Este es el cuarto y último artículo de esta particular serie de Dante. Recordamos que leímos a Dante porque aborda las grandes cuestiones de la verdad y la realidad, y vimos cómo en el infierno el tema del libre albedrío es de suma importancia. Posteriormente, descubrimos que aunque el purgatorio y el infierno parecen similares en cuanto a que ambos son lugares de sufrimiento, difieren fundamentalmente. En el primero hay esperanza y finalmente belleza, mientras que en el segundo solo hay desesperanza y profunda fealdad. Estas diferencias reflejan las elecciones que los individuos hacen en sus vidas, y estas elecciones son en sí mismas parte de una mentalidad o disposición psicológica.
¿Pero qué hay del paraíso, la tercera y última etapa del ascenso de Dante hacia Dios? ¿Es ese algún lugar aburrido donde estamos destinados a sentarnos a cantar himnos sin ganas? ¿En qué se diferencia de los otros dos lugares de naturaleza psicológica y espiritual?
Primero, por supuesto, vemos que el paraíso es un lugar donde no hay dolor o sufrimiento, no hay angustia psicológica o culpabilidad, y ninguno de los tres principales problemas psicológicos que los humanos experimentan de culpa, proyección y negación. ¡Es el paraíso, de hecho!
Sin embargo, el factor peculiar de todo esto es que todas las personas en el paraíso son pecadores como todos los demás en el purgatorio y en el infierno. ¿Cómo puede ser eso? Y tal vez aún más mordaz para la mente moderna: ¿Cómo puede ser eso justo o visto como un trato igualitario?
Venus gobernando
El paraíso, de hecho, está lleno de grandes pecadores. Un ejemplo que ilustra especialmente este punto se puede encontrar en el Canto 9. A medida que Dante asciende los niveles del cielo, los ocupantes se agrupan al principio según su planeta dominante: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, etc. Cada planeta se ocupa de una determinada disposición.
No es sorprendente que en Venus encontremos individuos preocupados en su vida terrenal con la pasión, el sexo y el amor; y aquí encontramos a una mujer noble, Cunizza da Romano.
Lo que es sorprendente es que Cunizza se casó por primera vez con un líder de Guelph para obtener ventajas políticas. Luego tuvo como amante al poeta Sordello durante varios años, y más tarde tuvo una aventura amorosa con el caballero Enrico da Bovio. Tras la muerte de Enrico, Cunizza se casó con el conde Aimerio, por orden de su hermano. Y por si esto fuera poco «amor», se cree que se casó con un noble de Verona, y a su muerte, ¡se casó con el astrólogo de su hermano Ezzelino de Padua! El punto es que ella ciertamente tenía ―por el tiempo y la posición― una vida amorosa excepcional.
Podríamos recordar en este punto el canto más famoso de toda la «Divina Comedia», el de la aventura amorosa entre Paolo y Francesca, en el Canto 5 del Infierno. Este canto es justamente famoso por muchas razones, pero no es menos importante el hecho de que el propio Dante se desmaya con lástima al final de la escena. (Virgilio le reprende por esto en el siguiente canto porque tal respuesta a los sufrimientos de Francesca sugiere, aunque de manera indirecta, que Dios se equivocó en este caso).
¿Cómo puede ser que Francesca esté en el infierno por un solo asunto o transgresión, mientras que Cunizza está en el paraíso a pesar de haber tenido muchos amantes? Dar una sola respuesta es, posiblemente, simplificar demasiado la situación, pero tiene que ver con el hecho de que, como dice el estudioso de Dante Guy Raffa (citando fuentes antiguas), «Cunizza conoció el amor durante cada etapa de su vida».
Como la misma Cunizza dice (en la traducción de Mark Musa), enfrentándose a Dante, «Pero con gusto yo misma perdono en mí / lo que causó mi destino». Note esas palabras críticas allí: «Con gusto yo misma perdono en mí». Hay en ellas lo que hoy en día llamaríamos autoaceptación. No tenía malas intenciones, aunque sus pasiones pueden haber sido excesivas. Por ejemplo, hay algo del verdadero concepto medieval de caballerosidad y galantería en las ocupaciones de dos de sus amantes: Sordello era un poeta trovador, y Enrico da Bovio, con quien Cunizza viajaba mucho, era un caballero.
En resumen, fue llevada de un amor a otro, pero siempre con el espíritu del amor mismo. Probablemente era más espiritual o más acorde con las costumbres de su época haber entrado en un convento y renunciar por completo a la carne, pero eso ―bajo el influjo, por así decirlo, de Venus, su influencia planetaria guía― no era su camino. Estaba destinada a disfrutar de la vida carnal por completo ―»con gusto», como ella dice― aunque hubiera un exceso en esto.
Como una breve barra lateral, vale la pena comentar aquí que no debemos entender esta posición como el respaldo de la astrología de Dante tal como la entendemos ahora: es decir, como predecir el futuro de alguna manera como una galleta de Navidad. Más bien, los antiguos entendieron que había una profunda conexión entre lo que estaba abajo (la Tierra) y lo que estaba arriba (los cielos y las estrellas): uno reflejaba al otro, y no menos importante en nuestra comprensión de quiénes somos.
El mismo Dante menciona con orgullo que nació bajo el signo de Géminis, y considera esto tan significativo como el tipo de persona que es. En este sentido, entonces, podemos interpretar los signos planetarios como análogos a los tipos de personalidad. Si Myers-Briggs delinea 16 tipos de personalidad, bueno, con la astrología tenemos 12.
De nuevo, para ser claros, no son determinaciones fijas sino predisposiciones a ciertos rasgos. El libre albedrío siempre es operativo, y los humanos siempre son responsables de sus acciones y elecciones.
Entrando en la vida a través de la puerta estrecha
Pero para volver a Cunizza, ella hizo algo muy difícil, que es entrar en la vida a través de la puerta estrecha, ya que la puerta ancha por la que la mayoría de la gente pasa lleva a la no-vida, o más dramáticamente, a la destrucción. Su camino refleja lo que el exvicario y miembro del Parlamento Británico Christopher Bryant habla cuando dice: «Una de las recompensas del viaje será la de llegar a ser cada vez más y más por completo lo que uno es esencialmente». Si ponemos esto en términos modernos, jungianos, lo que significa es aceptar el lado oscuro de la personalidad de uno. Es la integración de todo el ser o alma.
Para desentrañar esto un poco, Freud se refirió a un lado oscuro del ego, o alter ego, que llamó el id. Esto equivale a la idea que Jung tiene de la sombra: complejos, tendencias desordenadas, energías reprimidas que no nos gustan o incluso que no aceptamos o reconocemos en nosotros mismos. Por el contrario, esta sombra expone la imagen ideal de sí mismo, la que nos gusta presentar al mundo, como falsa: no somos solo esta persona agradable, este profesional de éxito, o esta personalidad de Instagram.
No, dentro de nosotros hay algo profundamente perturbador e inquietante, y es mejor, así que nuestro ego razona continuamente, si otras personas no lo ven. Eventualmente, por supuesto, si reprimimos la sombra el tiempo suficiente, empezamos a creer que no está ahí. En ese momento, el único indicio de su existencia que nos queda será a través de nuestros sueños, a menudo pesadillas.
El escritor Thomas Moore observó, «Cuando el alma es descuidada, no solo se va; aparece sintomáticamente en obsesiones, adicciones, violencia y pérdida de significado». En otras palabras, en términos cristianos, esto lleva al pecado. No asumimos la responsabilidad de nuestra propia alma, y esto nos lleva a su propia pérdida.
En el paraíso, ocurre lo contrario. Aquí, el alma no es descuidada, sino amada y apreciada a través del proceso consciente de integración. John Monbourquette, el psicólogo canadiense, lo expresó de esta manera: «Jung consideraba que la reintegración de la sombra era el último desafío moral. Este trabajo consiste en reconocer nuestra sombra, aceptarla como parte de nosotros mismos y reintegrarla en la totalidad de la personalidad. Aquellas personas que pueden acoger y abrazar su sombra se convierten en individuos completos y únicos». Además, añade: «Este proceso trae a la mente la visión Taoísta de lo real: el universo resulta de la armonización constante e invisible de su polaridad fundamental, el yin-yang».
Aceptando nuestros caminos amablemente
Esto, entonces, no es solo un entendimiento cristiano, aunque Dante lo vincula explícitamente a la revelación cristiana, sino que el proceso de convertirse en quien uno es realmente atraviesa toda la literatura de sabiduría. Monbourquette dice, «Los místicos [la llamaron] la noche de la fe; los mitos de Osiris y de Dionisio la describieron a través de imágenes de desmembramiento de la persona… para algunos es más familiar la comparación del cristianismo de la muerte de la persona anciana y de una crucifixión».
Es notable que la ciencia, a través de Jung, unos 600 años más tarde, descubre lo que Dante revela en su poema. Y necesitamos comprender cuán completa es esa visión de la naturaleza humana y sus fragilidades. Hay nueve niveles de cielo antes de que alcancemos el paraíso de los cielos en el nivel diez, o lo que se llama el Empíreo. En cada nivel, se sigue el orden astrológico. Así que primero, en la Luna, encontramos a los pecadores que rompieron sus votos (¡la luna inconstante de las canciones románticas populares!), a veces sin querer, pero igualmente tuvieron la culpa.
Luego, en el volátil Mercurio, encontramos a los rápidos buscadores de fama y gloria. En Venus hemos conocido el exceso de pasión o amor. Después de Venus, el Sol, y como es apropiado con su asociación a la luz, encontramos los espíritus sabios, entre ellos el hombre más sabio que jamás haya vivido, el Rey Salomón. Pero como sabemos (1 Reyes 11:4), también fue un profundo pecador.
Desde el Sol nos trasladamos a Marte, el planeta guerrero. Vale la pena comentar aquí cómo el alcance de los pecados es tan amplio: Venus por amor, y Marte por la guerra ―tendencias opuestas que conducen tanto al pecado como a la redención. Aquí Dante conoce a su tatarabuelo, Cacciaguida, un viejo guerrero que murió luchando en la Segunda Cruzada.
Júpiter alberga los espíritus de los gobernantes y reyes que dirigieron el mundo. Pero por encima de ellos, en Saturno, están los contemplativos, aquellos que dedicaron sus vidas al ascetismo y la devoción a Dios.
Más allá de Saturno, llegamos a las Estrellas Fijas donde encontramos a Adán y los tres principales Apóstoles; no hace falta decir que Adán era un pecador, o que el apóstol Pedro lo era, considerando todas sus fallas registradas en los Evangelios. Y así sucesivamente, hasta la visión final.
En resumen, tenemos toda la gama de seres humanos fracasados, que pecaron de una manera u otra de acuerdo a sus predilecciones, pero que se hicieron conscientes de sí mismos, reconocieron sus faltas y se arrepintieron. El escritor británico Alan W. Watts expresó esto de una manera muy clara: «La elección es entre la paranoia, estar fuera de uno mismo, y la metanoia, estar con uno mismo ―normalmente se traduce como arrepentimiento».
Finalmente, entonces, el poeta y traductor A.S. Kline comenta, «El libre albedrío es mal utilizado en el infierno, realineado en el purgatorio, y correctamente aplicado a la existencia terrenal y celestial en el paraíso». En la última estrofa de Dante, esto se transforma: «Pero ya mi deseo y mi voluntad / estaban siendo girados como una rueda, todos a una velocidad, / por el amor que mueve el sol y las otras estrellas», (traducción de C.H. Sisson). En este momento, lo que realmente queremos y lo que efectivamente decidimos hacer coinciden; no hay más frustración al no estar a la altura de nuestros más altos ideales. En cambio, hemos ―a través de la lectura del poema de Dante, recreando su viaje al Paraíso― comenzado a comprender lo que realmente está en juego.
Por favor, también vea “Más Dante ahora, por favor! (Parte 1): Cómo Dante provoca el pensamiento” y “Más Dante por favor, ahora! (Parte 2): Escuchémoslo sobre el libre albedrío!” y ¡Más Dante ahora, por favor! (Parte 3): Que comience la belleza.
James Sale es un hombre de negocios inglés cuya compañía, Motivational Maps Ltd., opera en 14 países. Es autor de más de 40 libros sobre gestión y educación de las principales editoriales internacionales, incluyendo Macmillan, Pearson y Routledge. Como poeta, ganó el primer premio en el concurso de la Sociedad de Poetas Clásicos de 2017 y habló en junio de 2019 en el primer simposio del grupo celebrado en el Club Princeton de Nueva York.
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