¿Qué es lo que realmente vale la pena? ¿Qué sentido tiene todo este esfuerzo y energía que gastamos día tras día? ¿Dónde está la línea de meta?
O, por decirlo de otra manera: ¿cuál es el propósito de nuestras vidas?
Muchos de nosotros estamos tan inundados por la avalancha de acontecimientos, información y obligaciones de la vida cotidiana que apenas tenemos tiempo para hacernos estas preguntas y mucho menos para responderlas.
Disfrutar de una mañana perezosa y de una taza de té caliente en el jardín mientras contemplamos por qué estamos aquí en el planeta Tierra, es un lujo que la mayoría de nosotros no puede permitirse. Cuando tenemos que cumplir con los plazos en la oficina, por ejemplo y nos quedamos atrás o corremos en lugar de avanzar para alcanzar nuestros objetivos, es difícil mirar el panorama general de nuestras vidas. Los problemas surgen como las cabezas de la hidra: si se corta una, vuelven a crecer dos.
Algunos familiares o amigos, terapeutas o gurús de la autoayuda, pueden aconsejarnos que bajemos el ritmo, pero la dura y fría verdad es que bajar el ritmo rara vez es una opción. Cuando estamos en medio de una carrera de ratas, hacer una pausa o reducir nuestro ritmo parece imposible.
Volviendo a la pregunta “¿cuál es el objetivo de mi vida?”, tal vez sea una generalización demasiado amplia, demasiado vaga y difusa como para dar una respuesta coherente. De hecho, si nos enfrentamos a esa pregunta, la mayoría de nosotros podría reaccionar con un silencio desconcertante.
Pero, ¿y si reducimos la pregunta? ¿Y si nos preguntamos: “cuál es el objetivo de este momento, de este día? ¿Qué voy a hacer con las próximas 24 horas que me dio el universo?”.
Aquí encontramos una roca en la que podemos apoyarnos, una base sólida que sostiene una solución posible y satisfactoria a este enigma del propósito. Para el contratista con esposa e hijos, por ejemplo, uno de los propósitos de su día es salir al mundo, hacer su trabajo lo mejor que pueda, y regresar a casa por la noche con el dinero ganado para satisfacer las necesidades de sus seres queridos. Para su mujer, el propósito de su día es ocuparse de la educación de sus hijos y formar un hogar para su familia.
En otras palabras, nuestros días son un conjunto de deberes, obligaciones, alegrías, preocupaciones y penas que definen por sí mismos nuestro propósito. Cuando vivimos en el presente, nuestro propósito se vuelve claro como el cristal.
Cuando abordamos cada uno de estos días con reflexión y cuidado, tomándonos unos momentos al despertar para recordar los motivos y objetivos más elevados que hay detrás de los detalles del día, estamos siguiendo el consejo ofrecido por hombres y mujeres sabios a lo largo de los tiempos: “viva el presente”.
Además, si vivimos cada uno de esos días intencionadamente, practicando las virtudes, siguiendo la Regla de Oro, amando a los que nos rodean, dedicando tiempo a apreciar la belleza de nuestro mundo y luchando por lo correcto cuando sea necesario, al final de nuestra vida habremos acumulado miles de días llenos de propósitos. No tendremos necesidad de preguntarnos: “¿Cuál es el propósito de la vida?”. En cambio, habremos vivido la respuesta a esa pregunta.
“No pierda más tiempo discutiendo cómo que debe ser un buen hombre”, dijo una vez el emperador romano y filósofo estoico Marco Aurelio. “Sea uno”.
Esta misma lógica se aplica a la cuestión del propósito.
“No pierda más tiempo contemplando el propósito de la vida”, podríamos decir. “Llene cada día con un propósito, cumpla con su deber, ame a sus amigos y a su familia y habrá respondido a la pregunta”.
Y algún día, cuando vayamos a descansar, los que dejemos atrás nos recordarán por haber entendido y cumplido el propósito de la vida.
Jeff Minick tiene cuatro hijos y un creciente pelotón de nietos. Durante 20 años, enseñó historia, literatura y latín a seminarios de estudiantes que se educaban en casa en Asheville, N.C. Es autor de dos novelas, “Amanda Bell” y “Polvo en las alas”, y de dos obras de no ficción, “Aprender sobre la marcha» y «El cine hace al hombre”. Actualmente, vive y escribe en Front Royal, Va. Visite JeffMinick.com para seguir su blog.
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