México y Estados Unidos: ¿hacia dónde vamos?

Por Gerardo De la Concha
07 de julio de 2024 9:48 PM Actualizado: 07 de julio de 2024 11:49 PM

Opinión

Una clave estratégica para el futuro de México es dilucidar hacia dónde vamos en la relación con Estados Unidos, de acuerdo a los cambios de gobierno en ambos países. Pero es importante anotar primero en dónde estamos.

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador desechó la política de los gobiernos mexicanos anteriores basada en un juego estratégico: 1.º Aprovechar en lo económico la posición geopolítica del país, teniendo un diálogo de iguales con Estados Unidos, 2.º Ser neutros en lo internacional con base en la vieja política exterior mexicana basada en la doctrina Estrada de no intervención en asuntos exteriores de otros países, 3.º Mantener una autonomía y un equilibrio con base en la legitimidad alcanzada luego de la transición democrática.

Los tres puntos han sido actualmente demolidos por el gobierno obradorista. En el primero desde un principio —cuando todavía era la transición después de ganar en 2018 la elección presidencial—, el gobierno de Enrique Peña Nieto le cedió de última hora su participación en las negociaciones que se llevaban a cabo sobre el Tratado de Libre Comercio.

La decisión obradorista consistió en ceder todos los puntos que habían sido reservados por el equipo peñista sin ceder a las posiciones estadounidenses. López Obrador cedió de inmediato a lo que deseaban los estadounidenses y punto. Desde ahí anunció cuál iba a ser su interés y su lógica.

Posteriormente, en una concesión ideológica al gobierno, a través de su secretaria de Gobernación Olga Cordero ofreció discursivamente unas puertas abiertas a la emigración centroamericana y sudamericana.

Se entendió así que se trataba de un incentivo al libre paso para entrar a Estados Unidos, si bien ya había cierta tolerancia, denunciada precisamente por Donald Trump. Esta postura provocó una oleada sin precedente denunciada fuertemente por Donald Trump quien hace señalamientos muy duros a esta emigración.

Vino entonces una presión muy fuerte por parte del gobierno del presidente Trump: o México cerraba su frontera sur o Estados Unidos elevaría los aranceles de los productos mexicanos. A pesar de las salvaguardas posibles en el tratado existente de libre comercio, el gobierno obradorista entró en pánico y no tuvo mejor ocurrencia —sin sellar la frontera sur donde campea la corrupción, el tráfico de personas, de droga y el contrabando general—, que convertir a México en Tercer País, es decir, en el asiento de facto de la emigración masiva.

Al contrario de Turquía, también Tercer País, que recibe por tal motivo una fuerte ayuda económica internacional, México lo hace de gratis. Se lo debemos oficialmente al gobierno de López Obrador y a su canciller Marcelo Ebrard.

Ebrard, un político del sistema, con fuertes señalamientos de corrupción pero con buena prensa y una habilidad indudable para sobrevivir y colocarse, fue responsable directo de que Donald Trump pudiera decir: “Nunca había visto a alguien doblarse tan rápido”.

Ahora Marcelo Ebrard fue nombrado Secretario de Economía y va a ser el responsable en 2026 de las negociaciones con Estados Unidos del tratado de libre comercio existente, por lo cual si llega a la presidencia Donald Trump ya está claro el panorama mexicano: a doblarse y rápido.

El entonces secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, mostrando mapas de las ventas de armas en Estados Unidos y las incautaciones de armas en México durante una conferencia de prensa en el Departamento de Estado el 13 de octubre de 2022 en Washington, D.C. (Chip Somodevilla/Getty Images)

La política de neutralidad internacional fue también demolida. A cambio de una relación geopolítica con Estados Unidos sustentada en el beneficio comercial mutuo, México mantenía una neutralidad internacional que sólo tuvo ciertos cambios con un cierto hincapié —no muy estridente— con el respeto a los derechos humanos.

Pero eso se acabó bajo el gobierno obradorista. Y el péndulo se corrió hacia la izquierda como una concesión interna a sus bases ideologizadas y para disimular ese “doblarse”, aprovechando la lasitud del gobierno de Biden —quien envió a un embajador que sólo le ha faltado afiliarse directamente a Morena— y México se convirtió en un abierto apoyador político y financiero de dictaduras latinoamericanas violadoras masivas de los derechos humanos: Cuba, Nicaragua y Venezuela.

El caso de Cuba es paradigmático. El viejo PRI aprovechó la oportunidad durante la guerra fría de que hubiera necesariamente un puente discreto con Cuba por parte de las democracias y mantuvo entonces una política autónoma respecto a la dictadura comunista cubana, para evitar así su apoyo a las guerrillas comunistas que surgieron en México después de 1968 y 1971.

La transición democrática mexicana acabó con eso. Y México, con el primer gobierno del PAN se convirtió en un crítico de la tiranía comunista en Cuba. Eso se repitió con el gobierno calderonista. Pero la postura moderada priista se acabó también. El gobierno obradorista lo terminó.

La que pudiera ser una agonizante dictadura que mantiene en la miseria y la opresión al pueblo cubano con el pretexto de un inexistente bloqueo —lo que hay es un embargo económico como represalia a la expropiación sin pago de bienes estadounidenses—, ha recibido un vital oxígeno financiero por parte del gobierno obradorista, regalo de petróleo, tractores y apoyo político.

Al dictador comunista heredero de los Castro, se le concedió la máxima condecoración mexicana y el inusitado honor de ser orador en el desfile militar de la Independencia mexicana. Pero los dictadores de Nicaragua y Venezuela también han contado con el apoyo incondicional del gobierno mexicano.

Así pues, no se trata de neutralidad, sino de apoyo directo, amplio  y abierto a tiranías, es el caso de Nicaragua, con el dictador Daniel Ortega y su esposa —abiertamente dedicada a extravagantes prácticas de brujería—, lo cual resalta además cuando está desatada una persecución a católicos, que ha incluido la detención de obispos y sacerdotes, el saqueo a templos, que se suma al despojo de bienes a escritores, la tortura y el asesinato a disidentes políticos y a indios miskitos.

A pesar de sus triunfos electorales, manchados por las violaciones a las leyes, la intervención de grupos criminales y una gran pasividad social, el gobierno obradorista ha perdido legitimidad y, por lo tanto, la misma no ha sido heredada al nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum.

Si bien el nuevo gobierno tuvo una recepción positiva por parte de poderes empresariales nacionales favorables, así como un freno al proceso devaluatorio del peso por parte de los mercados financieros internacionales, la realidad es que su triunfo electoral debería convertirse como propio a través de una legitimidad propia.

Esto último se ve complicado porque la reforma al aparato judicial va a detonar la desconfianza como gobierno, al entrar a un orden político plenamente autoritario al borrarse la división de poderes y alterarse el orden jurídico del país. La afectación a los  actuales procesos judiciales y la ausencia de un contrapeso constitucional, es suficiente para que se instaure el caos.

El nuevo canciller del país, Juan Ramón de la Fuente, con fama de inteligente y moderado, tiene una tarea muy fuerte como secretario de Relaciones Exteriores, al heredar el “doblado” obradorista en relación con Estados Unidos en el ámbito económico y migratorio y al perder la neutralidad internacional, al ser ahora apoyadores directos de tiranías violadoras de graves derechos humanos, en este sentido no tenemos una política exterior, sino una complicidad internacional.

Es posible que Donald Trump sea elegido presidente de Estados Unidos. Frente a este panorama considerado negativo por el próximo gobierno, se debe sumar que Trump ha declarado que va a impedir en Estados Unidos continúe la locura de la promoción oficial de antivalores como la corrupción de menores que propone la agenda LGBTT+.

El expresidente y candidato presidencial republicano Donald Trump habla durante una rueda de prensa en la Torre Trump de Nueva York el 31 de mayo de 2024. (Angela Weiss/AFP vía Getty Images)
El expresidente y candidato presidencial republicano Donald Trump habla durante una rueda de prensa en la Torre Trump de Nueva York el 31 de mayo de 2024. (Angela Weiss/AFP vía Getty Images)

La presidenta Claudia Sheinbaum es, en cambio, promotora de esta agenda. Como Jefa de Gobierno promovió en la CDMX una ley para que los niños varones puedan usar falda en las escuelas aun en contra de las determinaciones de sus padres. También financió una campaña de Drags Queens dedicados a contar cuentos para niños y enseñarles que pueden elegir sus sexos y que hay diferentes formas de amor, de familias, de sexualidad. Y que sus familias tradicionales de hecho no son modernas ni necesariamente lo mejor. Crear confusiones en los niños, todo esto frente a la pasividad de los padres de familia paralizados por la moda, la propaganda y el miedo, paradójico, a ser tachados de vejestorios por la nueva “revolución cultural global”.

Es previsible que si es presidente, Trump y Claudia Sheinbaum no se caigan bien. De hecho ha trascendido que Trump es una de las preocupaciones del próximo gobierno. Aunque el camino de doblarse pudiera indicarle la vía ya probada, el tema delicado de la criminalidad mexicana que afecta a Estados Unidos puede ser el punto de inflexión.

Donald Trump ha manifestado que no va a ser tolerante con la actual pasividad frente a los grupos criminales —prácticamente complicidad— del gobierno mexicano en materia de seguridad. Los escenarios se ven así complicados para la continuidad de las políticas obradoristas, como ha comprometido y quiere Claudia Sheinbaum. A veces se quiere y no se puede.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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