Las cinco lecciones de Felipe Calderón para que se incremente la inseguridad en México

Por Gerardo De la Concha
19 de octubre de 2024 4:41 PM Actualizado: 19 de octubre de 2024 6:56 PM

Opinión

Escribí en mi anterior artículo que las estrategias en materia de seguridad pública han fracasado desde el fin del sexenio de Vicente Fox hasta la fecha, entre otros motivos porque las estrategias aplicadas por los últimos gobiernos están influidas por “razones” políticas que descomponen todavía más la situación existente. Las malas decisiones hacen andar caminos equivocados.

Ahora estamos entrando al peor de los mundos posibles: la normalización de la inseguridad como sustento de un Estado fallido. Desde luego, no sólo como catarsis, debemos remitirnos a aquellas decisiones que fueron enredando a la sociedad mexicana en la actual madeja de crimen, impunidad, opresión, desorden, crueldad, corrupción, demagogia y mentira.

El presidente Felipe Calderón (2006-2012) es quien hizo el primer compendio de decisiones que en lugar de enfrentar el problema y mitigarlo, sirvieron para echar gasolina al fuego porque pensó en lo más importante para el régimen presidencialista: en su popularidad personal y no en soluciones estratégicas.

Primera lección: la popularidad presidencial es más importante. Cuando el Presidente mezcla la demagogia, el ansia de popularidad, el narcisismo de líder, por encima de objetivos más acordes al deber y a los principios, el fracaso se siembra de manera inevitable.

El contexto era negativo. Calderón había ganado la elección presidencial “haiga sido como haiga sido”, por un margen estrecho. Andrés Manuel López Obrador, su rival, proclamó que había sido víctima de un fraude electoral, lo que nunca pudo probar.

Calderón se vio apremiado a “legitimarse”. Si otros gobiernos habían hecho caso omiso del problema del narco, él iba a demostrar ser un presidente “valiente”, hasta vistió una casaca militar. Se hizo de lado contar con diagnósticos certeros, con asesoría adecuada, con el análisis de las experiencias gubernamentales anteriores en la materia.

Para afianzar la popularidad presidencial, sin estrategia alguna, se lanzó a la lucha al Ejército y a la Marina. En efecto, en los primeros tiempos la popularidad del presidente subió, ahí están las encuestas de ese tiempo. Hoy esa popularidad no existe, se acabó, es nada.

Segunda lección: ignorar las modalidades y causas de la situación. El hecho es que ante una petición de ayuda del gobernador Lázaro Cárdenas Batel, quien vivía el problema con la «Familia Michoacana» de un proyecto que trasminaba el poder de un grupo criminal por: a) su infiltración para controlar mecanismos de los gobiernos locales, b) su uso de la violencia extrema y c) su enfrentamiento con grupos criminales de otras latitudes distintas al de su origen regional, lo único ocurrente para el calderonismo fue declarar la guerra del narco.

Esta decisión provocó que los grupos criminales también se militarizaran con el reclutamiento de pequeños ejércitos de sicarios que comenzaron a competir en el ejercicio de la crueldad.

Para financiarse se dedicaron a diversificar sus fuentes de ingreso. Ya no sólo eran narcotraficantes: la extorsión, el secuestro, la trata de personas, el cobro de derecho de piso a otros grupos delincuenciales, el contrabando de todo tipo, la leva forzosa, la extracción de recursos públicos con el control municipal, se incrementaron exponencialmente y como resultado, la inseguridad creció.

Tercera lección: el control no es presidencial, sino de un hombre fuerte en seguridad. Los anteriores gobiernos habían depositado en ciertos funcionarios el control del problema; por ejemplo, con Miguel de la Madrid (1982-1988), el hombre fuerte era Manuel Bartlett, quien terminó como un hombre cercano al presidente Andrés Manuel López Obrador, a pesar de sus antecedentes tanto en el tema del narcotráfico como en las acusaciones existentes de haber participado en la trama para la muerte del agente de la DEA, Kiki Camarena en 1985.

En el caso del presidente Calderón se trató de Genaro García Luna, su secretario de seguridad. El calderonismo le depositó toda la confianza, incluso el contar con instrumentos propios creados ex profeso: la Policía Federal, la plataforma México, para el control de la inteligencia criminal, el vínculo con los estadounidenses.

García Luna fue todo poderoso en el sexenio calderonista. Él decidió, en conjunto con la DEA, la estrategia a seguir: enfrentar de manera privilegiada a los Cárteles más sanguinarios —cuando todos lo son, sin excepción—.Ya no había trato gubernamental con los estadounidenses, con protocolos oficiales, sino unipersonal. Ya no había visión de seguridad nacional, sino la aplicación de los intereses personales de García Luna.

Foto de archivo del presidente mexicano Felipe Calderón (dcha.) habla con el director de la Policía Federal, Genaro García Luna, durante una ceremonia para celebrar el Día Nacional de la Policía en México, el 2 de junio de 2012 en la Ciudad de México. (ALFREDO ESTRELLA/AFP/GettyImages)

Cuarta Lección: no atender los casos de corrupción y la sistematización gubernamental de la misma. Todas las costumbres extractivas de la corrupción gubernamental y empresarial empezaron a girar en torno de la llamada guerra del narco —hoy sucede al revés, lo extractivo se logra a través de la “no guerra del narco”, ya sea en su modalidad de los “abrazos, no balazos”, o de la adaptación del calderonismo al anti calderonismo—. Se trata, sobre todo, de negocios.

Desde el calderonismo el ámbito de la seguridad se convirtió en negocio, específicamente en negocios sucios. Según la ex embajadora de Estados Unidos, Roberta Jacobson, el gobierno de Felipe Calderón fue extremadamente corrupto en esto. Tenían que cuidar se evitaran los excesos, pero debían evitar una ruptura bilateral y, por otra parte, buscar que las cosas se hicieran.

El tema siguió vigente en los dos gobiernos posteriores, sin que pueda señalarse a los ex presidentes Peña o López Obrador de enriquecerse con esto, más bien se trata de un descuido estructural. Y en el caso del presidente Calderón, su confianza extrema en su operador Genaro García Luna.

Quinta lección. Los objetivos no son estratégicos. Desde Calderón hasta la actualidad, ninguno de los gobiernos ha establecido objetivos estratégicos. Quizás el gobierno peñista intentó un par de ellos: crear la prevención social y neutralizar a cabecillas criminales.

En el caso de la prevención social, el fracaso fue grande. Por desgracia, se confió en un funcionario, Roberto Campa, que nunca entendió que la prevención social se trata de un mecanismo para restaurar el tejido social y crear así un frente social con apoyo de las autoridades para evitar la expansión criminal. Esto ha dado resultados en lugares como Palermo, Italia.

Aquí hubo señalamientos de que la prevención social era usada para hacer negocios particulares y el gobierno peñista se vio obligado a cancelar el programa, convertido en una subsecretaría de Gobernación, con todos los enredos burocráticos del caso.

Recuperar el control gubernamental de las carreteras, por ejemplo, es un objetivo estratégico que ninguno de los gobiernos desde Fox hasta ahora, se ha planteado lograr para que el Estado cumpla su misión primordial: dar seguridad a los ciudadanos.

Yo no dudo de las buenas intenciones de los presidentes. La situación es paradójica, pues siguiendo esa premisa, las buenas intenciones de la presidenta Claudia Sheimbaum repiten de alguna forma elementos de las cinco lecciones que a la historia de México aportó el presidente Felipe Calderón, combinadas con la herencia obradorista. Bienvenidos al infierno, dijo alguna vez el poeta Javier Sicilia.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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