Opinión
El otro día ocurrió algo extraño. Una granja de paneles solares a gran escala situada en el condado de Fort Bend, Texas, con miles de hectáreas en plena zona petrolífera, sufrió una fuerte tormenta de granizo. Eso, no es del todo inusual en la región.
Yo crecí en Texas y siempre me asombraba que la vida transcurriera con normalidad y que, de la nada, llovieran cubitos de hielo del tamaño de pelotas de golf que causaban enormes daños en autos y casas.
Pues bien, en este caso, la tormenta destruyó por completo la granja de paneles solares de miles de hectáreas.
«Parecen como si alguien hubiera tomado una escopeta, la hubiera disparado al aire dejando que las balas cayeran y les hicieran agujeros por todas partes», dijo un residente a medios locales.
Hasta aquí la gran innovación. Hasta aquí la energía barata del sol. Hasta aquí la maravillosa revolución tecnológica. Ahora es un montón de vidrio y acero sin valor.
La preocupación más inmediata no es solo la enorme pérdida de energía. Es el teluro de cadmio del interior de los paneles que podría filtrarse al suelo y al suministro de agua, envenenando potencialmente a toda la comunidad.
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿por qué los constructores y propietarios de este aparato no pensaron en esta posibilidad? La respuesta es siempre la misma: subvenciones federales. Han fomentado la conversión de cientos de kilómetros de ranchos, granjas y terrenos de perforación en Texas para convertirlos en granjas solares.
Nada de esto existiría sin esta decisión artificial de nuestros planificadores centrales.
Todos corren el riesgo de la misma destrucción. De hecho, lo mismo ocurrió en el oeste de Texas hace unos años. Es un hecho que en la vida de estas enormes granjas llegará alguna tormenta cada pocos años y probablemente lo destrozará todo. A estas alturas ya deberíamos saberlo.
No es solo eso: las tormentas de arena también suponen un peligro. Hace años volaba hacia Las Vegas y sobrevolé uno de esos grandes campos con paneles solares y estaban totalmente cubiertos de arena. El sol no podía llegar a los paneles. Lo primero que pensé fue: «Alguien va a necesitar una escoba muy grande».
Pero no solo hacen falta enormes sopladores y aspiradoras. Limpiarlos requiere de un enorme consumo de agua, agua que no se utiliza para granjas, césped, baños y otros fines que sirven a la humanidad.
Texas también tiene que hacer frente a los absurdos kilómetros de turbinas eólicas que hay por todo el estado y que arruinan por completo el paisaje. Apenas se pueden ver las magníficas montañas y formaciones rocosas del suroeste de Texas debido a estas monstruosidades asesinas de aves.
Conduces por kilómetros y kilómetros de estos horribles artefactos mientras tu auto pasa literalmente por encima de océanos de petróleo que están ahí esperando a ser perforados y utilizados por el hombre.
¿Qué demonios está pasando? Hay una respuesta: restricciones federales a la perforación y el refinado, además de subvenciones federales para vientos y rayos de sol.
Todo parte de una extraña ideología según la cuál la extracción de petróleo y gas es sucia e insostenible, mientras que la instalación de elegantes molinos de viento y la captación de rayos solares son sostenibles.
Llaman «combustibles fósiles» al petróleo y al gas, aunque esto es muy discutible. El petróleo puede ser tan renovable como el sol o el viento. Ni siquiera sabemos cuánto hay, solo que hay más que suficiente para alimentar toda la actividad humana en el planeta hasta donde podemos ver en el futuro. Quizá nunca se agote.
Los gobiernos de todo el mundo han decidido de alguna manera que una forma de energía es mala y la otra es buena, a pesar de que, una vez sopesados todos los costos de ambas, ni siquiera está claro que el petróleo y el gas sean menos conveniente desde el punto de vista del uso de los recursos. Puede que sean más deseables.
Sabemos con precisión cómo extraer y refinar el petróleo y destinarlo al uso humano. Lo sabemos desde hace siglos y fue este descubrimiento el que permitió la construcción del mundo moderno. Luego, en el siglo XXI, un puñado de burócratas del gobierno enloquecidos, científicos en paro y políticos permitieron que una fantasía se apoderara de sus cerebros para imponernos otras soluciones.
La propaganda contra el petróleo y el gas es tan abrumadora —como el miedo al COVID— que resulta difícil para toda una generación pensar con originalidad y plantearse la pregunta fundamental de si, después de todo, se trata realmente de una buena idea.
Estamos comprobando por amarga experiencia que el sueño utópico choca con la dura realidad y luego se hace añicos. Mientras tanto, la incertidumbre energética es cada vez mayor. Hace unos años, las turbinas eólicas se congelaron y millones de personas se quedaron sin calefacción en pleno invierno.
Este caso es personal: mi madre, del centro de Texas, estuvo a punto de morir congelada. Pasé dos días al teléfono con ella para asegurarme de que estaba bien. Encontró suficientes mantas y se las arregló, pero siempre culparé al: «Nuevo Pacto Verde». Por haber estado a punto de matarla.
Toda esta locura por las energías renovables frente a los combustibles fósiles, ambos mal llamados, se nos va de las manos y amenaza con hundir la civilización tal y como la conocemos. Los consumidores de todo el mundo rechazan ahora mismo los vehículos eléctricos como algo más que compran los vanguardistas para consumidores urbanos en climas cálidos. Pero la administración Biden está obligando a los fabricantes a fabricar cada vez más, a pesar de que el mercado de consumo para ellos se está agotando rápidamente.
La red no puede soportar más coches enchufados, y las autopistas tampoco. El colmo es que ahora mismo la mayor parte de la electricidad de este país no la suministran los rayos del sol y los vientos, sino el carbón, que también se califica de «combustible fósil».
Espere: cuando todos utilicemos vehículos eléctricos, el Gobierno anunciará más restricciones también para el carbón.
Luego vendrá el racionamiento. Solo podrá conducir dos días a la semana y solo hasta cierto punto. Esto se hará cumplir obligando a los gestores de software a apagar su coche. Ya no tendrá libertad para conducir a donde quiera y mucho menos para hacer un viaje espontáneo por carretera. La definición misma de la buena vida de posguerra llegará a su fin, gracias enteramente a la extraña realidad de que una generación de burócratas se dejó consumir por una ideología estrafalaria.
Por supuesto, gran parte de este fanatismo se remonta al frenesí por el «cambio climático». Una adolescente lunática sermoneó a las élites mundiales sobre esto y ellos le creyeron.
¿Adivine qué? El clima está cambiando. Nunca ha dejado de cambiar. Cambia aunque conduzcamos o no, o conduzcamos el tipo de vehículo que conduzcamos. Cambiaba antes de la Revolución Industrial y cambiará después.
También resulta que descubrir si la temperatura está cambiando depende totalmente de lo que mida y del tiempo que lo haga. Sí, ya conoce este juego. Se llama mentir con estadísticas a costa del contribuyente. Si no cree las afirmaciones, le insultarán de forma muy desagradable.
Mientras tanto, hemos ocupado valiosos terrenos con interminables kilómetros de espejos y hélices que se rompen a la menor perturbación. Y tal vez esa sea la cuestión. Temo decirlo, pero es cierto: las personas que han llegado a controlar la política energética de Estados Unidos podrían ser bufones malvados que en realidad odian la civilización que se ha construido a lo largo de dos siglos y preferirían que todos viviéramos en chozas, comiéramos insectos y condujéramos coches Picapiedra, es decir, si aprueban la invención de la rueda en sí.
Mire, una vez estuve dispuesto a creer en todo esto. Cuando era muy joven, tuve mi primera calculadora solar y me pareció bastante chula para lo que era. Lo que no sabía entonces es que esto es casi el límite. Es algo bueno para pequeños trabajos, no para alimentar un mundo industrializado.
Lo siento si odia a Donald Trump, pero tenía toda la razón sobre la energía eólica. ¿Por qué deberíamos depender del viento para saber si podemos tener lo básico de la vida moderna? Es una locura si lo piensa.
Estoy realmente en el punto de pensar que todo este aparato debe desaparecer, hasta la última turbina eólica y granja solar. Ni siquiera hace falta derribarlos. Basta con poner fin a las subvenciones antieconómicas y dejar que se sometan a las fuerzas del mercado.
El petróleo, el gas y el carbón ganarán por defecto.
Todo lo que decimos es: den una oportunidad al libre mercado. Y vivan con los resultados.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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