Comentario
Hasta ahora está iniciando el 2020, pero estaría dispuesto a apostar incluso dinero a que el coronavirus será la gran noticia del año.
Aparte del impacto en la salud humana, el virus ya está causando grandes problemas económicos. Esos problemas, a su vez, tienen el potencial de rehacer el panorama político a largo plazo tanto en China, donde el Partido Comunista de Xi Jinping se ha desacreditado notablemente, como en Estados Unidos, debilitando potencialmente la economía lo suficiente como para borrar la ventaja electoral número uno del Presidente Donald Trump, una economía fuerte.
Aparte del impacto en la salud humana, el virus ya está causando grandes problemas económicos. Esos problemas, a su vez, tienen el potencial de rehacer el panorama político a largo plazo tanto en China, donde el Partido Comunista de Xi Jinping se ha desacreditado notablemente, como en Estados Unidos, debilitando potencialmente la economía lo suficiente como para borrar la ventaja electoral número uno del Presidente Donald Trump, de una economía fuerte.
(Un aparte: si usted piensa que la contienda presidencial es fea ahora, espere a que los demócratas empiecen a culpar a Trump tanto por una economía en desaceleración como de la severidad del virus. Y por favor, Sr. Presidente, deje de dispararse en el pie ofreciendo sus opiniones sobre la severidad del impacto del virus en la salud. Nadie lo sabe, y las opiniones infundadas solo pueden hacerlo quedar como un tonto).
En un intento de contrarrestar el impacto negativo del virus, la Reserva Federal reveló un gran recorte de emergencia en la tasa de interés un 0.5%. Esto sucedió después de que Jason Furman, presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca durante el segundo mandato del Presidente Barack Obama, pidiera un «plan de estímulo» legislativo de «unos 350.000 millones de dólares» el 5 de marzo en el Wall Street Journal. (No explicó por qué esa cantidad. Como muchas propuestas de gasto de Washington, la cifra parece arbitraria).
Hay múltiples razones por las que se debería rechazar tal propuesta. La primera es simple matemática: con el déficit del presupuesto federal anual que ya excede el trillón de dólares, ¿queremos empeorar una mala situación? Incluso para los estándares del dólar degradado de hoy en día, 350 mil millones de dólares es mucho dinero.
Segundo, los «planes de estímulo» no hacen lo que se anuncia que harán, no estimulan el crecimiento económico. No funcionaron para los presidentes Herbert Hoover y Franklin D. Roosevelt durante la Gran Depresión, ni tampoco para los presidentes George W. Bush y Obama durante la Gran Recesión.
La noción de «estímulo» del gobierno es un dogma de la economía keynesiana, pero cuando se trata de políticas públicas, esos planes son una charlatanería. (John Maynard Keynes, posiblemente el economista más influyente del siglo XX, introdujo un poco de misticismo en la profesión económica. En el «Paper of the British Experts» (Eapel de los expertos británicos) del 8 de abril de 1943, Keynes escribió que la expansión del crédito realiza el «milagro (…) de convertir una piedra en pan», su forma de argumentar que fue posible que una sociedad se consumiera a sí misma en prosperidad).
Por cierto, si quieren saber qué combinación de políticas ha curado alguna vez una depresión económica rápidamente, echenle un vistazo a la Depresión de 1920-21, cuando el PIB se derrumbó un 23,9% en un año y el desempleo se disparó de menos del 5% a más del 14% en cuestión de meses. La administración Harding/Coolidge redujo el gasto del gobierno a la mitad mientras reducía las tasas del impuesto sobre la renta, y la Reserva Federal permitió que las tasas de interés aumentaran. Para 1923, el desempleo cayó hasta el 2,4% y la producción industrial se disparó más del 27%.
En tercer lugar, el dinero no va a reparar las cadenas de suministro rotas, no va a atraer a los trabajadores de vuelta a las fábricas cerradas temporalmente en varios países, ni va a calmar el miedo que está causando que muchas personas cancelen sus planes de viaje, reduzcan sus salidas a cenar o cancelen eventos públicos.
Adam Smith nos enseñó hace más de dos siglos que el dinero no es la riqueza real. Las imprentas y las computadoras de hoy en día no hacen ni entregan bienes y servicios reales. (El hombre de la calle entiende esto, pero el punto elude a muchos economistas).
El núcleo de la propuesta de Furman es que el Congreso dé «1000 dólares a cada adulto que sea ciudadano o residente de EE. UU. y 500 dólares a cada niño que cumpla con el mismo criterio». Esto suena como un enfoque sigiloso para aprobar un ingreso universal garantizado, un tipo de ingeniería social que ha sido probado y rechazado en países como Finlandia y Canadá.
Furman quiere que el Tío Sam desembolse este dinero este año, y también el próximo «si la tasa de desempleo sube al 5,5% y permanece allí» (por cuánto tiempo, no lo dice). Esta es una táctica política, no una solución económica viable.
Los programas del gobierno que dan dinero gratis pueden comprar los votos de aquellos que crecen para esperar tales dádivas, pero no hace nada para facilitar los ajustes del mercado que se necesitan en un momento de tensión económica.
Otro aspecto económicamente imprudente de este «plan de estímulo» es el llamado a extender la compensación por desempleo de manera permanente. Estudios han demostrado que muchas personas desempleadas tienen la habilidad de conseguir un trabajo justo cuando se les acaban las prestaciones de desempleo. Por lo tanto, la ampliación de esas prestaciones parece prolongar el desempleo en lugar de reintegrar rápidamente a los desempleados en las filas de empleados.
Aunque no estoy de acuerdo con su propuesta, estoy de acuerdo con Furman en que la sugerencia de Trump de un recorte del 2% de los impuestos de la nómina es una mala idea. Furman cree que tal recorte es injusto, porque pondría más dinero en los bolsillos de los trabajadores con salarios más altos que los que ganan salarios más modestos. Mi objeción es que es injusto para los jóvenes estadounidenses poner el programa de Seguridad Social en un agujero fiscal más profundo. Las finanzas de la Seguridad Social necesitan ser fortalecidas, no debilitadas.
Es comprensible que muchos estadounidenses estén luchando ahora con el miedo y la incertidumbre sobre el impacto económico del coronavirus. Pero no agravemos el problema con una estampida de pánico en una prescripción política (un «plan de estímulo») que puede sonar bien, pero que tiene, de hecho, un historial muy pobre.
Mark Hendrickson, un economista, se retiró recientemente de la facultad de Grove City College, donde sigue siendo miembro de la sección de política económica y social del Instituto para la Fe y la Libertad.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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