En la antigua ciudad de Vaishali, en la India, habitaban 500 ciegos. Debido a su discapacidad, no podían trabajar para ganarse la vida y tenían que mendigar comida. Sufrían de discriminación a diario.
Los ciegos oyeron que el Príncipe Siddhartha (también conocido como Shakyamuni) se había convertido en un Buda, y se llenaron de esperanza. Ellos creían que el Buda tenía la habilidad de aliviar todas las enfermedades, problemas y penas, y sinceramente deseaban seguir el camino del budismo para cultivar la sabiduría y el carácter moral y así ser dignos de su misericordia.
Luego de discutirlo un poco, decidieron encontrar la manera de encontrarse con el Buda en persona. El líder del grupo sugirió tomar la iniciativa de visitar al Buda en vez de esperar que él fuera a verlos. Contrataron a un guía para que los condujera en el viaje ya que no podían ver.
Los ciegos caminaban detrás del guía, tomados de la mano, formando una espectacular larga línea que giraba y doblaba. Aunque el camino era arduo, con fe en sus corazones, cuanto más caminaban, tanto más brillantes eran sus espíritus y más ligeros sus pies.
Luego el grupo llegó a un pantano que tenían que cruzar antes de llegar al Reino de Magadha, donde vivía el Buda. Viendo el peligro por delante, el guía se asustó, y sin preocuparse por la seguridad o el bienestar de los ciegos, les robó el dinero y los abandonó. Sin saber qué había pasado, los ciegos esperaron y esperaron en vano.
El líder luego oyó el sonido del agua y les pidió a todos que caminaran en esa dirección.
Justo en ese momento, escuchó la voz enojada de un campesino. «Ustedes, bestias, ¿son ciegos? ¡Pisotearon todos mis plantines y los mataron!», los maldijo el campesino.
«¡Oh, Cielos! Lo sentimos tanto. Realmente no podemos ver. Si pudiéramos, no hubiéramos nunca pisoteado sus plantines», se disculpó el líder. «¡Ah! Por favor sea amable y tenga piedad de nosotros. Por favor díganos cómo encontrar el camino para ver al Buda. Nos robaron el dinero, pero ciertamente le compensaremos más tarde por los plantines. Lo prometo».
Sintiéndose mal por la situación de los ciegos, el campesino suspiró y dijo: «Está bien. Solo síganme. Los voy a llevar al templo budista en Shravasti, donde está el Buda». El grupo se regocijó y le agradeció una y otra vez.
El campesino efectivamente los llevó al templo como lo había prometido, y los ciegos se alegraron de finalmente llegar a su destino. Pero se desilusionaron cuando el abad les informó que habían llegado demasiado tarde, ya que el Buda había regresado a Magadha.
El grupo entonces emprendió el difícil camino a Magadha, sobrepasando dificultades de toda clase. Pero una vez allí, se enteraron de que el Buda había regresado a Shravasti.
A pesar de estar exhaustos, estaban determinados a ver al Buda, así que dieron la vuelta y regresaron a Shravasti. No esperaban que el abad del templo allí les dijera una vez más que el Buda había regresado a Magadha, pero eso fue lo que pasó, aunque con gran conmiseración.
Esta gente tan dedicada hizo el voto de jamás regresar a casa sin haber visto al Buda. Al final, viajaron de ida y vuelta siete veces. El Buda vio su fe y devoción y cuando llegaron de vuelta al templo en Shravasti la séptima vez, el Buda estaba allí esperándolos.
«¡Oh gran Buda! ¡Por favor dénos luz! ¡Déjenos ver la magnificencia del Buda!», le imploró el grupo. Todos los 500 ciegos se arrodillaron y se postraron, en la forma de más alto respeto hacia el Buda.
Viendo sus corazones, el Buda dijo: «Son tan sinceros y han realizado tantos largos viajes, sin quebrantar su creencia y determinación. Les concederé la luz».
Inmediatamente, todos los 500 pudieron ver. Le agradecieron al Buda por su inmensurable gracia. Todos se convirtieron en diligentes discípulos del Buda y alcanzaron el nivel de luohan al final de su cultivación.
Traducido por Dora Li al inglés, esta historia es republicada con permiso del libro «Cuentos Atesorados de China», Vol. 1, disponible en Amazon.
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