A toda costa: La guerra de un líder del PCCh contra la fe

Por Eva Fu
09 de diciembre de 2022 4:51 PM Actualizado: 09 de diciembre de 2022 4:51 PM

Para unos 100 millones de chinos, el año 1999 marcó un antes y un después en sus vidas.

Ese año comenzó una persecución masiva en todo el país bajo las órdenes de Jiang Zemin, entonces líder del Partido Comunista Chino, una campaña dirigida indiscriminadamente contra los practicantes de la disciplina espiritual Falun Gong.

Jiang, descrito por algunos defensores de los derechos como uno de los peores tiranos de la historia, murió el último día de noviembre, pero la arrolladora campaña de eliminación que desencadenó no ha cesado.

En los últimos 23 años, millones de practicantes de Falun Gong han sido encerrados en campos de trabajo, manicomios, centros de rehabilitación de drogadictos, cárceles negras no oficiales u otros centros de detención. La difamación, la tortura y los asesinatos organizados mediante la sustracción forzada de órganos derivados de la persecución han causado un número incalculable de muertes. Los que han sobrevivido han quedado con secuelas, problemas económicos y daños psicológicos sufridos por los continuos abusos.

Han sido sometidos a este salvajismo por el mero hecho de negarse a abandonar su creencia en la verdad, la benevolencia y la tolerancia, los principios básicos que guían la disciplina, que también implica una serie de ejercicios de meditación.

La brutal campaña convirtió a Jiang, que gobernó oficialmente China durante más de una década a partir de 1989, en el primer dirigente chino en enfrentarse a juicios dentro y fuera del país. En 2009, Jiang fue uno de los cinco altos dirigentes chinos acusados en España de cometer torturas y genocidio contra los practicantes a esta disciplina espiritual.

El instigador

Jiang inició en solitario la persecución y movilizó a todo el aparato del Estado para llevar a cabo la brutal campaña.

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El exlíder chino Jiang Zemin comprueba su reloj mientras escucha la intervención del presidente Hu Jintao en una ceremonia para conmemorar el 80 aniversario del Ejército Popular de Liberación de China (EPL) en el Gran Salón del Pueblo de Beijing, el 1 de agosto de 2007. (Peter Parks/AFP vía Getty Images)

Parecía tan ansioso por solicitar apoyo internacional para la campaña que, en la reunión anual de la APEC en septiembre de 1999, dos meses después del lanzamiento de la represión, entregó al entonces presidente de EE. UU. Bill Clinton un libro que difamaba a Falun Gong con la esperanza de convencer al presidente de adoptar una actitud «correcta» hacia la práctica, reportó The Associated Press en ese momento.

«Las 150 páginas del libro en inglés son un incesante bombardeo de propaganda de los medios de comunicación de China, totalmente dirigidos por el Estado», decía el reporte.

Los celos y la inseguridad se han citado como parte de la fuerza impulsora de la animosidad de Jiang hacia la práctica espiritual. La tremenda popularidad de Falun Gong, que alcanza a casi 1 de cada 13 chinos, era algo que no podía tolerar.

Según «Cualquier cosa por el poder: la verdadera historia de Jiang Zemin», una serie de libros publicados en 2011 por The Epoch Times, la esposa de Jiang, Wang Yeping, practicó Falun Gong una vez en 1994. Una tarde, mientras realizaba los ejercicios de la práctica, sintió que alguien seguía sus movimientos. Al abrir los ojos, descubrió que no era otro que Jiang.

Avergonzado y enfadado por haber sido sorprendido en el acto, Jiang ordenó a Wang que dejara de practicar.

«Incluso mi mujer cree en Li Hongzhi. ¿Quién va a creer en mí, el secretario general del Partido Comunista Chino?», dijo, refiriéndose al fundador de la práctica.

La decisión de perseguir a una de las mayores comunidades espirituales de China no fue popular desde el principio.

De los siete miembros del Comité Permanente del Politburó, el santuario interior del Partido, seis habían expresado su objeción cuando Jiang propuso la idea de suprimir la práctica, según la publicación. Zhu Rongji, primer ministro de China en aquel momento, sugirió que tal medida perjudicaría la imagen del país y que debían «permitir que la población practicante ordinaria siguiera siendo como es».

Levantándose, Jiang apuntó a la nariz de Zhu y gritó: «¡Insensato! ¡Insensato! ¡Insensato! Eso significaría la desaparición del Partido y del país».

«Si no resolvemos el problema de Falun Gong de inmediato», declaró, «estaremos cometiendo un error de proporciones históricas».

A toda costa

Jiang hizo tal declaración el 26 de abril de 1999, según la publicación, el día después de que 10,000 practicantes se reunieran pacíficamente cerca de la sede del gobierno en Zhongnanhai apelando por sus derechos a practicar su creencia libremente, y por la liberación de docenas de practicantes detenidos días antes.

La multitud se dispersó después de que Zhu, el primer ministro, les asegurara su apoyo durante una reunión con algunos delegados de Falun Gong. Pero Jiang, que ascendió al poder tras la masacre de Tiananmen una década antes, siguió adelante con la represión.

El 10 de junio, Jiang dio órdenes directas de crear una agencia extrajudicial para coordinar los esfuerzos en todo el país. Conocida posteriormente como la Oficina 610 por la fecha de su creación, su estructura y funcionamiento eran comparables a los de la Gestapo en la Alemania nazi.

La persecución comenzó a gran escala un mes después. Los medios de comunicación estatales de todos los niveles lanzaron una agresiva campaña de propaganda que difamaba la práctica y deshumanizaba a los practicantes, mientras que los que se negaban a abandonar la creencia eran sometidos a una escalada de violencia y otras formas de maltrato.

Xu Xinyang (D), cuyo padre (en la foto) murió como resultado de la tortura que sufrió en China por su creencia en Falun Gong, habla en el foro «Deterioro de los Derechos Humanos y el Movimiento Tuidang en China», junto a su madre, Chi Lihua, en el Congreso en Washington el 4 de diciembre de 2018. (Samira Bouaou/The Epoch Times)

«¡Tenemos 108 tipos de métodos de tortura! Crees que saldrás viva de aquí?», le dijo una vez un guardia del Campo de Trabajos Forzados para Mujeres de Jilin, en la provincia de Jilin, a una practicante de Falun Gong encarcelada allí en 2012, según Minghui, un sitio web con sede en Estados Unidos que documenta la persecución.

Al parecer, Jiang dio la orden secreta de que los practicantes de Falun Gong que murieran a causa de palizas y otras torturas fueran declarados suicidas y enviados a incinerar, según Minghui.

Para incentivar a los perpetradores implicados en el plan, los funcionarios les recompensaban con lucrativos salarios y a menudo vinculaban las primas a su nivel de participación.

Según un informe de Minghui de 2001, una comisaría de Dalian, ciudad portuaria del norte de China, exigía que cada agente detuviera a nueve practicantes para obtener una bonificación.

En Shanghái, Lu Xingguo, de 45 años, fue desnudado y torturado en una celda con una toalla metida en la boca para impedir que hiciera ruidos.

«Nos han dicho que una tasa de mortalidad del 5 por ciento es normal», declaró el director de una unidad penitenciaria en octubre de 2003. «No nos preocupan las muertes».

En la ciudad de Dandong, con una población de más de 2.4 millones de habitantes en aquel momento y capital de la provincia de Liaoning, en el noreste de China, las autoridades enviaron en más de 5000 ocasiones a cuadros políticos y a las fuerzas policiales para llevar a cabo actividades de represión de Falun Gong durante los dos primeros meses de la persecución, según documentos internos que The Epoch Times obtuvo de una fuente de confianza. El resultado fue la prohibición de más de 100 lugares de práctica durante ese periodo, mientras que 22,000 practicantes de la zona fueron visitados por la policía.

La ciudad también gastó 30,000 yuanes (4311 dólares) —aproximadamente cinco veces la renta media anual disponible en 2000— en la producción de una obra de teatro para atacar a Falun Gong con el fin de «educar» a más de 10,000 personas; en los años transcurridos hasta 2005, imprimió millones de carteles, folletos y obras de arte difamando la práctica que fueron difundidos o fijados en tablones de anuncios públicos, según el documento.

Esfuerzos propios de una guerra

En marzo de 2002, los practicantes de Falun Gong interceptaron las líneas de cable de la emisora estatal de la ciudad nororiental china de Changchun para emitir 45 minutos de información sobre la persecución. Solo 10 minutos después de que terminara el programa, un furioso Jiang llamó a un amigo íntimo de la ciudad, exigiendo saber quién era el secretario del Partido o el alcalde de la ciudad, según su biografía personal publicada en 2005. Pronto, las autoridades de la ciudad realizaron miles de detenciones por el incidente. Los principales participantes recibieron condenas de hasta 20 años. La mayoría murieron en prisión o poco después de ser puestos en libertad.

Jiang ejerció influencia política entre bastidores mucho después de abandonar todos sus cargos oficiales en 2004. Era el líder de la facción del Partido conocida como la banda de Shanghái, llamada así por la ciudad donde Jiang acumuló su capital político como secretario del Partido. Sus leales, muchos de los cuales fueron figuras clave en la supervisión de la persecución, ocuparon diversas ramas del Partido cuando el actual líder del régimen, Xi Jinping, asumió el cargo en 2012.

Con los millones de efectivos desplegados para ejecutar la campaña, la persecución ha tenido un alto coste económico para el Estado chino.

Un alto funcionario del poder judicial en Liaoning fue citado por Minghui diciendo que «los recursos financieros utilizados para el manejo de Falun Gong ha superado los costos de una guerra».

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Practicantes de Falun Gong participan en un desfile conmemorativo del 20 aniversario de la persecución de Falun Gong en China, en Washington el 18 de julio de 2019. (Mark Zou/The Epoch Times)

Rendición de cuentas

Tras su muerte, los críticos externos han renovado las peticiones de rendición de cuentas, tanto para él como para el régimen.

“Si se cree en los derechos humanos y en la legitimidad de la gente que se gobierna a sí misma y habla y tienen derecho a la libertad de expresión, hay mucho por lo que responsabilizar a la dictadura comunista china y hay mucho por lo que responsabilizar a sus líderes», dijo recientemente a The Epoch Times el expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich.

«La persecución de Falun Gong, y la intensidad de la misma, es realmente impresionante, y te dice todo lo que necesitas saber sobre lo profundamente totalitario que es el sistema».

Chen Yonglin, exdiplomático chino que desertó a Australia en 2005, considera la muerte de Jiang el preludio de la eventual caída del régimen.

«El PCCh ha caído desde la cima de su poder y ahora se encuentra en una situación inestable», declaró Chen a The Epoch Times.

Pero la muerte de Jiang no disminuye el sangriento legado del régimen, dijo Chen. Tarde o temprano, espera ver «las cuentas saldadas», tanto con Jiang como con el Partido Comunista Chino.


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