Hace poco, vi un gran cartel fuera de una iglesia: «Ama a tu prójimo. Sin excepciones».
Vaya, pensé: sencillo, pero muy acertado. En estos tiempos divididos y polarizados, es bueno dar un paso atrás y reflexionar sobre el significado del amor y pensar hasta qué punto lo estamos viviendo en nuestras vidas.
Un viaje hacia el amor superior
Soy hija de un pastor cristiano y he estudiado religiones del mundo, por lo que el tema del amor ha estado presente en muchas conversaciones de mi vida.
Una de las cosas más hermosas que descubrí cuando estaba en la universidad y conocí otras tradiciones religiosas fue que también hablan del amor (junto con muchas otras cosas sorprendentemente similares a la fe con la que crecí).
Hay, por supuesto, diferentes tipos de amor, como philia (amor fraternal), eros (amor romántico o sexual) y el más elevado de todos: ágape (amor divino). Y de alguna manera, en este útil desglose de los diferentes matices del amor -y hay más- está la clave de todo, según he descubierto.
Durante el último año, he trabajado duro para desarraigar de mi corazón cualquier sentimiento negativo hacia los demás en torno a la política, las cuestiones sociales y un largo etcétera. Ha sido una experiencia muy liberadora.
La motivación para ello es que he descubierto que tener emociones negativas hacia otros seres humanos no está en consonancia con los objetivos que me he marcado: alcanzar un amor por mis semejantes que sea divino por naturaleza; es decir, un amor sin emociones egoístas, que simplemente dé y sea bueno.
Por supuesto, el amor es fundamental en las enseñanzas de Jesús y de la Biblia en general. «El mayor de ellos es el amor», afirma el libro de Corintios. Pero lo que más me ha gustado descubrir, al conocer otras tradiciones religiosas, es que, para la gran parte del mundo que cree en Buda, el amor divino también es fundamental. Simplemente se le conoce por otro nombre: compasión.
Amor en nuestros corazones y en nuestras vidas
Aunque en esta época es crucial atenerse a valores sólidos y consagrados, también es más eficaz hacerlo cuando se habla a los demás sin juzgarlos. Es entonces cuando el poder del amor o la compasión —el poder divino que está dentro de cada uno de nosotros— puede actuar a través de ti. El otro día estaba viendo un programa de televisión en el que aparecía un pastor en un barrio deprimido de la ciudad. Irradiaba amor. Era magnético. Vivía el Evangelio, por así decirlo.
Nuestro mundo está sufriendo, sin duda. Pero la solución no es hundirse en la negatividad, sino volverse hacia la luz del amor, la luz de la compasión, e irradiar esa luz y creer que puede ayudar a cambiar este mundo.
Sí, tenemos que vigilar nuestro propio comportamiento en el camino y proteger a nuestros hijos y a nuestras comunidades. Y sí, tenemos que defender lo que es correcto, lo que es bueno y lo que es justo. Pero la cuestión es el corazón, o la intención, que hay detrás. Todo esto se hará mejor cuando se haga por amor.
Otra línea bíblica sobre la que vale la pena reflexionar es: «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra». ¿Cuántos de nosotros, quizá debido a un consumo excesivo de noticias y a un trabajo espiritual y de autorreflexión demasiado escaso sobre nosotros mismos, estamos arrojando piedras, por así decirlo, en nuestros corazones y mentes?
Una fuerza mundial para el bien
Todos haríamos bien en recordar también que hay más personas en el mundo que comparten nuestros valores y creencias de lo que pensamos. Puede que lo llamen amor, o puede que lo llamen compasión. Pero, sea como sea, si todos ponemos de nuestra parte —dondequiera que estemos en el mundo— probablemente inspiraremos a otros a hacer lo mismo.
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