WASHINGTON— Li Hongxiang no sabe lo que es una vida familiar normal —se la arrebataron justo al nacer.
Tenía 36 días cuando las autoridades chinas encarcelaron a su padre, y la siguiente vez que se reunieron, tenía 10 años.
Después de detener a su padre y a sus abuelos, la policía golpeó a su madre estando aún en el posparto, exigiéndole saber quién había ayudado a colocar una pancarta en su ciudad natal, Shenyang, en la que se leía «Falun Dafa es bueno». Entonces ella tomó al bebé en brazos y huyó de su casa.
Durante la mayor parte de esos 10 años, los dos fueron de un lugar a otro. Tras visitar a su padre en la cárcel en el año 2005, la policía localizó a su madre y le impuso una pena de tres años de prisión. Él tenía solo cuatro años.
Ellos no habían cometido ningún delito. Lo que les convirtió en un objetivo fue su fe en Falun Gong, una práctica de meditación que enseña los valores de Verdad, Benevolencia y Tolerancia. Al igual que unos 70 a 100 millones de personas en la China comunista, la familia Li se vio inmersa en una implacable campaña de represión desde todos los sectores.
Detenciones arbitrarias, trabajos forzados, torturas brutales, sustracción forzada de órganos. Un número incalculable de seguidores, jóvenes y ancianos, han sufrido o muerto a causa de ello en el último cuarto de siglo. El 11 de julio, en el National Mall de Washington, Li y miles de personas se reunieron para celebrar una vigilia en recuerdo de las víctimas y los sobrevivientes.
A unos pasos de donde se encontraba, en el borde del prado, había filas y filas de personas sentadas en silencio. Las luces parpadeantes de las velas iluminaban sus rostros y las vivaces camisas amarillas.
El Partido Comunista Chino «no respeta la vida de las personas», declaró Li a The Epoch Times.
Nacido un año después de que comenzara la persecución, Li vio a su familia «completamente destrozada» bajo el régimen. A los 10 años, su padre salió de la cárcel, estaba convertido en un esqueleto, con apenas tres dientes, tuberculosis y casi 80 libras menos. Falleció un año después.
Pero el dolor no era solo suyo —el joven de 23 años dice que conoce a muchas familias que han sufrido calvarios similares.
«Yo he experimentado demasiado y he visto demasiado», declaró el joven Li a The Epoch Times.
Una promesa para no olvidar
Ha sido tanto que el Li dice sentirse casi «insensible» al sufrimiento. Con 1.90 metros de estatura, el joven parece haber almacenado todos esos oscuros recuerdos en su interior. Sus brazos se tensaron cuando posó para una foto. Él ha aprendido a tomar las cosas como vengan.
Estando en China, no había descanso en los días festivos. Esos eran los días en que la policía llamaba a la puerta presionándoles para que renunciaran a sus creencias, días en los que simplemente él esperaba que «hoy no pasara nada».
Desde que escapó a Tailandia, a los 13 años, y más tarde se instaló en Estados Unidos, ha observado a diario a las familias cuando están reunidas y parecen felices. Él podría haber sido uno de ellos. Pero, sobre como se sienten es algo que ahora le cuesta entender —él no creció en esa situación. El régimen acabó con ello.
Cuando las palabras se quedan cortas, Li parece compensarlo en la acción. En la vigilia y en una manifestación previa, transportó el equipamiento, ayudó a ordenarlo y lo recogió.
Él ha asistido a todos los actos anuales en el National Mall.
«Me recuerdo constantemente a mí mismo de no olvidarlo», afirmó a continuación.
En parte es para honrar las vidas perdidas, entre ellas la de su padre.
«Hay que recordar a las personas que han sido perseguidas hasta la muerte», afirmó. «Porque ellos han vivido lo que muchos de nosotros quizá no vivamos en nuestra vida».
«No merecemos semejante persecución»
Li no es el único que creció a la sombra del terror de Estado.
Zhang Huaqi, apenas unos meses mayor, fue separada de su padre de forma similar en su primer año de vida. Fabricar pancartas de Falun Gong fue el delito que figura en su documento de una sentencia por un año.
Durante los primeros 16 años de su vida, hasta que escapó a Estados Unidos, Zhang no se atrevió a decir ni una palabra sobre su fe a los demás. Sus padres, y sus abuelos, corrían el riesgo de ir a la cárcel en cualquier momento, y ella temía ser condenada al ostracismo en la escuela por sostener una creencia que el régimen había demonizado tan a fondo.
En la escuela secundaria, recuerda haber estado sentada incómodamente en clase, escuchando al profesor repetir propaganda de odio de su libro de texto sobre un incidente de autoinmolación en la plaza de Tiananmen —que más tarde se descubrió que había sido cuidadosamente montado.
La culpabilidad y la tristeza la golpearon al mismo tiempo que sus compañeros de clase «se tragaban las mentiras».
«Yo sabía cuál era la verdad, pero no me atrevía a dar la cara», declaró a The Epoch Times.
El posible costo era muy alto. Fomentado ampliamente desde Beijing, alguien podría delatarla y elevar el caso a las autoridades escolares o a la policía, todos con órdenes de eliminar la fe.
Cuando tenía ocho años, una oleada de redadas previas a los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 condujo a la detención de su madre.
Durante una visita a la cárcel, la vio con la cara adelgazada y sin su pelo largo.
Tuvieron que pasar otros ocho años para que la joven Zhang conociera más detalles sobre ese año de cárcel: casi 10 horas diarias, su madre las trabajaba haciendo muñecas de trapo destinadas a Japón, el pegamento le ardía en los ojos, los guardias reprendían a los trabajadores más lentos y para comer apenas tenía unos minutos.
«Todos los practicantes de Falun Gong son buenas personas», dijo Zhang. «No hemos hecho nada malo y no merecemos semejante persecución».
Hablar ahora, con las libertades que ellos encontraron en Estados Unidos, es la forma en que esperan marcar la diferencia para los que aún están en China.
«Yo no puedo cambiar el pasado», dijo Li. «Lo que puedo hacer es ayudar donde se me necesite —poner de mi parte».
Únase a nuestro canal de Telegram para recibir las últimas
noticias al instante haciendo click aquí
Cómo puede usted ayudarnos a seguir informando
¿Por qué necesitamos su ayuda para financiar nuestra cobertura informativa en Estados Unidos y en todo el mundo? Porque somos una organización de noticias independiente, libre de la influencia de cualquier gobierno, corporación o partido político. Desde el día que empezamos, hemos enfrentado presiones para silenciarnos, sobre todo del Partido Comunista Chino. Pero no nos doblegaremos. Dependemos de su generosa contribución para seguir ejerciendo un periodismo tradicional. Juntos, podemos seguir difundiendo la verdad.