La empatía puede ser dolorosa.
O eso sugiere un creciente cuerpo de investigación neurocientífica. Cuando presenciamos el sufrimiento y la angustia de los demás, nuestra tendencia natural a la empatía puede traernos un dolor indirecto.
¿Existe una mejor manera de abordar la angustia en otras personas? Un estudio reciente, publicado en la revista Cerebral Cortex, sugiere que podemos afrontar mejor las emociones negativas de los demás fortaleciendo nuestras propias habilidades de compasión, que los investigadores definen como «sentir preocupación por el sufrimiento de los demás y desear mejorar el bienestar de esa persona».
«La empatía es realmente importante para comprender muy profundamente las emociones de los demás, pero hay un inconveniente en la empatía cuando se trata del sufrimiento de los demás», dice Olga Klimecki, investigadora del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y Cerebrales Humanas de Alemania y autora principal del estudio. «Cuando compartimos demasiado el sufrimiento de los demás, nuestras emociones negativas aumentan. Esto conlleva el peligro de un agotamiento emocional».
El equipo de investigación envió a los participantes del estudio a una clase de meditación de un día sobre la bondad amorosa, que utilizó técnicas y filosofías de las tradiciones contemplativas orientales. Los participantes, ninguno de los cuales tenía experiencia previa en meditación, practicaron la ampliación de los sentimientos de calidez y cuidado hacia sí mismos, una persona cercana, una persona neutral, una persona en dificultades, y completos extraños, como una forma de desarrollar sus habilidades de compasión.
Tanto antes como después del entrenamiento, se mostraron a los participantes videos de personas en apuros (por ejemplo, llorando después de que su casa se inundó). Después de la exposición a cada vídeo, los investigadores midieron las respuestas emocionales de los sujetos mediante una encuesta. También se registró su actividad cerebral utilizando una máquina de resonancia magnética fMRI, un dispositivo que rastrea el flujo sanguíneo en tiempo real en el cerebro, permitiendo así a los científicos ver qué áreas del cerebro estaban activas en respuesta a la visualización de los vídeos.
Descubrieron que el entrenamiento en compasión hizo que los participantes experimentaran una emoción significativamente más positiva al ver los angustiosos videos. En otras palabras, parecían ser más capaces de hacer frente a la angustia que antes del entrenamiento, y lo hicieron mejor que un grupo de control que no recibió el entrenamiento en compasión.
«A través del entrenamiento en compasión, podemos aumentar nuestra resistencia y abordar las situaciones estresantes con un efecto más positivo», dice Klimecki.
El enfoque emocional positivo estuvo acompañado por un cambio en el patrón de activación del cerebro: antes del entrenamiento, los participantes mostraron actividad en una red «empática» asociada con la percepción del dolor y lo desagradable; después del entrenamiento, la actividad cambió a una red «compasiva» que ha sido asociada con el amor y la pertenencia.
Sus nuevas pautas de activación cerebral se parecían más a las de un «experto» que había meditado todos los días sobre la compasión durante más de 35 años, cuyo cerebro fue escaneado por los investigadores para proporcionar un punto de comparación. Este resultado sugiere que el entrenamiento produjo cambios fundamentales en la forma en que sus cerebros procesaban las escenas angustiosas, fortaleciendo las partes que tratan de aliviar el sufrimiento ―un ejemplo de neuroplasticidad, cuando el cerebro evoluciona físicamente en respuesta a la experiencia.
Las emociones negativas no desaparecieron después del entrenamiento de bondad amorosa; es solo que los participantes eran menos propensos a sentirse angustiados. Según Klimecki y sus colegas, esto sugiere que el entrenamiento permitió a los participantes mantenerse en contacto con la emoción negativa con una mentalidad más tranquila. «La compasión es un buen antídoto», dice Klimecki. «Nos permite conectar con el sufrimiento de los demás, sin estar demasiado angustiados».
La principal ventaja es que podemos dar forma a nuestras propias reacciones emocionales, y podemos alterar la forma en que sentimos y respondemos a ciertas situaciones. En otras palabras, dice Klimecki, «Nuestras emociones no están grabadas en piedra».
Entonces, ¿tomar un curso de compasión como el que se ofrece a través de este estudio es la única manera de construir la compasión? No. Las investigaciones sugieren que se puede cultivar una mentalidad compasiva fomentando la cooperación, practicando la conciencia plena, absteniéndose de culpar a los demás, actuando contra la inequidad y siendo receptivo a los sentimientos de los demás sin adoptar esos sentimientos como propios.
Adam Hoffman es un asistente editorial de Greater Good. Este artículo fue publicado originalmente en la revista online Greater Good.
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