Opinión
En una conferencia desde Kiev a estudiantes mexicanos de distintas instituciones educativas —Tec de Monterrey, Universidad Iberoamericana y Universidad Anáhuac—, Volodimir Zelenski, el presidente de Ucrania dijo: “Yo espero oír una voz fuerte de México tanto de sociedad civil como de representantes oficiales, la voz de apoyo a Ucrania”. Posteriormente hizo un llamado claro al presidente de México para establecer una postura que trascienda la salida de la neutralidad:
“México es uno de los países líderes que goza de gran prestigio en América Latina, estoy seguro que una potencia con esta proyección mundial hoy día no puede quedarse indiferente y neutra ante los crímenes y la guerra sangrienta e injustificada desatada por Rusia contra Ucrania”.
Esta postura del presidente ucraniano se origina al parecer por las contradicciones mexicanas en torno a la invasión rusa de Ucrania, que su embajadora en México, Oksana Dramaretzka, ya ha señalado. Por un lado, la posición oficial del gobierno mexicano expresada por el doctor Juan Ramón de la Fuente en la ONU, coincide con la condena internacional mayoritaria a Rusia por haber lanzado a su Ejército en contra de un país soberano ocupando su territorio con el propósito de desmembrarlo.
Sin embargo, por otro lado, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha hecho manifestaciones distintas a las de su propio gobierno al sostener que México es neutral en el conflicto de Ucrania, es decir, se entiende que ya no se condena la invasión. Dicho con su lenguaje peculiar: “Que no nos metan en sus argüendes. A nosotros que no nos metan en sus asuntos. México tiene una política de neutralidad y lo que queremos es una solución pacífica a esa controversia”.
En un momento el Presidente mexicano sostuvo su propósito de ser mediador en la búsqueda de la paz por lo cual propuso un cese al fuego inmediato, lo cual se entendió como un reconocimiento tácito al dominio militar ruso de territorio ucraniano conquistado después de duros combates por la resistencia del país invadido. Era como un llamado a la capitulación ucraniana cuando los rusos están teniendo serias dificultades militares para triunfar en su invasión.
La tradición diplomática mexicana llegó a tener un gran prestigio internacional. Hoy se critica la afinidad del actual gobierno con gobiernos dictatoriales como el cubano, nicaragüense o venezolano. Y las posiciones contradictorias en torno a la guerra entre Rusia y Ucrania no contribuyen a revivir el brillo que tuvo la política exterior mexicana.
Y es que, además, por los antecedentes históricos de Ucrania y México el tema de una invasión se convierte en algo extremadamente sensible. En el caso de Ucrania resulta imposible una conciliación con Moscú que signifique más pérdida territorial —ya cedieron Crimea— o el reconocimiento de su predominio, especialmente porque en la memoria colectiva ucraniana gravita fuertemente el resentimiento histórico por lo que fue el llamado Holodomor, tal como se conoce al genocidio en los años 30 por la llamada colectivización forzosa bolchevique.
Casi cinco millones de ucranianos murieron en uno de los grandes crímenes del comunismo internacional. El libro La gran hambruna, de Anne Applebaum documenta y narra lo que significó esa tragedia histórica en la cual por hambre, deportaciones y fusilamientos murieron millones de ucranianos. Ahora se enseña en las escuelas y es parte de la memoria indeleble colectiva del pueblo ucraniano.
Además de la defensa de su independencia, de su proyecto propio de desarrollo, de sus políticas autónomas, de su democracia y libertad, ese hecho histórico es también una motivación que vuelve imposible de nuevo una hegemonía rusa en Ucrania. Eso alimenta la resistencia de los ucranianos. Además, muchos hechos comprobados demuestran que el ejército de Vladimir Putin ha cometido crímenes de guerra. La destrucción de sus ciudades, el sufrimiento de civiles, el exilio obligado de millones de mujeres y niños constituyen no un elemento de su derrota, sino una motivación para no rendirse.
En el caso de México, ha sido tradición de su política exterior condenar la invasión de países soberanos a raíz de su propia experiencia histórica. La guerra entre México y Estados Unidos en 1847 es considerada básicamente una invasión que culminó con la pérdida de la mitad de su territorio.
Si bien las relaciones actuales entre ambos países se basan en la amistad y el comercio como lo demuestra el beneficioso —para ambas naciones— tratado de libre comercio conocido ahora como T-MEC, es parte de su memoria histórica de México el rechazo a las invasiones militares llevadas a cabo por potencias, tal como sucede ahora con la invasión rusa a Ucrania.
Por eso el extrañamiento o la crítica que ha causado la posición del Presidente mexicano. Ya el presidente de Ucrania había pedido la colaboración al gobierno mexicano para organizar una cumbre con Latinoamérica —lo cual no tuvo respuesta—, pero ahora le reclama directamente una postura de neutralidad suya que se termina convirtiendo, según su visión, en un apoyo implícito de la invasión rusa porque se pone en el mismo plano al que agrede y a quien defiende su libertad.
En palabras de Zelenski, quien citó a Emiliano Zapata cuando dijo: “Es mejor morir de pie que vivir de rodillas”: “Los ucranianos luchan para ser libres, los rusos luchan para dominar a otro pueblo, la guerra sigue en nuestra tierra. El pueblo de Ucrania está luchando por su libertad sacrificando sus vidas”.
Las opiniones expresadas en este artículo son opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
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