Opinión
Le llamo el Meridiano de México, recordando a los doctores Meulemans quienes predijeron que nuestro país sería un Titán del Siglo XXI. Su ubicación geopolítica, su historia, la amalgama étnica, las herencias antiguas, su cultura, su infraestructura, su superávit comercial con Estados Unidos, la principal potencia del mundo, los costos que ya ha pagado, ¿realmente lo proyectan hacia un papel importante entre las naciones modernas?
Ahora no se ve de esa manera. Se habla, al contrario, de la posibilidad de que podamos convertirnos pronto en un Estado fallido, pues el desánimo se desenvuelve y se amplía, el encono político se ha convertido en la existencia de un país polarizado, enfrentado, donde mayorías y minorías políticas se insultan y desprecian entre sí, pero esto en medio de una crisis real de seguridad expresada en el dominio territorial de grupos criminales.
El sistema judicial mexicano no ha avanzado al ritmo de la modernización mexicana. Pero ahora se plantea una reforma que toca a los jueces y ministros en una alteración del poder judicial, por lo cual se acusa de que se pretende acabar con la división de poderes.
Y no hay punto de acuerdo, hay prisa, pareciera así que intereses particulares y ansias de poder absoluto, estuvieran guiando una reforma que, siendo necesaria, es incompleta y no debería ser procesada de la manera como se está haciendo.
La justicia y la libertad son bienes comunes cuyo destino no puede ni debe estar en manos exclusivas de un solo partido, de un solo hombre, de un solo interés., sólo puede ser un acuerdo de todos, una síntesis colectiva, una determinación de Estado.
Hay más problemas con los fiscales que con los jueces; más un tema con los procedimientos que con la letra de las leyes. El derecho escrito ha influido en la lentitud de los procesos y en la sobre carga de trabajo en los juzgados. Y eso ha alimentado la corrupción.
Pero no todo deja de funcionar en el sistema y es injusto que se plantee cambiar al personal sustantivo —los jueces— con un método de tómbola para elegir candidatos, o que el presidente López Obrador diga que de preferencia deben ser inexpertos y luego se pongan a votación le quita seriedad a su propia propuesta.
En Estados Unidos los jueces de distrito, como los jueces de paz son elegidos por el voto popular. Pero ni los jueces federales ni los ministros de la Suprema Corte de Justicia son electos por votación.
De cualquier forma, el partido gobernante propone reformas que son necesarias como la judicial, lo hace a su manera porque corre solo y esto es en detrimento de una oposición mexicana sin ideas, ni proyecto, que no tiene capacidad política ni para el debate.
Queda claro entonces que la reforma judicial puede ser inoportuna por la prisa planteada al final de un sexenio, o que tiene elementos inconvenientes o que pueden ser mejorados o que un proceso más cuidado puede ser mejor, pero no puede ni debe ser pretexto para una corrida financiera y una fuga de capitales que retrae a la experiencia de 1992 cuando la especulación financiera llevó a México a una enorme crisis financiera que tardamos años en poder superar.
México no lo merece. Sus expectativas son muy altas como para caer en esto otra vez, incluso con variables distintas como un proceso de erosión financiera que nos llevaría en relativamente corto tiempo a una caída permanente y de difícil recuperación.
Pero es responsabilidad de los políticos, particularmente los de la cúpula gobernante conjurar el escenario del desastre y elegir el camino del boom. El presidente puede tener prisa, pero la presidenta tiene seis años por delante.
Cuando Claudia Sheimbaum ganó las pasadas elecciones en México pronunció un discurso de reconciliación política, parecía mantener una posición contraria a la lucha de clases impulsada por el actual gobierno, que nos lleva al encono, dar luz al resentimiento y a una división que en cualquier momento puede escalar.
Pero esta postura no continuó. Seguimos en lo mismo: la polarización mientras se favorece el resentimiento social y se beneficia de manera desmesurada a algunos miembros del gran capital.
Las gentes sensatas de este país esperan que la presidenta de México acabe con la polarización, para ocuparse mejor de los grandes rubros hoy descuidados: la salud, la seguridad y la educación. ¿Será capaz ella de abandonar la propaganda y la ideología para trabajar por un México mejor?
También es necesario un cambio de actitud de los partidos de oposición. Han sido incapaces de defender lo que hicieron en el poder, de contrarrestar la eficaz propaganda gubernamental en su contra y, sobre todo, de renovarse y salir del pasmo perdedor desde 2018. Son una oposición sin ideas y, por lo tanto, sin relevancia.
México es más grande que sus políticos y sus partidos. Pero ahora es una hora de encrucijada, lo que está en juego es vivir un boom como país o convertirnos en un desastre completo para perjuicio inmediato de las nuevas generaciones.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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