En 1999, cuando Wang Huijuan fue detenida por la policía en una estación de tren y llevada a un centro de detención para ser interrogada, luchó tanto que los agentes no pudieron atarla. Así que golpearon su cabeza contra la pared y le azotaron la cabeza con la regla de metal de un escritorio en una oficina cercana.
“Había mucha sangre. Mi nariz y mi boca sangraban y me destrozaron los tímpanos”, dijo Wang, una practicante de Falun Dafa que ahora vive en Nueva York (y usa audífonos).
El agente de la estación de tren que detuvo a Wang había registrado su equipaje y encontrado volantes y DVDs que explicaban la persecución del régimen chino a Falun Dafa (también llamado Falun Gong) y que exponían la campaña de propaganda de estado para vilipendiar la antigua práctica espiritual. La policía exigió saber de quién los obtuvo y dónde se produjeron.
“Entonces pensé una cosa: Aunque tenga que morir, no voy a dar los nombres de los demás y no renunciaré a mi fe”, dijo Wang.
Pero el costo fue alto. Wang pasó los siguientes siete años en prisión, donde estuvo todo el tiempo separada de su esposo y su pequeña hija, mientras sufrió permanentes lavados de cerebro, interrogatorios, restricciones físicas, palizas, alimentación forzada, privación de sueño y tortura psicológica.
“Relacionaban todo con la ‘transformación’, lo que significaba firmar una declaración diciendo que no volverías a practicar Falun Dafa nunca más”, dijo Wang. “Si no te transformabas, no te dejarían ver a tu familia, o te despedirían, o tus compañeros de trabajo tendrían problemas, o los oficiales de policía serían castigados. Tenían cupos”.
Y si firmabas una declaración, eso no sería el fin de la tortura psicológica; serías usado para ayudar a transformar a otros practicantes de la disciplina espiritual, la cual está basada en los principios universales de Verdad, Benevolencia y Tolerancia.
Golpes, tortura, trabajo esclavo
El esposo de Wang, Li Zhenjun, un exitoso presentador de televisión, sufrió un destino similar; fue otro, de las decenas de miles de víctimas de la brutal campaña de persecución del Partido Comunista Chino, lanzada contra los practicantes de Falun Dafa en 1999.
Le afeitaron la cabeza, le dieron la ropa azul marino de la prisión y le asignaron una litera de arriba, en una pequeña habitación con seis literas. No había colchones; los prisioneros dormían directamente sobre los listones de madera y solo tenían una manta si su familia les enviaba una.
“Debido a que estaba oscuro y húmedo, la mayoría de las personas desarrollaron sarna o ronchas”, dijo Li Zhenjun. “Por la noche, podías limpiar los listones con la mano y matar múltiples chinches”.
En un período, durante más de dos años, Li Zhenjun transcurría 16 horas al día, siete días a la semana, cosiendo pelotas de fútbol conmemorativas para la Copa Mundial de la FIFA 2002, mientras estaba encarcelado en medio de la miseria, sin ninguna paga, sufriendo hambre y torturas.
Tenía que completar cuatro pelotas al día, sin importar lo que sucediera. Los balones requerían unos 1800 puntos cada uno y tenían 32 paneles formados por 20 parches hexagonales y 12 pentagonales. Sus dedos a menudo estaban infectados y perdían sangre y pus por las toxinas del cuero falso, especialmente si se pinchaba accidentalmente con la aguja.
“Trabajamos desde las 6 a.m. hasta por lo menos las 10 p.m.”, dijo Li. “Me consideraban alguien que trabajaba relativamente rápido; la gente que no terminaba era golpeada”.
Las golpizas eran a menudo llevadas a cabo por otros reclusos (por lo general los más malos, dijo Li) que estaban dispuestos a ganarse el favor de los guardias. En el caso de Li, lo hacía un preso condenado por esclavizar a una persona en su casa durante años.
Cada noche después del trabajo, durante dos horas, Li y los otros practicantes de Falun Dafa se veían obligados a sentarse encorvados en pequeños taburetes mirando al suelo. Si se miraban el uno al otro, eran golpeados.
Se le dijo que estaría exento de esas sesiones de “estudio” si escribía una declaración diciendo que dejaría de practicar Falun Dafa. Varios meses después de su detención, exhausto y sin esperanza, lo hizo.
“Pero me sentí muy mal”, dijo. “Antes de escribirla, era tortura física; después de escribirla, era tortura moral y psicológica”.
Poco después, se retractó de su declaración y le pidió a un oficial de policía que le devolviera la carta. El policía se negó y le dieron un castigo extra. Pero la presión psicológica se alivió.
Sabía que mis padres tenían razón
Wang y Li entraron y salieron de campos de trabajo forzado, centros de lavado de cerebro y prisiones durante un período de 10 años, simplemente porque se negaron a renunciar a su creencia en Falun Dafa.
Su hija Fuyao, que tenía tan solo 6 años cuando sus padres desaparecieron por primera vez en las instalaciones de los campos de trabajo forzado de China, fue cuidada por su abuela.
“Estaba confundida, no entendía lo que había pasado”, dijo Fuyao, que ahora tiene 24 años y vive en Nueva York. “Pero sabía que mis padres tenían razón, porque defendían lo que creían”.
Fuyao tuvo que lidiar con sus propias pruebas. Sus compañeros de clase en la escuela primaria, influenciados por la implacable campaña de propaganda contra Falun Dafa, la rechazaban y escupían en sus libros; sus padres apenas estaban presentes; y su único apoyo era su abuela, que estaba muy preocupada por su hijo y su nuera.
La familia completa finalmente se reunió en 2009 después de que Wang fue liberada; Li ya estaba afuera desde noviembre de 2006, y Fuyao ahora tenía 14 años.
Escapando a un país libre
Wang no podía volver a su trabajo como maestra de escuela y Li había sido obligado a abandonar su puesto de presentador de noticias la primera vez que fue arrestado.
Comenzaron un negocio de planificación de bodas y la tienda se convirtió en un lugar para contar a la gente sus historias de persecución para contrarrestar la propaganda anti Falun Dafa del régimen, que todo el mundo en China había visto en los medios de comunicación estatales.
“La única razón por la que no nos enviaron de vuelta a la cárcel fue porque el jefe de la Oficina de Seguridad Nacional local era un viejo amigo de la familia y sabía que mi esposo y yo éramos amables”, dijo Wang. “Él nos protegió, pero sus superiores continuamente lo presionaban para que nos persiguiera”.
Sin embargo, la amenaza de ser detenidos nuevamente siempre los atormentaba. Luego, en 2014, se presentó la oportunidad de escapar a Estados Unidos y buscar asilo, y la aprovecharon.
“Cuando llegamos a suelo estadounidense, todos nuestros temores se esfumaron”, dijo Wang. “Pero el trauma psicológico es muy difícil de borrar, y mientras respiro aire fresco y disfruto de mis derechos y libertad de creencia aquí, no puedo evitar tener un corazón apesadumbrado por mis conciudadanos en China”.
Fuyao se casó el año pasado y los cuatro viven en un humilde apartamento en Queens, Nueva York. Es un hogar feliz y la familia está toda junta.
Pero los recuerdos dolorosos nunca están lejos.
Wang intenta explicarlo: “A veces, cuando estoy sola pensando en mis experiencias en la cárcel, sé que si no hubiera practicado Falun Dafa, no habría podido sobrevivir. Ese dolor, no es solo físico, es un tipo diferente de dolor”.
“No eres una mala persona, quieres convertirte en una persona aún mejor, pero el régimen chino usa las formas más brutales y malvadas, que la gente buena ni siquiera lo puede imaginar, para estos practicantes de Falun Gong, para su psique, para tratar de destruirte desde el fondo, no físicamente, sino psicológicamente, para enloquecerte y que no tengas esperanza de vivir”.
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