaciones será perfecto para las próximas elecciones. El impeachment, podemos estar seguros, estará lejos en el espejo retrovisor.
El último libro del analista político Roger L. Simon es «La Cabra».
¿Sabía?
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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