¿Alguna vez se preguntó por qué frente a la tragedia algunas personas permanecen tranquilas y serenas y otras se desmoronan? Se llama resiliencia y todos la tenemos, en diversos grados. La cuestión es que la mayoría de nosotros no sabemos cuánto tenemos hasta que nos enfrentamos a una crisis.
Hay muchas maneras de definir la resiliencia pero, en pocas palabras, la resiliencia es nuestra capacidad de recuperarnos después de un contratiempo, de levantarnos y desempolvarnos después de un fracaso o de seguir adelante después de una tragedia. Es ser capaz de adaptarse a los desafíos, desgracias, dificultades y traumas de la vida.
Para las generaciones anteriores estos «eventos adversos» simplemente se llamaban «vida» y a muchos de nosotros (incluida yo misma) se nos enseñó a «aguantarlos» y simplemente lidiar con ellos. Pero los psicólogos, psiquiatras y otros expertos están comenzando a comprender que estos eventos adversos y estresantes que todos experimentamos, en realidad cambian el cerebro y pueden cambiar la forma en que percibimos al mundo y evaluamos el peligro.
A veces parece que hemos pasado de la mentalidad de «aguantar», de lidiar con la adversidad, al extremo opuesto del espectro, con muchas universidades que ahora ofrecen «espacios seguros» y «armarios para llorar«. Y parece que hemos pasado de una cultura de guerreros a una que busca evitar el dolor y la incomodidad a toda costa, lo que podemos ver en nuestra incapacidad para manejar puntos de vista opuestos hasta la dependencia cada vez mayor de los antidepresivos.
Con la nueva comprensión y en evolución del trauma por parte de pioneros como Bessel van der Kolk, quien escribió el libro seminal «Tu cuerpo lleva la cuenta», Peter Levine, autor de «Healing Trauma» y Gabor Maté, quien estudió y trató el trauma durante décadas, somos más capaces de entender cómo estos eventos inevitables nos afectan y, lo más importante, cómo sanar y seguir adelante.
Quizás se pregunte qué tipo de eventos se pueden definir como traumas. Bueno, eso es complicado, ya que algo que puede ser traumático para una persona puede no serlo para otra y no es el evento, sino cómo respondemos a él, lo que lo define como traumático. Sin embargo, hay algunas situaciones comunes que se consideran traumáticas para la mayoría de las personas. Una de las definiciones de trauma es sentirse abrumado por eventos que están más allá de su control.
Aquí hay una lista de algunas causas comunes de trauma:
– Experimentar un desastre natural, como un terremoto, una inundación, un incendio o un tornado.
– Estar en un accidente grave, como un accidente automovilístico.
– Recibir un diagnóstico de enfermedad.
– Sufrir un ataque violento por parte de un extraño (asalto, robo).
– Sufrir un ataque violento por parte de un familiar o conocido.
– La muerte súbita e inesperada de un ser querido.
– Exposición al combate o a la guerra.
– Abuso físico o sexual infantil.
– Ser descuidado o abandonado por los padres o cuidadores.
– Ser agredido sexualmente.
– La muerte de un hijo, hermano, amigo o pariente.
– Ser testigo de alguien siendo herido o asesinado.
– Encarcelamiento.
– Pasar por un divorcio o la ruptura de una relación.
– Ser testigo de abuso.
– Pobreza extrema.
– Procedimientos médicos aterradores o dolorosos.
– Estar separado de un padre o un ser querido.
Estos eventos y sus consecuencias son complejos, ya que todos reaccionan de manera diferente en función de una gran variedad de circunstancias. Algunas personas son más capaces de sobrellevar la situación porque naturalmente tienen más resiliencia que otras. La resiliencia, sin embargo, se puede cultivar, de lo que hablaremos en un momento.
El trauma y el cerebro
Tres partes del cerebro se ven afectadas cuando experimentamos eventos traumáticos, porque abruman nuestra capacidad para procesarlos en el momento. Todos experimentamos muchas cosas desagradables en nuestra vida cotidiana y, la mayoría de las veces, suceden y luego se acaban y no pensamos en ellas nuevamente. Sin embargo, un evento traumático es aquel que su cuerpo revive repetidamente después del suceso, según Bessel van der Kolk.
La amígdala
La amígdala en lo profundo de nuestro cerebro es parte del sistema límbico. Nos ayuda a percibir y a controlar nuestras emociones y es responsable de nuestra respuesta al miedo. Cuando se detecta una amenaza, la amígdala hace sonar la alarma e inicia la respuesta de lucha, huida o inmovilización. Un evento traumático puede hacer que la amígdala se vuelva hiperactiva mucho después de que termine el evento traumático, lo que hace que las personas estén demasiado alertas, nerviosas y susceptibles de ver amenazas que pueden no existir. Esto también se llama hipervigilancia.
Una amígdala hiperactiva puede hacer que una persona sea más susceptible a los trastornos de ansiedad, preocupación excesiva, irritabilidad, dificultad para concentrarse y malestar estomacal, por nombrar algunos. Un síntoma clave del trastorno de ansiedad son los ataques de pánico, que pueden incluir síntomas como dificultad para respirar, latidos cardíacos acelerados, opresión en el pecho y mareos.
Una de las formas en que las personas a veces hacen frente si han experimentado un evento traumático y tienen una amígdala hiperactiva es adoptar «comportamientos de evitación», lo que significa que evitan personas, lugares o experiencias que puedan desencadenar el recuerdo del trauma. Por ejemplo, los veteranos pueden dejar de ver las noticias o navegar por las redes sociales porque quieren evitar historias sobre guerras u otros conflictos militares.
El hipocampo
Como parte del sistema límbico, el hipocampo es otra estructura cerebral involucrada en el aprendizaje y la formación, almacenamiento y recuperación de recuerdos. En una situación peligrosa o de amenaza percibida, el hipocampo comienza a decirle al cuerpo que bombee la hormona del estrés cortisol, lo que evita que sintamos dolor para que podamos concentrarnos en sobrevivir, ya sea luchando contra la amenaza o huyendo (lucha o huida).
Se observó que el hipocampo puede ser más pequeño y tener una función disminuida en las personas con trastorno de estrés postraumático (TEPT), en comparación con las personas expuestas al trauma que no experimentaron TEPT. El Instituto Nacional del Cáncer define el TEPT [o PTSD por sus siglas en inglés] como “un trastorno de ansiedad que se desarrolla como reacción a una lesión física o angustia mental o emocional grave, como un combate militar, un ataque violento, un desastre natural u otros eventos que amenazan la vida”.
Cuando se encuentra en una situación peligrosa, su hipocampo señala la liberación de cortisol, lo que le ayuda a concentrarse en sobrevivir y a no sentir dolor en caso de que sea herido. También desvía la energía de su cuerpo a las funciones que necesita para sobrevivir, luchar o huir y suprime cualquier función no esencial, como la digestión, para que todos sus recursos fisiológicos puedan optimizarse para una acción inmediata de salvamento.
Cuando estos sistemas funcionan como deberían, vuelven a la normalidad una vez que ha pasado la amenaza. Sin embargo, en casos de trauma, el cerebro continúa sintiendo peligro y la liberación contínua de cortisol puede tener efectos perjudiciales para la salud. Los niveles elevados de cortisol debilitan el sistema inmunológico y hacen que una persona sea más susceptible a una variedad de enfermedades e infecciones. Los estudios también han demostrado que las víctimas de traumas infantiles tienen un riesgo mucho mayor de desarrollar condiciones de salud crónicas en la edad adulta.
La corteza prefrontal
La corteza prefrontal es la parte del cerebro responsable del pensamiento y el razonamiento de alto nivel y nos ayuda a pensar lógicamente, analizar información y resolver problemas. La corteza prefrontal también es necesaria para el enfoque y la atención.
Cuando esta parte del cerebro cambia debido a un trauma, tendemos a tomar decisiones más arriesgadas, tenemos una mayor necesidad de tomar malas decisiones y tenemos menos capacidad para resistirlas. Una disminución en nuestra función ejecutiva nos dificulta considerar las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. El daño a la corteza prefrontal también puede provocar problemas de aprendizaje, dificultad para comprender nuevos conceptos y mucha más dificultad para concentrarse.
Curación del trauma y construcción de la resiliencia
Aunque los eventos traumáticos y los cambios resultantes en el cerebro pueden parecer desalentadores, hay buenas noticias, y se pueden resumir en una palabra: neuroplasticidad. La neuroplasticidad se define como los constantes cambios fisiológicos y la reorganización del cerebro en respuesta a las interacciones con nuestro entorno. Esto significa que nuestros cerebros pueden sanar de los traumas que hemos experimentado y podemos seguir teniendo vidas felices y significativas.
La curación de un trauma es un proceso altamente individualizado y muchos factores afectan la rapidez con que alguien se recupera después de un evento o eventos traumáticos. Algunas de las cosas que han demostrado ayudar a las personas a recuperarse después de un trauma son tener un sistema de apoyo sólido y un estado mental positivo. Aquí hay una lista de algunas otras cosas que pueden ayudarlo a sanar después de experimentar un trauma:
– Desarrollar relaciones sólidas con los demás.
– Cultive una perspectiva espiritual y comprométase con su comunidad de fe.
– Manténgase positivo y tenga un buen sentido del humor.
– Sea capaz de expresarse libremente.
– Sea flexible a las nuevas situaciones.
– Sepa cómo establecer límites y atenerse a ellos.
– Desarrolle la autoconciencia, comprenda lo que necesita y sea capaz de expresarlo a los demás.
– Identifique sus talentos y fortalezas personales.
– Tenga una salida creativa o un pasatiempo que disfrute.
– Pida ayuda cuando la necesite.
– Trabaje activamente para resolver cualquier problema en su vida.
– Aprenda a tomarse un tiempo para usted mismo para relajarse y dejarse llevar.
– Ofrezca apoyo emocional a las personas cercanas.
Las personas que han sufrido eventos traumáticos a menudo tienen dificultades para sentir alegría y placer, conectarse con otros y aprender cosas nuevas, y tienden a experimentar una disminución en su capacidad para manejar el estrés y las emociones como consecuencia de los cambios cerebrales mencionados anteriormente. Existen muchas estrategias que puede usar para ayudarlo a recuperarse del trauma, pero requieren tiempo y paciencia. A continuación se presentan algunas estrategias a corto, mediano y largo plazo que pueden ayudarlo a recuperarse.
Estrategias a corto plazo
– Realice ejercicios de respiración como la respiración profunda en su vientre y la técnica de respiración de caja.
– Comience un diario de gratitud o concéntrese en la positividad en su vida.
– Salga a caminar en la naturaleza, especialmente cuando se sienta estresado o abrumado.
Estrategias a mediano plazo
– Haga ejercicio regularmente.
– Coma una dieta saludable.
– Busque nuevas conexiones sociales.
– Encuentre un pasatiempo que disfrute.
Estrategias a largo plazo
– Profundice su fe.
– Medite para ayudar a construir la ecuanimidad.
– Trabaje activamente para mejorar su vida, lentamente, a su propio ritmo.
– Conviértase en parte de su comunidad, por ejemplo, ofrézcase como voluntario para trabajar con personas mayores o en un refugio de animales.
Ideas finales
Lo que los expertos como van der Kolk se sorprendieron al descubrir cuando comenzaron a aprender sobre el trauma fue que el trauma era muy común. Debido a que a lo largo de nuestras vidas todos pasaremos por eventos estresantes, situaciones desafiantes y dificultades, conocer las formas de desarrollar la resiliencia solo puede ayudarnos cuando lleguen. Las dificultades en la vida también son oportunidades para el crecimiento y el cambio: del dolor podemos aprender sabiduría, del miedo podemos aprender coraje y del sufrimiento puede surgir la fuerza, lo que nos hace más fuertes como individuos y como comunidad.
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