Su cerebro está programado para la honestidad: Mentir le puede cobrar la factura

La lucha de un médico contra las migrañas le llevó a un remedio sorprendente: enfrentarse a sus mentiras cotidianas

Por Robert Backer Ph.D., Makai Allbert, Yuhong Dong M.D., Ph.D.
27 de noviembre de 2024 5:07 PM Actualizado: 27 de noviembre de 2024 6:06 PM

Esta es la segunda parte de «La medicina de la virtud»

Primera parte – Gratitud: Una medicina alternativa para la ira y la depresión 

¿Qué medicina es segura, eficaz, gratuita y solo requiere un sutil cambio de perspectiva? Lo invitamos a explorar el olvidado vínculo entre virtud y salud— la «Medicina de la virtud».


El Dr. Jonathan Corson era conocido no solo por sus conocimientos médicos, sino también por los consejos poco convencionales que daba junto con sus recetas. Hace poco, empezó a explicar a sus pacientes cómo cultivar virtudes como la gratitud, podía aliviar considerablemente sus problemas de salud. Esta mezcla de orientación filosófica y práctica médica le había despertado admiración y escepticismo.

Un día, al salir de su consulta, Corson se sentía agotado tras una semana de trabajo ininterrumpido y poco descanso. Mientras luchaba contra una de sus pertinaces migrañas que la medicación parecía incapaz de contrarrestar, se encontró reflexionando sobre su propio consejo. El dolor punzante le recordó su fragilidad humana y que, incluso como médico, no era inmune a la enfermedad. Este agudo malestar le llevó a una profunda autorreflexión, como nunca antes había experimentado.

Corson se enorgullecía de su capacidad para escuchar y aconsejar más allá de los síntomas físicos, atreviéndose a profundizar en los aspectos morales y éticos de la vida de sus pacientes. Pero mientras reflexionaba, surgió una pregunta persistente: «¿Practico lo que predico?».

Se dio cuenta que quizá su migraña era algo más que una dolencia física. ¿Podría haber una conexión entre su estado actual y las virtudes, o la falta de ellas, de las que tanto hablaba últimamente en el trabajo?

Enfrentado a continuas peticiones y responsabilidades, Corson a menudo pasaba por alto pequeños detalles con los pacientes, realizaba promesas poco realistas a su familia o simplemente decía a las personas lo que querían escuchar. Poco a poco, debido a la presión por rendir, descubrió que el orgullo, el interés propio e incluso la superioridad hacia los demás le impulsaban a tomar atajos. ¿Será que en mi vida falta honestidad?, se preguntaba.

Corson decidió que había llegado el momento de emprender un viaje personal hacia una mayor honestidad, tanto consigo mismo como con los demás.

Empezó a documentar cada vez que era deshonesto o inducía a error y reflexionaba después sobre cómo podía mejorar. También profundizó en la literatura científica sobre los beneficios de la honestidad para la salud.

La tensión desaparece

Al abrir su corazón al poder transformador de la verdad, Corson descubrió una profunda sensación de bienestar y un propósito renovado en su trabajo. Sintió una relación directa entre salud y virtud.

Al cabo de una semana, cuando volvía a casa se dio cuenta que «no había tenido esos molestos dolores de cabeza». Estas «tormentas de dolor», como él las llamaba, eran algo que aceptó como parte típica de la vida. Aunque acababa de empezar, Corson se dio cuenta que practicar la honestidad había reducido sus niveles básicos de estrés.

Una interesante colección de estudios demuestra que incluso breves períodos de falta de honestidad pueden bastar para disparar los niveles de cortisol («hormona del estrés»). El cortisol prepara al cuerpo para luchar o huir de las amenazas percibidas. Así, cuando una persona miente, su cuerpo reacciona como si se estuviera preparando para las posibles consecuencias de una confrontación o la necesidad de huir.

La honestidad disminuye el estrés. (Ilustración de The Epoch Times)

En momentos de peligro, la liberación de energía de alto octanaje del cortisol puede ayudar al cuerpo a hacer cosas extraordinarias. Sin embargo, el ser humano no está hecho para vivir en ese estado día tras día. Con el tiempo, las hormonas del estrés pueden poner a prueba el sistema cardiovascular, aumentar la inflamación y provocar migrañas como las que sufrió Corson.

El cuerpo humano es un sistema biológico extraordinariamente afinado. Sin embargo, al igual que el esfuerzo excesivo de una máquina puede provocar su desgaste, forzar el cuerpo más allá de sus límites puede provocar su deterioro.

(Ilustración de The Epoch Times)

La honestidad natural del cerebro

Antes, Corson solía «faltar a la verdad». A menudo le decía a su mujer que llegaría a casa a una hora determinada, pero llegaba más tarde de lo prometido. En el trabajo, a veces decía a los pacientes que había revisado personalmente sus resultados de laboratorio «a primera hora de la mañana», cuando solo los había hojeado minutos antes de la cita. Una vez le dijo a su hija que no podía asistir a su partido de fútbol porque estaba trabajando más de la cuenta, sabiendo perfectamente que podría haber asistido si hubiera querido. En realidad, estaba agotado tras una larga semana y quería una tarde tranquila para él solo, pensando que perderse un partido no le haría daño y que ya se lo compensaría más tarde.

Ahora, las cosas eran diferentes. Empezó a detenerse un momento antes de hablar, comprobando si sus palabras eran sinceras y representaban sus acciones y sentimientos.

A medida que Corson ganaba autenticidad con los demás, empezó a hablar con más libertad, una tarea no exenta de dificultades. Para su sorpresa, descubrió que su autoestima y sus conexiones con los demás se veían más que compensadas. Además, por fin sentía que estaba viviendo una vida más auténtica.

La nueva libertad de Corson floreció cuando decidió dejar de mentir.

En un experimento histórico, los científicos midieron la actividad cerebral de los sujetos cuando se les pedía que mintieran o dijeran la verdad. Primero se mostró a los participantes una carta determinada: dos corazones, por ejemplo. Después se les presentaba otra carta. Los participantes tenían que responder si la carta era la misma, «Sí», o diferente, «No».

Cuando los sujetos mentían, mostraban la misma actividad cerebral que cuando decían la verdad, debido a la activación cerebral de recordar la verdad. Sin embargo, también mostraban actividad en dos regiones clave implicadas en el autocontrol. La gente piensa primero en la verdad, pero al mentir, esa verdad se inhibe.

Esto sugiere que ser veraz es el estado cognitivo de base. Mentir requiere recursos cognitivos adicionales, lo que aumenta la tensión mental y puede tener consecuencias para la salud.

Ejemplo del experimento en el que se mostraban tarjetas a los sujetos y se les pedía que mintieran o dijeran la verdad. Las imágenes cerebrales son cortes del cerebro, de arriba a abajo, que muestran qué actividad estaba presente de forma exclusiva durante la mentira. Langleben et al. Actividad cerebral durante el engaño simulado: Estudio de resonancia magnética funcional relacionada con eventos. (Neuroimage 2002. Cortesía de Daniel Langleben)

Hablando con un colega neurocientífico, Corson aprendió además por qué ocultar la verdad es agotador. Le dijeron que las redes cerebrales conectadas a nuestro córtex prefrontal dorsolateral (DLPFC por sus siglas en inglés) controlan nuestro comportamiento y nuestro pensamiento crítico.

Sin embargo, los recursos de la DLPFC son limitados, es decir, si gastamos energía intentando engañar, en realidad puede haber menos combustible para la resolución de problemas y el pensamiento creativo. Por eso, después de un día largo y duro, las personas suelen perder el autocontrol, en detrimento de los demás.

Tipos de mentiras

Las investigaciones demuestran que hay distintos tipos de mentiras.

Algunas pueden inventarse en el momento, como mentir sobre lo que se comió. Otras pueden elaborarse y memorizarse, como mentir sobre un viaje a las Bahamas que nunca se hizo.

Cuanto más importante sea la mentira, mayor será su efecto en la mente y el cuerpo. Mentir exige que recuerdes el contexto de la mentira, sus implicaciones, su objetivo final, a quién se la dijiste y cuándo.

Las mentiras que requieren un engaño espontáneo para corroborar una mentira anterior activan fuertemente la circunvolución cingulada anterior (ACC). Por ejemplo, si te preguntan por qué llegas tarde e inventas rápidamente una historia sobre un atasco de tráfico a pesar de haberte quedado dormido, el ACC trabaja intensamente. Esta parte del cerebro inhibe nuestra inclinación natural a decir la verdad y requiere energía cognitiva adicional para mantener la mentira, asegurándose que suene creíble y coherente con cualquier pregunta posterior.

Las situaciones inventadas, como el viaje inventado a Bahamas, activan significativamente el DLPFC y suponen un mayor esfuerzo mental que decir una simple mentira, porque hay que cotejar y asegurarse que la mentira es coherente.

En resumen, el engaño tiene un precio considerable, mientras que ser sincero te permite despreocuparte, confiar y liberarte de la ansiedad.

Productividad y una vida digna de ser vivida

Cada día, Corson empezó a notar que tenía un poco más de energía cuando salía de la oficina. Una vez comentó: «¿Quién iba a decir que sentarse y pensar podía ser tan agotador? Aunque solo esté sentado en un escritorio, ¡me siento como si hubiera hecho un día de duro trabajo físico!». Antes, decía, solía estar demasiado «agotado» para jugar con su hija. Ahora es más creativo, juguetón y participativo en el trabajo y en casa.

Al disfrutar de una mejor calidad de vida, Corson comenzó a compartir su historia con los demás. Un día, habló con su especialista en facturación médica, Frank, y le dijo: «Apuesto a que la gente que es honesta va menos al médico; alguien debería realizar un estudio». Frank comentó: «Creo que es cierto», y le remitió a un estudio que había leído recientemente sobre una encuesta basada en las reclamaciones de seguros que demostraba que el carácter moral estaba relacionado con índices más bajos de depresión y una salud mental más positiva.

Al final de un día especialmente largo, Corson se recostó en la silla de su despacho. El peso de sus responsabilidades se disipó al reconocer el sutil pero profundo cambio que se había producido en su vida.

«Si el mero hecho de ser honesto aliviaba mi estrés y, por extensión, mis migrañas, ¿qué otro potencial se esconde en el ámbito de la virtud?», se preguntó.

Cuando se disponía a marcharse, una suave sonrisa se dibujó en sus labios. Apagó las luces de su despacho y salió al aire fresco del atardecer. Mientras conducía bajo el crepúsculo, no solo se dirigía a casa, sino a una vida más honesta, más sana y, en definitiva, más plena.

Nota del autor: Hoy nos enfrentamos a retos sin precedentes en la sociedad, la medicina y el lugar de trabajo. Esta historia se basa en un retrato robot de nuestros colegas y profesionales de la medicina. Los retos y las recompensas que representa son reales. Con cada vez más presiones para autopresentarse, ir contrarreloj y mantenerse al día de los avances de la sociedad, muchos luchan con dilemas morales e inautenticidad. Creemos que la verdad nos hará libres.


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