Generosidad: Perder un poco significa ganar mucho

¿Quiere bajar la tensión y reducir el estrés? La ciencia lo dice: Sea generoso

Por Makai Allbert
23 de diciembre de 2024 4:05 PM Actualizado: 23 de diciembre de 2024 4:05 PM

Esta es la parte 6 de «La Medicina de la Virtud»

Primera parte: Gratitud: Una medicina alternativa para la ira y la depresión

Segunda parte: El cerebro está programado para la honestidad y mentir le puede cobrar la factura más adelante

Tercera parte: Cómo el perdón curó de manera insólita la salud mental y física de un héroe del 11-S

Cuarta parte:  Resentimiento: «Un huésped malsano en el corazón humano»

Quinta parte: Cómo el asombro refuerza el sistema inmunitario y se extiende más allá de un sentimiento momentáneo

¿Qué medicina es segura, eficaz, gratuita y solo requiere de un sutil cambio de perspectiva? Lo invitamos a explorar el olvidado vínculo entre virtud y salud —la «Medicina de la virtud».


En un laboratorio de la Universidad de Columbia Británica, bajo el resplandor de las luces fluorescentes, una niña —todavía demasiado pequeña para formar una frase completa— estaba sentada ante un pequeño plato de galletas Goldfish y un muñeco de peluche llamado «Mono».

Cuando se le pidió que compartiera una galleta, la niña hizo algo que podría sorprender a cualquiera que crea que los niños pequeños son intrínsecamente egocéntricos. En lugar de acaparar la golosina, extendió su pequeña mano y le dio una galleta a Mono, provocando un amistoso sonido de «¡ÑAM!».

Cada vez que la niña le daba a Mono una de sus galletas, su cara se iluminaba con un deleite extraordinario. Este estallido de felicidad permite vislumbrar algo que la ciencia empezó a documentar con cada vez más pruebas: Dar a los demás —la generosidad— puede provocar una profunda alegría y conducir a un bienestar mensurable a cualquier edad.

Una fuente inagotable de felicidad

El experimento de las galletas Goldfish determinó qué tipo de donación resulta especialmente agradable. Para ello, los investigadores variaron las condiciones. A veces, los niños renunciaban a una de sus golosinas; otras veces, se les ofrecía una extra que el investigador «encontraba». El objetivo de esta variación era distinguir la diferencia, si la había, entre dar simplemente y dar renunciando a algo de valor personal.

Como era de esperar, los niños expresaron alegría al conocer por primera vez al peluche o al recibir un juguete. Los investigadores documentaron la felicidad de los niños mediante la observación del comportamiento y el análisis facial.

La felicidad se disparó, manifestándose como un «cálido brillo», cuando los niños participaron en la «donación costosa», sacrificando su propia golosina y compartiéndola con el muñeco en lugar de donar la golosina «encontrada» por el investigador.

(Ilustración de The Epoch Times)

La observación personal puede poner en duda estas conclusiones, ya que la palabra favorita de la mayoría de los niños pequeños es «¡mío!». Además, los niños de este experimento eran canadienses, lo que lleva a algunos a afirmar que el condicionamiento cultural influyó en su generosidad. Sin embargo, este experimento con un muñeco de peluche se reprodujo en una aldea rural de Vanuatu, una pequeña y aislada isla del Pacífico Sur, así como en los Países Bajos y China, demostrando que los niños pequeños de todo el mundo son los que más disfrutan compartiendo sus caprichos personales.

En un estudio realizado con 200,000 encuestados de 136 países, desde países prósperos como Canadá hasta naciones menos ricas como Uganda, dar dinero a alguien que lo necesita hace sistemáticamente más feliz a la gente. Esta tendencia es congruente en diferentes circunstancias y comunidades y no se limita al dinero en efectivo.

¿Un remedio mejor que las pastillas?

La generosidad va más allá del bienestar subjetivo y resulta que también es buena para el corazón.

En un estudio publicado en la revista Health Psychology, los investigadores pidieron a adultos mayores con hipertensión arterial que gastaran dinero en otras personas durante tres semanas. Los resultados fueron impresionantes: Según los autores, la tensión arterial de los participantes disminuyó en magnitudes comparables a las observadas al empezar a tomar una nueva medicación, hacer ejercicio con regularidad o introducir cambios importantes en la dieta.

¿Por qué la generosidad reduce la tensión cardíaca? Los científicos sugieren que los actos de generosidad desencadenan una cascada de hormonas calmantes, como la oxitocina, que reducen el estrés y la presión en arterias y venas.

Un estudio comprobó esto haciendo que los participantes realizaran un acto sencillo y generoso, como escribir una nota de apoyo a un amigo, antes de enfrentarse a una tarea estresante (preparar y pronunciar un discurso dentro de un plazo).

El grupo «generoso» tenía muchos menos marcadores relacionados con el estrés que el grupo de control. Por ejemplo, tenían menores aumentos de la presión arterial sistólica, lo que aliviaba la respuesta cardiovascular al estrés. Además, tenían niveles más bajos de alfa-amilasa salival, una enzima relacionada con la respuesta de «lucha o huida», lo que indica una menor activación del sistema nervioso simpático.

(Ilustración de The Epoch Times)

La generosidad suele derivar del altruismo —una motivación desinteresada por el bienestar de los demás— y refleja una capacidad humana más profunda de actuar en beneficio de los demás sin esperar nada a cambio. Abigail Marsh, neurocientífica y experta en altruismo, destaca que las personas altruistas son menos sensibles a las emociones negativas y tienen una «menor capacidad de respuesta a la ira, lo cual es útil porque la hipersensibilidad a la ira puede conducir a la hostilidad y la agresividad», explica a The Epoch Times.

La selectividad emocional de un altruista podría ayudar a explicar por qué la generosidad reduce el estrés, reflejando su resistencia a los estímulos negativos.

Alivio del dolor

Dar a los demás proporciona otro beneficio inesperado: el alivio del dolor físico.

Un artículo publicado en PNAS demostró que el comportamiento generoso reduce la percepción del dolor e incluso mejora la tolerancia al mismo. En un ejemplo, los donantes de sangre declararon sentir mucho menos malestar durante el pinchazo que los que se sometían a extracciones de sangre para pruebas médicas personales.

En otro ejemplo, los investigadores comprobaron el efecto de tolerancia al dolor mediante la prueba del presor frío, en la que los participantes sumergían las manos en agua helada y comprobaban cuánto tiempo podían tolerar el frío.

Los que acababan de ofrecerse voluntarios para revisar un manual destinado a los hijos de los trabajadores inmigrantes sin remuneración manifestaron mucho menos dolor y soportaron el frío durante mucho más tiempo que los que se negaron a ofrecerse voluntarios o realizaron la tarea como tarea obligatoria (grupo de control). De media, el grupo que se ofreció voluntario para ayudar toleró el dolor casi el doble de tiempo que el grupo de control.

(Ilustración de The Epoch Times)

Sorprendentemente, de todos los participantes, solo el 11.6 por ciento consiguió tolerar el agua helada durante el tiempo máximo de tres minutos. ¿Quiénes eran estos pocos tan extraordinariamente resistentes? Todos pertenecían al generoso grupo de voluntarios.

El mismo estudio aplicó este efecto analgésico natural a pacientes con cáncer, haciéndoles practicar la ayuda a los demás durante tres semanas. Esto incluía preparar comidas para otros pacientes y limpiar los espacios públicos del hospital. ¿El resultado? Los pacientes con cáncer informaron de reducciones clínicamente significativas en los niveles de dolor crónico, con mejoras observadas a lo largo de varias semanas.

Los autores concluyeron que estos resultados demuestran que el acto de incurrir en gastos personales para ayudar a los demás puede complementar las terapias actuales contra el dolor y promover el bienestar de quienes padecen dolor crónico.

Neurociencia de la generosidad: No todo es ojo por ojo

Marsh explicó que regiones cerebrales como el estriado ventral y el área tegmental ventral están muy activas cuando las personas se involucran en la generosidad. Estas regiones son las mismas que se iluminan durante experiencias placenteras como comer o alcanzar un objetivo, lo que sugiere que ser generoso es intrínsecamente gratificante a nivel neurológico.

En consecuencia, el cerebro procesa la generosidad de forma diferente según la motivación que la impulse. Según Marsh, las distintas motivaciones de la generosidad — reciprocidad, justicia o altruismo puro — se asocian a distintos patrones de actividad cerebral.

Por ejemplo, ayudar a alguien por motivos de equidad (querer garantizar la igualdad) activas regiones cerebrales responsables del pensamiento basado en normas. Por otro lado, las acciones puramente altruistas —ayudar a alguien por compasión o empatía— activan redes relacionadas con la comprensión y la conexión emocional.

Pero ¿por qué algunas personas hacen todo lo posible por ayudar a los demás, incluso a desconocidos, sin esperar nada a cambio?

La investigación de Marsh sobre los donantes anónimos de riñón pone en tela de juicio la suposición común que la gente da solo por un impulso egoísta.

«Había algunos datos que sugerían que cuando las personas deciden dar a los demás, es sobre todo porque suprimen activamente el deseo de ser egoístas», afirma. «Pero pusimos a prueba esta cuestión en donantes de riñón altruistas y no encontramos pruebas de que fuera cierto».

Estos individuos mostraron más actividad en las estructuras cerebrales relacionadas con la empatía. Su actividad cerebral «reflejaba» la del extraño de un modo muy similar a cuando ellos mismos experimentaban dolor. A Marsh le pareció interesante que estas personas altruistas tuvieran la amígdala —una región del cerebro que desempeña un papel clave en las emociones— más grande, lo contrario que las personas psicópatas o muy indiferentes. Las decisiones de estos donantes reflejaban su auténtica valoración del bienestar de los demás.

«En otras palabras, ayudan a los demás porque valoran intrínsecamente su bienestar», afirma Marsh.

William Chopik, profesor asociado de psicología de la personalidad en la Universidad Estatal de Michigan, sugiere que esta generosidad une a las personas, fomentando la buena voluntad y la cooperación.

Estos hallazgos ponen de relieve una verdad sobre la generosidad: No siempre se trata de recibir algo a cambio; no siempre es ojo por ojo. Para muchos, se basa en sus valores, en la empatía y en la alegría que les produce ayudar a alguien o compartir. Y, de hecho, en comparación con los animales, los humanos destacan por su capacidad de preocuparse profundamente por una amplia gama de individuos, incluidos los extraños. Parece que estamos especialmente dotados para encontrar intrínsecamente gratificantes estos actos de afecto, añade Marsh.

En el lado opuesto del espectro, la codicia —el deseo persistente de obtener más ya sea dinero, bienes materiales o reconocimiento— parece tener efectos menos favorables sobre la salud y la felicidad. Las personas codiciosas pueden experimentar una satisfacción temporal al adquirir algo nuevo, como un sentimiento de orgullo tras hacer una gran compra. Sin embargo, ese sentimiento se desvanece rápidamente. Dado que las personas codiciosas experimentan una mentalidad de «nunca es suficiente», desarrollan un sistema de recompensa desregulado comparable al de las personas con una adicción, lo que puede provocar insatisfacción, más estrés y una disminución del bienestar.

Los límites de la generosidad

¿Todas las acciones son iguales? Parece que no.

Un estudio publicado en la revista Collabra: Psychology descubrió que el tipo de acción, el efecto percibido y el contexto determinan de forma significativa los beneficios de la generosidad.

Por ejemplo, regalar una experiencia, como invitar a alguien a cenar o a un concierto, tiende a estrechar los lazos sociales. Por otro lado, los regalos materiales, aunque apreciados, se asocian de forma menos consistente con resultados que refuerzan las relaciones, a menos que estén profundamente personalizados o vinculados a experiencias compartidas.

El estudio sugiere que estas diferencias surgen porque es más probable que las experiencias creen conexiones significativas, recuerdos entrañables y una sensación de alegría compartida. Por el contrario, los regalos materiales pueden parecer a veces transaccionales o menos personales.

Además, más no siempre es mejor. La generosidad está sujeta a la ley de los rendimientos decrecientes. Del mismo modo que un pastel se vuelve menos agradable después de demasiados trozos, la abundancia de regalos —o los excesivamente lujosos— no produce necesariamente más felicidad. Un gesto pequeño y significativo, como comprar una taza de café para alguien, puede proporcionar el mismo estímulo emocional.

La generosidad prospera en la autenticidad. Dar de forma genuina y autónoma aumenta la felicidad; sin embargo, dar por razones extrínsecas, como la presión o la obligación, puede disminuir o incluso anular todos los beneficios.

Por ejemplo, uno de los participantes en un estudio realizado en 2022 describió una situación en la que se sintió presionado por un insistente vendedor de caridad a la salida de un supermercado. Aunque la obra benéfica era por una buena causa, la falta de elección hizo que la experiencia fuera frustrante y emocionalmente insatisfactoria. Por el contrario, un participante describió el hecho de pagar el alquiler de un amigo por el cuidado que sentía por esa persona, lo que enfatizaba la naturaleza voluntaria del acto y producía un mayor beneficio emocional.

La presión de la obligación puede ser especialmente notable durante las vacaciones. En consecuencia, las vacaciones pueden amplificar los factores estresantes, manifestándose como tensión financiera o el impulso de superar a los demás, aunque también representan un momento único para reflexionar sobre la virtud de la generosidad frente a la avaricia.

Un estudio de 2019 descubrió incluso que, aunque cabría esperar que la generosidad aumentara en diciembre, en realidad tiende a disminuir y las personas que declaran tener altos niveles de estrés relacionado con las fiestas dan menos de lo que podrían dar en otros momentos del año.

Desde los niños pequeños hasta los adultos, la ciencia demuestra que la generosidad se correlaciona de forma fiable con una mejora de la salud y la felicidad. Pero dar no tiene por qué ser abrumador. Podemos ser generosos en nuestra vida cotidiana, explica Chopik a The Epoch Times: Ayudar a un vecino a sacar la basura, donar un poco a la caridad, ser voluntario en un comedor social o simplemente prestar oídos a un amigo en un momento difícil.


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