La habían interrogado antes, pero esta vez fue peor. Wang Huijuan, una maestra de escuela primaria, era el premio mayor, y el guardia de la estación de tren que iba a recibir una buena recompensa por entregarla.
Se había comunicado entusiasmado por radio con la policía de seguridad nacional: «¡Encontramos a otra practicante de Falun Gong!», recordó Wang. En un abrir y cerrar de ojos, varios oficiales aparecieron y rápidamente sacaron a todos de la sala de espera de la estación antes de transportar a Wang a un centro de detención local.
El guardia había buscado el equipaje de Wang y encontró volantes y DVDs que explicaban la persecución del régimen chino a Falun Gong, (también llamado Falun Dafa), y exponía la campaña de propaganda del estado para difamar a la práctica espiritual. La policía exigió saber de quién los sacaba y dónde se producían.
En el centro de detención, ella luchó tanto que los oficiales no pudieron atarla. Así que golpearon su cabeza contra una pared y comenzaron a azotar su cabeza y cara con una regla de metal de un escritorio cercano.
«Había mucha sangre. Mi nariz y boca estaban sangrando, y me destrozaron los tímpanos», dijo Wang, quien ahora vive en Nueva York (y usa audífonos para sordera).
«Pensé una cosa entonces: ‘Incluso si muero, no daré los nombres de los demás'», comentó a través de un traductor. “Y no renunciaré a mi fe”.
Pero el costo fue alto.
Pasó los siete años siguientes en la cárcel, separada de su marido y de su hija. Wang sufrió lavado de cerebro, interrogatorios, restricción física, palizas, alimentación forzada, privación de sueño y tortura psicológica.
«Conectaron todo a la ‘transformación’, lo que significaba que firmabas una declaración diciendo que ya no practicarías Falun Dafa más», dijo Wang. «Si no te transformabas, no te dejaban ver a tu familia, o te despedían, o tus compañeros de trabajo se metían en problemas, o castigaban a los oficiales de policía. Tenían cuotas.
Y si firmabas la declaración, ese no era el final de la tortura psicológica; eras utilizado para ayudar a transformar a otros practicantes.
La persecución empieza
Wang y su esposo Li estuvieron dentro y fuera de los campos de trabajo forzado, centros de lavado de cerebro y prisiones de manera consistente durante un período de 10 años, simplemente porque se negaron a renunciar a su creencia en Falun Gong.
Cuando la pareja comenzó a practicar en 1998, el régimen chino apoyaba a Falun Gong, que se basa en los principios de Verdad, Benevolencia y Tolerancia. Según las propias estimaciones del régimen, más de 70 millones de ciudadanos estaban practicando, y el departamento estatal de deportes reportó mejoras generalizadas en la salud y moralidad. Los parques estaban llenos de gente haciendo los ejercicios y la meditación por las mañanas.
Pero el comunismo defiende el ateísmo, y la gran cantidad de partidarios de Falun Gong asustaban al jefe del Partido Comunista de ese entonces, Jiang Zemin.
El 20 de julio de 1999, Jiang inició una campaña nacional de persecución con la misión de «destruir la reputación de Falun Gong completamente, arruinar financieramente a los practicantes y erradicar Falun Gong en tres meses», según el Centro de Información de Falun Dafa, una ONG con sede en Nueva York que rastrea la persecución.
Jiang creó una fuerza policial extrajudicial llamada la Oficina 610 con el mandato expreso de llevar a cabo su plan. Y todas las fábricas, escuelas y lugares de trabajo estatales ya tenían un funcionario asignado cuyo trabajo era garantizar que toda la población obedezca la línea del Partido.
Amnistía Internacional dijo que la persecución fue motivada políticamente. «Y la gran mayoría de sus víctimas son gente común que simplemente ejercían pacíficamente sus derechos fundamentales a la libertad de creencia, asociación y expresión», según una declaración de marzo del 2000.
Una infancia robada
Fuyao tenía sólo 6 años cuando sus padres desaparecieron por primera vez en el sistema de campos de trabajo forzado en China.
«Estaba confundida, no entendía lo que pasaba», dijo Fuyao, que ahora tiene 28 años, y vive en Nueva York. «Pero yo sabía que mis padres tenían razón, porque estaban defendiendo lo que creían».
La niña tuvo que pasar pruebas sobre su determinación en todos los niveles. Sus compañeros de clase la rechazaban y escupían sus libros en la escuela primaria mientras los profesores miraban. Casi no veía a sus padres; y su única constante era su abuela, quien estaba enferma de preocupación por su hijo y su nuera.
Pero no se detecta enojo ni resentimiento en su comportamiento. Dijo que siempre supo que sus padres no habían cometido ningún crímen.
«Tengo un enorme respeto por lo que hicieron y por lo que soportaron», dijo Fuyao.
Wang dijo que su corazón todavía le duele cuando piensa en la separación de su hija. «Después de que me llevaron, estaba más preocupada por mi hija, ella era tan joven, ¿cómo se enfrentaría a todo esto?».
Wang recordó que una vez cuando Fuyao la visitó, Wang le preguntó: «¿Preferirías que me transforme y vuelva a casa, o que mantenga mi fe y no vaya en contra de mi conciencia? Si digo la verdad, me mantendrán aquí».
«Yo estaba llorando y ella me secó las lágrimas y dijo: ‘Mami, tienes que ser virtuosa. No puedes decir que Falun Dafa es malo», dijo Wang.
Obligado a elegir
La primera vez que viajó desde su ciudad natal, Tianjin, para protestar por la persecución, el padre de Fuyao, Li, estaba destrozado. Era octubre de 1999 y la plaza de Tiananmen se había convertido en el principal lugar de protesta debido a su proximidad al complejo gubernamental – y por los recuerdos que aún permanecían de la masacre estudiantil en 1989.
«Estaba abrazando a mi hija por la mañana, llorando, pensando que podía ser la última vez que la viera», dijo Li, quien era un exitoso presentador de televisión.
Él conocía los riesgos de una protesta pacífica. Desde julio de 1999, decenas de miles de practicantes de Falun Gong habían sido detenidos y encerrados a campos de trabajo forzado y centros de lavado de cerebro. Había oído terribles historias de tortura y muerte.
«Si no hablo por Falun Gong, ¿quién lo hará? Pero fui a la Plaza Tiananmen pensando que probablemente sería asesinado», dijoLi Zhengjun.
Pero también había experimentado su propio milagro con la práctica. Tenía hepatitis B crónica, y en julio de 1998 le dijeron que era incurable. Comenzó a practicar los ejercicios de Falun Gong y a aprender las enseñanzas, según Li. En unas semanas, su cuerpo se hizo fuerte y saludable. Eso fue hace casi 18 años.
Eso fue lo que hizo más fácil su decisión de ir a la Plaza de Tiananmen. «Falun Dafa me dio una segunda oportunidad y debería practicarse libremente en China», dijo Li. «Si no hablo por eso, ¿quién lo hará? Pero fui a la Plaza de Tiananmen pensando que probablemente sería asesinado».
Fue arrestado casi tan pronto como puso pie en la plaza, y varios días más tarde Li fue condenado a tres años en un campo de trabajo forzado. No había juez ni jurado, sólo un oficial de policía leyendo la oración de un trozo de papel. Li no había cometido crímenes, no se habían explicado cargos y no había manera de apelar. Estaba a punto de ser ilegalmente detenido por años simplemente porque practicaba Falun Gong.
«Yo era un buen ciudadano. Esto no tenía sentido», dijo.
Le afeitaron la cabeza, le dieron su atuendo azul marino característico de la prisión y le asignaron una litera superior en una pequeña habitación con seis literas. No había colchones; los prisioneros dormían directamente sobre las tablas de madera y sólo tenían una manta si su familia enviaba una.
«Debido a que estaba oscuro y húmedo, la mayoría de las personas desarrollaron sarna o ronchas», dijo Li. «Por la noche, podías limpiar ocasionalmente las tablas con tu mano y matar varios insectos.»
Todas las mañanas tenían que quitar sus mantas y luego hacer perfectamente sus camas con algunas sábanas blancas como la nieve y mantas verdes que los guardias brindaban. Estaba prohibido sentarse o acostarse en estas cubiertas-eran puramente para mostrar, en caso de que los funcionarios del gobierno visitaran.
La comida era horrible
«Las verduras estaban podridas. Simplemente las arrojaban, sin lavar, a una olla y las hervían», dijo. «La papilla de arroz estaba mezclada con agua del grifo y apenas tenía arroz». Hasta el día de hoy, Li no puede soportar comer berenjenas o zanahorias.
Le daban cinco bollos al vapor al día, que a menudo contenía heces de rata. Los de la mañana y de la noche estaban ennegrecidos. Los que estaban en el almuerzo eran ligeramente más blancos», recordó.
Li pasaba 16 horas al día, siete días a la semana durante más de dos años, cosiendo pelotas de fútbol conmemorativas para la Copa Mundial de la FIFA 2002 —todo mientras estaba encarcelado en la miseria, sin paga, muerto de hambre y torturado.
Tenía que completar cuatro pelotas al día, sin importar qué. Las pelotas requerían aproximadamente 1,800 puntadas cada una, y tenían 32 paneles formados por 20 parches hexagonales y 12 pentagonales. Sus dedos estaban, a menudo, infectados y filtrados por sangre y pus de las toxinas del cuero falso, especialmente cuando accidentalmente se chuzaba con la aguja.
«Trabajábamos desde las 6 a.m. hasta las 10 p.m.», dijo Li. «Yo era considerado alguien que trabajaba relativamente rápido; las personas que no terminaban eran golpeadas».
Las golpizas a menudo se llevaban a cabo por otros reclusos (generalmente los más malos, dijo Li) que estaban dispuestos a congraciarse con los guardias. En el caso de Li, era un prisionero convicto por esclavizar a una persona en su casa por años.
Todas las noches después del trabajo, durante dos horas, Li y otros practicantes de Falun Gong eran forzados a sentarse encorvados sobre pequeños taburetes mirando al piso. Si se miraban el uno al otro, eran golpeados.
Le dijeron que estaría exento de estas sesiones de «estudio», si escribía una declaración diciendo que dejaría de practicar Falun Gong. Varios meses después de su detención, agotado y sintiéndose desesperado, lo hizo.
«Pero me sentí horrible», dijo Li. «Antes de escribirlo, era la tortura física; después de escribirlo, era la tortura moral y psicológica».
No mucho tiempo después, se retractó de su declaración y pidió a un oficial de policía que le devolviera la declaración. La policía se negó, y le dieron un castigo extra. Pero la carga psicológica se desvaneció.
Fuyao sólo veía a su padre dos veces al año. Separada por el cristal y hablando a través de un teléfono, ella lo animaba a seguir adelante.
«Fuyao a menudo me escribía cartas diciendo: ‘Tienes que mantener tus valores'», dijo Li.
Li fue liberado después de su sentencia inicial, pero 18 meses después, fue detenido nuevamente y encarcelado durante cuatro años.
Efectos sobre una Nación
El número de familias directamente afectadas por la persecución en China es difícil de sobrestimar, dijo Levi Browde, portavoz del Centro de Información de Falun Dafa.
En 1999, cuando comenzó la persecución, había 70 a 100 millones de personas practicando, lo que significaba que una de cada 13 personas se convirtió en un «enemigo del estado», dijo Browde en un correo electrónico.
«Si tomas la decimotercera parte de la población entera, los difamas y pones a sus familias en contra de ellos, ¿qué tipo de impacto tiene eso? Es catastrófico», dijo.
Es una técnica común para que el régimen chino obligue a los miembros de la familia a enfrentarse uno contra otro, dijo Browde. Se asegura el objetivo final de control sobre las personas, a través del miedo, y fue perfeccionado durante la Revolución Cultural en los años 60 y 70.
«En cierto modo, la persecución de Falun Gong es sólo el último espasmo del esfuerzo del Partido Comunista (PCCh) para conquistar los corazones y mentes de la gente», dijo Browde.
Él ofreció una explicación de por qué los padres deciden seguir practicando Falun Gong cuando podrían parar y mantener a sus familias juntas.
«Falun Gong es fundamental para lo que ellos son espiritualmente, así que les estás pidiendo que maten sus espíritus. Además, no quedan completamente solos si ‘renuncian’. Con frecuencia, tienen que unirse al PCCh para ‘convertir’ a otros (…) así que va más allá de renunciar a lo que son».
Después de la cárcel
La familia finalmente se reunió en 2009, después de que Wang fue liberada; Li había estado fuera desde noviembre del 2006, y Fuyao tenía ahora 14 años.
Wang no podía volver a su trabajo como maestra de escuela y Li se había visto obligado a dejar su puesto de conductor de noticias la primera vez que fue arrestado.
Empezaron un negocio de planificación de bodas y la tienda se duplicó como un lugar para contar a la gente sus historias sobre la persecución y para contrarrestar la propaganda anti-Falun Gong del estado, que todos en China habían visto en los medios estatales.
«La única razón por la que no fuimos enviados a la cárcel fue porque el jefe de la Oficina de Seguridad Nacional era un viejo amigo de la familia y sabía que mi esposo y yo éramos amables», dijo Wang. «Nos protegió, pero sus superiores continuamente lo presionaban para que nos persiguiera».
Wang dijo que la decisión de salir de China se debió en parte a que estaban preocupados por el compromiso de su amigo, así como por la seguridad de su familia.
«Siempre en mi corazón, hay un temor de que mi familia se rompa de nuevo. Siempre estábamos preocupados de que la policía tocara nuestra puerta; preocupados por que otros miembros de nuestra familia fueran arrestados; preocupado porque nuestra hija fuera arrestada», dijo.
Alcanzando la libertad
En 2014, tuvieron una oportunidad de escapar y buscar asilo en Estados Unidos.
El momento que más paralizó sus corazones fue cuando estaban aplicando en la oficina de pasaportes. En uno de los últimos pasos, dieron sus huellas dactilares, que fueron introducidas en la computadora.
«Los oficiales se congelaron y se miraron», dijo Li. «Entonces el funcionario hizo una llamada telefónica y quienquiera que estaba en el otro extremo les dijo que nos concedieran nuestros pasaportes».
Llegaron a Estados Unidos el 15 de julio de 2014.
«Cuando llegamos a Estados Unidos, todos nuestros temores se evaporaron; nuestras preocupaciones y ansiedad se habían ido. Finalmente estuvimos en paz», dijo Wang.
«Pero el trauma psicológico es muy difícil de borrar», dijo. «Y mientras respiro el aire fresco y disfruto de mis derechos y libertad de creencia aquí, no puedo dejar de tener una gran tristeza por mis compatriotas en China».
La familia escuchó en las noticias que 20 practicantes de Falun Gong fueron arrestados en su ciudad natal, Tianjin, el 7 de diciembre del 2016.
Wang dijo que llamó inmediatamente a los centros de detención locales para presionar a los funcionarios para que los liberen.
«Conozco a algunos de los practicantes. Quiero hacer lo que pueda para ayudar a rescatarlos para que no sufran lo que sufrí», dijo.
En Nueva York, ella pasa tanto tiempo como sea posible en sitios turísticos populares para entregar información sobre la persecución a los visitantes de China continental.
Li, ahora de 45 años, trabaja en NTD Television, que transmite noticias y programas sin censura sobre China a través del mundo y hacia China continental vía satélite (y es un medio hermano de The Epoch Times). Es perfecto para él.
Fuyao siguió los pasos de su padre aprendiendo sobre transmisión y narración. Ella se unió a él en NTD y ahora es una presentadora de noticias.
«Cada vez que trabajo en las noticias sobre la persecución de Falun Gong en China, las imágenes son desgarradoras de mirar; me traen tantos recuerdos dolorosos», dijo Fuyao. «Pero es precisamente porque estas cosas horribles están sucediendo que tenemos la responsabilidad de exponerlas».
Ella se casó y los cuatro viven en un sencillo apartamento en Queens, Nueva York. Es un hogar feliz y la familia está cerca. Wang le quita el pelo a Fuyao de los ojos; Li y Wang se agarran brevemente de las manos; todavía se miran el uno al otro como si no pudieran creer que es real.
Pero, los recuerdos dolorosos nunca están lejos.
«A veces, cuando estoy sola pensando en mis experiencias en la cárcel, sé que si no practicara Falun Dafa, no habría sobrevivido. Ese dolor, no es sólo físico, es un tipo distinto de dolor», intentó explicar Wang.
«No eres una mala persona, quieres convertirte en una persona aún mejor, pero el régimen usa los caminos más bárbaros y malvados —que las personas buenas no pueden ni siquiera imaginar— hacia estos practicantes de Falun Gong, a su psique, para intentar destruirte desde el fondo; no físicamente, sino que psicológicamente te vuelven loco para que no tengas esperanza de vivir».
Un practicante de Falun Gong muere bajo custodia policial cada tres días, según el Centro de Información de Falun Dafa —y eso sólo son cifras de los casos verificados.
Con información de Irene Luo.
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Se estima que el comunismo ha matado al menos a 100 millones de personas. Sin embargo, sus crímenes no se han compilado completamente y su ideología aún persiste. The Epoch Times busca exponer la historia y las creencias de este movimiento, que ha sido una fuente de tiranía y destrucción desde que surgió.
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