Comentario
Este video cuenta la historia de cómo todas las democracias liberales de Occidente han pasado por cuatro etapas para llegar a donde están hoy en día.
Llamo a la primera etapa «liberalismo de la virtud», porque la búsqueda de la virtud era el principal interés de los colonos y peregrinos que llegaron al Nuevo Mundo para escapar de las opresiones religiosas y sociales del Viejo Mundo. Para ellos, el liberalismo se refería más a la «libertad social» que querían disfrutar dentro de sus propias comunidades que a su propia libertad individual.
Sobre todo, querían crear un mundo mejor, ser libres para poder ser buenos. La idea de perseguir principalmente sus propios placeres y elecciones personales —especialmente las de naturaleza sexual— les hubiera parecido extremadamente egoísta, y posiblemente considerado un pecado.
La segunda etapa puede llamarse «derechos y propiedad del liberalismo», porque, a mediados del siglo XVIII, las ideas del filósofo político John Locke estaban en boga, y estaban desplazando a la noción anterior de libertad social. La gente estaba empezando a pensar en sí misma más bien como individuos libres que viven en estados cuya función es proteger sus derechos naturales y sus propiedades.
Al mismo tiempo, la esclavitud humana era una realidad en todas partes del mundo, y en retrospectiva fueron estas poderosas ideas sobre los derechos individuales las que finalmente abrieron la puerta a los derechos civiles para todos en Occidente.
El asunto importante es que era una filosofía con un punto de partida: establecer las reglas, correr hasta la meta y dejar que las cosas caigan por su propio peso. Y ha hecho un buen trabajo durante mucho tiempo.
Pero, un siglo más tarde, todos los regímenes amantes de la libertad del mundo occidental estaban mutando lentamente hacia los regímenes amantes de la igualdad que tenemos hoy en día, lo que me lleva a la tercera etapa, que yo llamo «liberalismo de la igualdad».
Esta mutación ocurrió por una razón muy simple: la libertad y los derechos no estaban produciendo la sociedad perfecta con la que aquellos primeros liberales habían estado soñando.
Al final del día, vieron que algunos eran ricos, otros pobres, otros inteligentes, otros estúpidos, otros trabajadores, otros perezosos y otros que, por causas ajenas a su voluntad, simplemente pasaban por momentos difíciles.
Una clase continuamente marginada estaba fraguándose frente a sus ojos, y un cambio se estaba gestando desde la idea de la responsabilidad personal por la propia condición de vida de echarle la culpa al «sistema».
Así que el sistema tuvo que ser arreglado. Ahora había que forzar la igualdad.
Esto significaba que la primigenia filosofía de todas las democracias occidentales con un punto de partida por la libertad común estaba siendo reemplazada por una nueva filosofía, con un punto de llegada por la igualdad, y para asegurar esto, todas ellas se estaban convirtiendo en «democracias sociales». ¿Pero cómo puede haber tal cosa?
«Social» implica el socialismo, que exige un control de arriba hacia abajo para lograr la igualdad de resultados para todos.
Pero el liberalismo exige una libertad de abajo hacia arriba, con resultados diferentes según lo escoja cada uno. Una contradicción tan profunda que significaría finalmente la parálisis y el declive de la política.
Así que tenía que ser resuelto.
Pero la única manera de mantener la conexión entre el liberalismo y el socialismo sería dividir el cuerpo político en dos cuerpos: un cuerpo privado y un cuerpo público, cada uno con su propia voluntad e ideología justificadora.
Y esto me lleva a la cuarta etapa, que yo llamo «socialismo-libertario»; no es ni una cosa ni la otra, sino una fusión de ambas.
Para cumplir con el mandato del liberalismo, a los ciudadanos se les permitió mucha más libertad para todas las cosas personales y privadas, especialmente aquellas que tienen que ver con el sexo y el cuerpo, tales como derechos anticonceptivos, derechos al aborto, divorcio fácil, derechos homosexuales, derechos transgénero, derechos a la pornografía, matrimonio homosexual, derechos a consumir marihuana, derechos a la eutanasia y mucho más, todo ello en nombre de la elección personal, y muchos de ellos subsidiados por el estado.
Como individuos, nosotros, la gente, que nunca hemos sido tan abiertos y libres, seríamos como un nuevo producto o marca.
Pero para cumplir con el mandato de la igualdad, nuestros gobiernos, que entonces eran reducidos a su mínima expresión, tuvieron que iniciar un ejercicio agresivo de voluntad pública, que se financiaría con el aumento masivo de los impuestos y la deuda pública, extendiéndose a todos los aspectos posibles de la vida nacional.
El resultado es que el socialismo libertario es ahora un tipo de régimen homogeneizado en todo Occidente, una forma política tan propicia para el crecimiento de un gobierno envolvente que muchos de estos regímenes ya se han convertido en lo que yo llamo «estados tripartitos».
Se trata de estados en los que un tercio de las personas son los fabricantes que generan la riqueza; otro tercio trabaja para un gobierno en algún nivel; y el último tercio son beneficiarios, quienes reciben importantes beneficios en efectivo o en especie del estado.
Cualquiera puede ver que en un sistema democrático los dos últimos segmentos siempre se confabulan contra el primero, como dos lobos y una oveja votando sobre lo que hay para cenar.
Esta es ahora la lamentable condición de las democracias occidentales: todos los ciudadanos disfrutan de un máximo de libertad corporal y sexual en un contexto de sobre-regulación masiva, impuestos y control por parte del estado en todos los demás aspectos de sus vidas.
Y no va a cambiar para mejor, ni podemos escapar de ella, a no ser que primero los ciudadanos se familiaricen mucho más con las condiciones ideológicas subyacentes que nos llevaron a esta situación.
A fin de arrojar luz sobre estas condiciones, todos necesitamos saber cuál es nuestra posición sobre las cuestiones morales, sociales y económicas más importantes de nuestro tiempo.
Solo entonces podremos comenzar unas discusiones y debates cruciales con amigos y vecinos que nos convertirán en un pueblo libre y responsable una vez más.
William Gairdner es un escritor que vive cerca de Toronto. Su último libro es «La gran brecha: por qué los liberales y conservadores nunca, nunca estarán de acuerdo» (2015). Su sitio web es WilliamGairdner.ca
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
Siga a William en Twitter: @williamgairdner
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