Comentario
He aquí una idea para enderezar la política estadounidense. Hagamos de las fuerzas armadas una rama del Partido Republicano, que actualmente tiene el poder ejecutivo. Hombre, entonces tendríamos algo de ley y orden, ¿verdad? Y si considera que la idea es terriblemente idiota, alarmante y dictatorial, ¿por qué está bien que el Ejército Popular de Liberación no sea parte del gobierno chino sino de su Partido Comunista?
Este alarmante dato viene, acompañado de mucho más, de Clive Hamilton y Mareike Ohlberg en su libro «Mano oculta», cuyo espantoso subtítulo: «Exponiendo cómo el Partido Comunista Chino está reformando el mundo», le brinda una buena idea de lo que se trata. A saber, una detallada aunque seca catalogación de cómo las redes de influencia del PCCh han atrapado a idiotas útiles políticos y de negocios en todo el mundo, con destellos esclarecedores sobre lo peligroso que es la arremetida del Politburó para la influencia global dada la naturaleza del régimen.
Como ellos dicen: «Para comprender cuánto domina el Partido a todas las demás instituciones, observe que el Ejército Popular de Liberación no es un ejército nacional, sino el ala armada del PCCh». Y sobre el tema que el Partido domina todas las demás instituciones, también señalan que «luego que el 19º Congreso del Partido en 2017 votara por unanimidad para incorporar el ‘pensamiento de Xi Jinping’ en su constitución –con el parlamento de China insertándolo en la constitución del país unos meses más tarde– los miembros del partido en toda China se unieron a las sesiones de estudio para absorber las ideas del líder supremo».
La idea de tener que estudiar el pensamiento de Xi Jinping evoca imágenes cómicas y horribles de un cruce entre las clases de preparatoria más aburridas que haya soportado y un campo de concentración. Pero la secuencia aquí, de insertar su pensamiento en el Partido y luego en las constituciones nacionales, subraya que, como el ejército, el parlamento es una rama del Partido Comunista. Como lo son «todas las demás instituciones» incluyendo corporaciones tales como, sí, Huawei. Pero volvamos al EPL porque, como Mao dijo una vez, «El poder político crece desde el cañón de un arma».
No es una visión novedosa. Consideremos el abominable caso de Cayo Mario (157 a.C.-13 de enero del 86 a.C.) durante los disturbios que destruyeron la República Romana. Y en caso que haya olvidado al viejo como se llame, Wikipedia lo llama, «un general y estadista romano». Vencedor de las guerras Cimbric y Jugurthine, ocupó el cargo de cónsul siete veces sin precedentes durante su carrera. También se destacó por sus importantes reformas de los ejércitos romanos. Además se casó con la tía del César. (Es gracioso cuando digo la tía del «César» no tengo que explicar que me refiero a Cayo Julio César, cuyo nombre de pila no era «Julio», no importa lo que Astérix quiera hacerle creer).
¿Parece que me he desviado del tema? Bueno, Mario no era un mal tipo hasta donde podemos decir. Incluso vetó un proyecto de ley para expandir el pan dentro del «pan y circo», lo cual fue tan bueno como se esperaba. En Canadá ni siquiera podemos dejar la gestión de suministros. Pero esta es la cuestión.
Mientras la vieja República defendida por ciudadanos-soldados se desmoronaba también se enfrentaba a una crucial escasez de personal militar. Luego que fracasaran los esfuerzos de reforma agraria para convertir a los plebeyos turbulentos en agricultores con intereses en la sociedad a los que se les pudiera confiar las armas, Mario dio el ingenioso y peligroso paso de reclutar a hombres pobres como soldados con promesas de recompensas posteriores de tierra y dinero.
Llenó las filas. Pero con legionarios ahora vinculados no a los asuntos públicos sino al estado y, peor aún, a hombres individuales a caballo cuya causa en las guerras civiles se convirtió en vital para su seguridad económica. Si peleabas por Marco Antonio y Augusto ganaba, podías despedirte de tu granja, si no es que de tu cabeza. Desde entonces hasta que el Imperio se consolidó, el destino de Roma fue resuelto por ejércitos privados.
Ah, bueno. Toda la historia antigua, ¿verdad? Entonces probemos con la medieval. Bretaña ha tenido por mucho tiempo una Marina Real, y añadió una Fuerza Aérea Real en 1918. Pero no tenía ni tiene un Ejército Real. Hombres mucho más sabios y mejores que Mao sabían por la historia que era demasiado peligroso dar al jefe ejecutivo un ejército casi privado que pudiera suprimir la libertad en casa, o incluso los fondos para comprar uno, tal como lo intentó James II.
Francamente, la creación de la Marina Real en 1546 bajo el más temible de todos los monarcas ingleses, el aspirante a absolutista Enrique VIII, me asusta un poco. Pero ni siquiera él se atrevió a buscar un Ejército Real. Y después de la Guerra Civil, un siglo después, el Parlamento aprobó leyes anuales de motín que pusieron a las tropas bajo la ley marcial solo durante 12 meses, de modo que cualquier rey que intentara prescindir del Parlamento perdería rápidamente la autoridad legal para comandar soldados. Mientras que Xi Jinping tiene un ejército totalmente privado y financiado con fondos públicos que es el segundo mayor empleador del mundo.
Se podría argumentar que es un detalle trivial porque las reglas ostensibles no importan en una dictadura. Por ejemplo, Stalin nunca se molestó en cobrar su salario porque nadie le dijo nunca que no; bajo el «imperio de la ley» en vez de «estado de derecho», el estado es a la vez burocrático y arbitrario. Pero hablando de Stalin, en cuyo régimen se basó Mao para modelar el suyo, tales arreglos son reveladores de cómo piensa y actúa el régimen.
Incluso en la otra gran tiranía del siglo XX, tan grotescamente arrolladora en sus ambiciones como los comunistas y tan espantosa pero con algunos adornos tradicionales, Adolf Hitler fue comandante en jefe de la Wehrmacht en su calidad de presidente/Führer (y Reichskanzler) de Alemania, no Führer del Partido Nazi, que también lo fue. Pero en la Unión Soviética, señala Wikipedia, mientras que el Ejército Rojo fue creado «por decreto entre el 15 (28) de enero de 1918 ‘para proteger a la población, la integridad territorial y las libertades civiles en el territorio del estado soviético'», su comandante en jefe desde el 3 de abril de 1922 hasta el 16 de octubre de 1952 no era el jefe de estado. Era el secretario general del Partido Comunista, Joseph Stalin.
Ni siquiera era el jefe de Estado cuando ese puesto fue ocupado por la figura principal del Partido Bolchevique, Vladimir Lenin, como «presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo» o primer ministro antes que la Unión Soviética tuviera el equivalente a un presidente. Ciertamente no fue así cuando se creó el puesto de «presidente del Presidium» y Mikhail Kalinin asumió el cargo en enero de 1938. Kalinin fue un viejo bolchevique de origen campesino y aliado de Stalin durante mucho tiempo que evadió las purgas y se retiró con una enfermedad terminal en 1946, pero no fue una figura importante del régimen. Y lo desafío a que nombre a cualquiera de sus sucesores (por ejemplo, Nikolay Shvernik 1946-1953) hasta que Leonid Brezhnev asumiera el cargo en 1977 para estar a la altura de los presidentes de Estados Unidos en materia de protocolo. La lista de Wikipedia de «líderes de la Unión Soviética» no menciona a ninguno de sus predecesores, incluyendo a Kalinin, y si buscas en Google «Vasili Kuznetsov», quien ocupó el puesto tres veces, se equivocara de persona.
Tal es la naturaleza de los regímenes marxistas. Se trata del comunismo.
Es perturbador incluso pensar en la penetración comunista en las instituciones gubernamentales, económicas y culturales de Occidente. Y si hablas de ello serás acusado de McCarthyismo. Pero si es horroroso contemplar a un líder del mundo libre con militares en su bolsillo, ¿qué tal el líder de un partido comunista gobernando perpetuamente?
John Robson es director de documentales, columnista del National Post, editor colaborador del Dorchester Review y director ejecutivo de Climate Discussion Nexus. Su más reciente documental es «El Medio Ambiente»: Una historia real».
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