Al entrar en una furgoneta custodiada por soldados armados con cinco cirujanos y enfermeras, Zheng Zhi no sabía que estaba entrando en algo que lo perseguiría por más de un cuarto de siglo.
El Dr. Zheng, entonces médico residente en uno de los mayores hospitales militares de China, solo sabía que estaban en una «misión militar secreta» cerca de una prisión militar situada en los alrededores de la ciudad de Dalian, al noreste de China.
Una tela de color azul claro cubría los cuatro costados del vehículo, protegiéndolo de cualquier mirada curiosa.
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Cuando se abrió la puerta, cuatro fornidos soldados introdujeron a un hombre con las extremidades atadas con finas cuerdas que le habían hecho profundos cortes en la carne. El hombre no tenía más de 18 años. Le habían dicho al equipo quirúrgico el día anterior que sus órganos, estaban «sanos, frescos».
Un médico indicó al Dr. Zheng que «pisara» las piernas del hombre y «no dejara que se mueva». Él apretó las piernas del hombre con las manos y, para su sorpresa, estaban calientes al tacto. Del cuello del hombre manaba sangre.
Él vio cómo un médico le abría el estómago y otros dos, cada uno de ellos le sacaban un riñón. Las piernas del hombre se agitaban y su garganta se movía —pero no emitía ningún sonido.
«¡Córtale la arteria y las venas, rápido!», le dijo un médico al Dr. Zheng. Al hacerlo, brotó tanta sangre que salpicó la bata y los guantes del Dr. Zheng. Fue entonces cuando recibió la orden de extraer los ojos del hombre.
El Dr. Zheng miró la cara del hombre. Lo miraban un par de ojos muy abiertos.
«Fue horroroso, más allá de las palabras. Me miraba directamente. Sus párpados se movían. Estaba vivo», relató el Dr. Zheng a The Epoch Times en julio, en la primera vez que accedió a utilizar su nombre real para contar su historia.
En la furgoneta, en 1994, él no sabía que estaba participando en lo que pronto se convertiría en un aparato de exterminio industrializado creado para sustraer órganos de presos de conciencia y venderlos bajo demanda.
Estando en la furgoneta, él dijo a los demás médicos: «Yo no puedo hacer esto». Luego sintió que su cerebro se vaciaba mientras permanecía sentado, tembloroso, sudoroso y paralizado.
El médico que tenía enfrente presionó inmediatamente la cabeza del hombre contra el suelo de la furgoneta. A continuación, con dos dedos sobre los párpados y una pinza hemostática en la otra mano, le sacó los ojos.
El cuerpo, ya inmóvil, fue introducido en una bolsa de plástico negra y se lo llevaron los soldados que esperaban fuera. La furgoneta regresó al Hospital General de la Región Militar de Shenyang, donde el Dr. Zheng hacía su residencia. Las enfermeras recogieron rápidamente el equipo médico ensangrentado.
Las luces de dos quirófanos estaban encendidas cuando llegaron al hospital. Otro equipo de médicos esperaba para comenzar los trasplantes de órganos.
El Dr. Zheng estaba demasiado enfermo para ser útil, aunque el director del departamento quería que metiera mano en la mesa de operaciones. Él se sentó a observar desde unos metros cómo avanzaba la operación. Cuando terminaron las operaciones de trasplante, el personal médico fue a un restaurante de lujo y se dio un festín en silencio, pero el Dr. Zheng dijo que no podía probar bocado. Tras la comida, se despidió, mientras la fiebre le aumentaba.
Ese par de ojos —desesperados, temerosos y doloridos— han atormentado desde entonces al Dr. Zheng día y noche.
«Bajo la luz yacía una vida joven, un ser humano al que se le estaban extrayendo los órganos en vida», dijo el médico.
Una industria multimillonaria
El horror que el Dr. Zheng presenció en la furgoneta, y después en el hospital, tuvo lugar en 1994, cuando la sustracción forzada de órganos a gran escala del régimen chino, sancionada por el Estado, estaba aún en sus inicios.
Pronto se convirtió en una industria multimillonaria que para impulsar su auge utilizaba a presos de conciencia, sobre todo practicantes del perseguido grupo espiritual Falun Gong. En la misma ciudad del hospital se encontraba el campo de concentración de Sujiatun. Múltiples denunciantes lo revelaron como el campo de exterminio masivo de practicantes de Falun Gong desde que comenzara la persecución en su contra, en 1999, y donde ellos eran encarcelados para obtener sus órganos. Aunque el centro clandestino de Sujiatun fue abandonado tras ser denunciado internacionalmente, existe un número incalculable de campos de este tipo en China.
El Dr. Zheng es uno de los muchos testigos que se han presentado ante The Epoch Times desde el año 2006 para denunciar las horribles prácticas del régimen.
Desde entonces, una multitud de reportes independientes han proporcionado información sobre la gravedad y la magnitud de la práctica.
En 2019, un tribunal independiente con sede en Londres concluyó que el régimen gobernante de China asesinó a presos de conciencia para obtener sus órganos «a una escala significativa», y que los practicantes de Falun Gong han sido sus principales víctimas.
Los legisladores estadounidenses han tomado medidas para evitar que los estadounidenses se embarquen en el «turismo de trasplantes» hacia China y se conviertan así en cómplices.
El representante Scott Perry (R-Pa.) está presionando para que se apruebe su Ley de Protección de Falun Gong, que sancionaría a los perseguidores de Falun Gong. La legislatura también prohibiría la cooperación con la China comunista en el ámbito de los trasplantes de órganos.
La ley bipartidista Ley para detener la sustracción forzada de órganos de 2023, que pretende castigar a quienes facilitan estos abusos, fue aprobada por abrumadora mayoría en la Cámara de Representantes en marzo.
En junio, Texas adoptó la primera ley del país para contrarrestar el problema, prohibiendo a las aseguradoras de salud financiar cirugías de trasplante de órganos vinculadas a China.
«Fresco»
Cuando el Dr. Zheng relató lentamente su historia por primera vez en 2015, utilizando un alias, el miedo lo seguía controlando. Durante las horas que duró la entrevista, se esforzó por pronunciar una frase completa; a veces con las dos manos agarradas con fuerza al borde de la mesa que tenía delante y en otros momentos, inquieto, levantándose y sentándose. Su expresión facial se contorsionaba mientras repetía una y otra vez que era «demasiado horrible». Los ojos del Dr. Zheng se llenaban de lágrimas mientras describía con voz temblorosa la extirpación de los ojos del joven.
Durante su residencia en el hospital, el Dr. Zheng gozó del favor de sus superiores, gracias a la influencia de su padre en el círculo de poder comunista local. Como médico experto en medicina tradicional china, su padre era solicitado por los funcionarios locales. Algunos de los principales líderes militares eran invitados frecuentes a la mesa de su familia. Sabiendo esto, los médicos trataban al Dr. Zheng con deferencia, permitiéndole con frecuencia participar en cirugías cuando otros internos no podían.
Poco después de la sustracción de órganos en la parte trasera de la furgoneta, el Dr. Zheng dejó el hospital. Se convirtió en pediatra e internista en la ciudad de Liaoyang, a unas cuatro horas en coche al norte de Dalian. Pero esa sensación de horror no hizo más que profundizarse con el tiempo, a medida que vislumbraba más cosas entre bastidores.
En 2002, el Dr. Zheng acompañó a un oficial militar a hacerse un chequeo médico en el hospital donde había hecho la residencia. El médico le indicó que necesitaba un nuevo riñón para vivir.
«[Le] escogeremos uno de primera calidad», dijo otro militar a su superior en el pasillo. «Uno fresco, de practicantes de Falun Gong».
Aquella fue la primera vez que el Dr. Zheng oyó que los practicantes de Falun Gong eran una fuente específica de órganos.
De camino a casa, el funcionario preguntó al Dr. Zheng si debía hacerse un trasplante de riñón.
«No lo haga», le respondió el Dr. Zheng. «¿No es eso cometer un asesinato?».
Fue a través de ese funcionario como el Dr. Zheng se enteró de lo extendida que estaba en China la sustracción forzada de órganos.
“La policía armada y los funcionarios por encima de los rangos de división lo saben, y es bastante conocido en todo el ejército. No es nada novedoso”, dijo el Dr. Zheng a The Epoch Times.
Para ganar más dinero, declaró el médico, los militares habían abierto muchos “pasajes verdes”, o carriles veloces en los aeropuertos, para transportar rápidamente órganos humanos frescos por todo el país. Las unidades de enfermedades infecciosas en los hospitales militares se habían convertido en “guaridas” para la sustracción forzada de órganos.
“En aproximadamente una o dos semanas —un mes como máximo— se encontraría una coincidencia”.
El funcionario cuyo riñón estaba fallando optó por no recibir el trasplante. Vivió tres años más dependiendo de la diálisis y murió en 2005.
Otra persona conocida por el Dr. Zheng, un asistente de los funcionarios del Comité Permanente del Politburó de siete miembros, el núcleo del liderazgo chino de élite, le dijo algo aún más impactante.
En la conversación, el Dr. Zheng comentó que la persecución a Falun Gong en el noreste de China era bastante severa.
El conocido no respondió de inmediato, pero antes de separarse, se volvió y miró directamente al Dr. Zheng.
“En la ciudad de Wuhan de la provincia de Hubei, debajo del jardín trasero de la Oficina de Seguridad Pública de la provincia de Hubei, está lleno de practicantes de Falun Gong detenidos. Algunos son niños menores de edad”, dijo el conocido, deteniéndose en cada palabra.
«Yo he estado allí», agregó después de una pausa. Ellos no lo discutieron más, pero la implicación de que se trataba de una fuente masiva de órganos pesaba mucho sobre el Dr. Zheng.
Una elección
Lo que el conocido le dio al Dr. Zheng, fue un «sentido de misión» para exponer el asunto en el escenario internacional. Esto desencadenó su eventual escape a Tailandia en 2005.
Él obtuvo el estatus de refugiado mientras estaba en Tailandia y se mudó a Canadá en 2007.
En 2015, cuando contó su historia por primera vez a The Epoch Times, declaró que se sentía tan impotente que no sabía si apoyarse en el reportero o en la mesa.
“Yo sentí que estaba dando mi vida y todo lo que tengo”, dijo a The Epoch Times a fines de julio, recordando la entrevista anterior.
“Aquí no hay manera de describir cómo me sentí en ese momento”, declaró a continuación.
“Cada palabra, cada oración que pronuncié no fue diferente de una elección de vida o muerte. No sabía lo que me traería”.
El Dr. Zheng dijo que una vez que llegó a Canadá, durante ocho años había estado buscando el medio de comunicación adecuado para contarle su historia. Si tomaba la decisión equivocada, no solo se metería en problemas, sino que el problema no recibiría la atención que merecía.
Decir que no estaba preocupado por posibles represalias de Beijing no era realista, «la gente común no puede imaginar cuán malvado es el PCCh», indicó el médico, pero el problema era más grande que él.
“Sacrificar a chinos y robar sus órganos con fines de lucro es un crimen sin límites”, declaró el Dr. Zheng. Como alguien que vive en un país libre con una “conciencia básica, no tengo motivos para permanecer en silencio”.
El médico chino dijo que ha conservado cuidadosamente sus registros, y declaró que cuando el Partido Comunista Chino caiga y enfrente el juicio, subirá al estrado de los testigos, indicando que no tiene dudas de que “la justicia prevalecerá sobre el mal”.
Con la contribución de Yi Ling.
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