Los adultos mayores corren un riesgo mucho mayor de morir a causa del COVID-19 que sus contrapartes más jóvenes, pero muchos también se enfrentan a otro riesgo de salud menos reconocido asociado a la pandemia: la pérdida de masa muscular. Esta pérdida es una de las principales razones de las caídas, y es la primera causa de muerte accidental en las personas de 65 años o más.
También conocida como sarcopenia —del griego «sarco», que significa carne, y «penia», que hace referencia a la carencia o pobreza—, la pérdida de masa y fuerza muscular es común entre los mayores, pero comienza incluso a los 30 años. La mala alimentación es un factor de riesgo para la sarcopenia; también lo es la inactividad física. Ahora, con los gimnasios cerrados y los centros comunitarios clausurados, muchas personas mayores son posiblemente más sedentarias que nunca.
Dirijo un equipo de científicos que estudian el papel de la actividad física y la dieta en la sarcopenia en el Centro de Investigación sobre Nutrición Humana Jean Mayer del USDA en la Universidad de Tufts. Cada día me sorprende cómo afecta esta enfermedad a los pacientes. La sarcopenia no solo puede provocar caídas, sino que también puede llevar al aislamiento social resultante de las caídas, lo que puede tener una cascada de consecuencias negativas para la salud de las personas mayores. Este es un ejemplo más de los estragos causados por la pandemia.
De músculos y hombres, y de mujeres
Sin embargo, la sarcopenia no es exclusiva de la época del COVID-19. A medida que las personas envejecen, pierden masa muscular y fuerza como parte del proceso natural de envejecimiento. Cuando las personas pierden masa muscular, esta es reemplazada por grasa y tejido fibroso, dando como resultado que los músculos se vean como un filete entrecortado. El ritmo de disminución varía, y las personas mayores inactivas pierden más que otras. Los investigadores estiman que, en general, las personas de entre 60 y 70 años han perdido el 12% de su masa muscular, y las mayores de 80 años el 30%.
Esta pérdida no se limita a la flacidez de la piel y de los brazos. La pérdida de masa muscular conlleva diversos grados de incapacidad para realizar actividades cotidianas, como caminar. Esto puede iniciar una cascada de efectos, como la ralentización de los movimientos y la pérdida de equilibrio, que también limitan la capacidad de la persona para vivir plenamente. Además, la sarcopenia se asocia a la inflamación, la resistencia a la insulina, la disminución de los niveles de testosterona y estrógenos y las enfermedades crónicas, como la diabetes de tipo 2, las enfermedades cardíacas y las pulmonares.
El papel del ejercicio y la dieta
No hay medicamentos aprobados por la FDA para tratar la sarcopenia, pero hay terapias candidatas en preparación. Mientras tanto, existe una gran cantidad de pruebas que destacan los beneficios de la actividad física y la nutrición adecuada para prevenir y tratar la sarcopenia. Todos los tipos de ejercicio ofrecen beneficios, pero el entrenamiento de resistencia o de fuerza es el que mejor funciona.
Un estudio sobre adultos mayores demostró que caminar y el entrenamiento de fuerza de baja intensidad redujeron el riesgo de discapacidades importantes de movilidad en comparación con un grupo de control de educación sanitaria en el transcurso de dos años. Las personas previamente sedentarias —las que declaran realizar menos de 20 minutos de actividad física a la semana— obtuvieron los mayores beneficios. Al añadir al menos 48 minutos de actividad física a su rutina semanal, experimentaron la mayor reducción del riesgo de discapacidad.
Otros estudios de observación sugieren que la dieta también puede influir en la disminución de la masa muscular y la fuerza asociada a la edad. La ingesta de proteínas puede desempeñar un papel importante. En un estudio, los adultos mayores que tomaban la menor cantidad de proteínas tenían puntuaciones de inflamación dos veces más altas que los participantes que consumían más.
Otro estudio descubrió que una mayor ingesta de proteínas (92.2 gramos al día) se asociaba a un riesgo 30% menor de aumentar la debilidad en comparación con las personas que solo tomaban 64.4 gramos diarios. Pero se necesitan más investigaciones para establecer claramente el papel de la ingesta de proteínas y otros nutrientes en la sarcopenia.
A pesar de lo perjudiciales que pueden ser los efectos de la sarcopenia, todavía no existe una prueba clínica universalmente aceptada para detectarla. Sin embargo, existen técnicas de imagen para medir la masa muscular, junto con herramientas para evaluar la fuerza y el funcionamiento físico. Las mediciones de la fuerza muscular están estrechamente relacionadas con la velocidad habitual de la marcha y el tiempo que se tarda en levantarse de una silla.
Otra cuestión es que, a pesar de todos los estudios, muchos clínicos siguen sin conocer este síndrome. Tal vez una de las mejores formas de combatir esta enfermedad sea informarles sobre la sarcopenia y, lo que es igual de importante, proporcionarles directrices prácticas sobre la actividad física adecuada y la nutrición apropiada para sus pacientes. Los ancianos, y sus seres queridos, merecen conocer los riesgos.
Roger Fielding es director de laboratorio y científico senior de la Universidad de Tufts, en Massachusetts. Este artículo se publicó por primera vez en The Conversation.
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